Gale y unos 20 lobos estaban a orillas del perímetro. Desde los monitores se veían aterradores y muy temerarios.
-Tengo... tengo que salir.- hablé y ambos me miraron como si estuviera loca.
Los deje ahí y caminé hacia la puerta de atrás. Salí y el sol ya se había escondido entre las montañas. Me acerqué lentamente a Gale, quien me miraba con tristeza en sus ojos, todo lo contrario a lo que me imaginé.
Solo él estaba en su forma humana, los demás eran lobos.
En cuanto estuve lo suficientemente cerca él me tomó del brazo y me pegó a su torso envolviéndome con sus brazos. Pude sentir cuando sorbió su nariz.
-Creí que...-
-Shhhhhh... hablemos en casa ¿sí?- susurró interrumpiéndome.
Se transformó en lobo y supe que debía subirme a su lomo.
Corría a gran velocidad por el bosque hasta que llegamos a la mansión. Me bajé de él y juntos caminamos hasta la entrada. Una vez a dentro, él corrió hacia el cuarto, para buscar ropa y yo me dirigí a la sala, donde me encontré con Sue, David, Eric, ámbar y Josh. Todos tenían la nariz roja, al igual que sus ojos.
Ámbar, en cuanto me vió, corrió hacia a mí y me abrazó fuertemente.
-Ya no está.- murmuraba mientras derramaba lágrimas en mi hombro.
No lo soporté más y también comencé a llorar. Todo lo que estaba pasando no era fácil de creer. Y ya no me podía sentir peor, sentía que todo esto era culpa mía.
-Hannah está muerta y los niños han desaparecido.- habló Gale. Su voz salía dura y rasposa y sus ojos aún estaban hinchados.- Y aún no encontramos al responsable.
Estábamos en el gran comedor, en una reunión. Miré a mi alrededor y todos estaban conmocionados con la noticia debajo del ambiente lúgubre. Miré a Gale, quien no me había dirigido la palabra desde que habíamos llegado, y no había ni un atisbo de emociones en su rostro, nada.
-Propongo que se haga un rastreo por todo el bosque.- propuso Nick, elevando la voz para que se escuche en todo el salón.
Todos comenzaron a repartirse las tareas, mientras tanto yo solo miraba la hora en mi reloj. No le diría nada a Gale, porque si lo hacía no me dejaría ir.
Ya solo faltaban dos horas para medianoche.
-Estás muy callada ¿pasa algo?- preguntó mi esposo cuando todos abandonaron el salón.
-No, no pasa nada.- contesté.
-Bien, te sugiero y te imploro que te quedes a dentro. No salgas de la casa ¿entendido? Puede ser muy peligroso.- asentí con la cabeza y él se acercó a mi.- Te prometo que los voy a encontrar.- una lagrima resbalo por su mejilla.- Te amo.- susurró mientras me abrazaba.
-Lo sé.- contesté descansando mi cabeza en su pecho.
-Gale, debemos irnos.- dijo un hombre mientras entraba.
-Un segundo.- pidió y el hombre se marchó. Me miró a los ojos, como tratando de ver más allá de ellos.- Prométeme que no saldrás.-
-Gale, yo...-
-¡Prométemelo!- exclamó mientras agarraba mi cabeza y me obligaba a mirarlo. Lo miré y pude ver tristeza y miedo a la vez en sus ojos, mientras estos se cristalizaban.- Por favor, Alex.- junto nuestras frentes y derramó algunas lágrimas.- No soportaría perder a alguien más, menos a ti.-
Limpié sus lágrimas y junté nuestros labios.
-Lo prometo.- dije en un hilo de voz cuando nos separamos.
Él abrió su boca para decirme algo pero la volvió a cerrar y salió del salón. Miré la hora en el reloj de mi muñeca y solo faltaba una hora para medianoche. Salí del salón y me dirigí al sótano. Podía sentir pasos detrás de mí, me giré y eran dos hombres de la manada.
-¿Qué es esto?- pregunté.
-El Alpha nos dijo que la vigiláramos, Luna.- contestó uno.
-Es para que usted no se escape.- habló el otro.
Levanté un ceja y asentí. Seguí caminando hasta llegar a la puerta del sótano. Entré y ellos lo hicieron también.
-¿Qué... qué está haciendo?- preguntó uno con notable miedo en su voz al verme sacar un arco de roble con cuchillas de plata incrustadas en sus extremos y dos carcaj's de flechas, fabricadas con plata.
-Solo me preparo por si alguien irrumpe en la casa.- mentí y ambos asintieron convencidos.
Revisé debajo de una madera suelta en el suelo y saqué cuatro dagas de pura plata. Las metí en mis botas y salí del sótano, con los dos gigantes a mis espaldas.
-Voy a estar en mi cuarto. Cualquier cosa llámenme.- les pedí y ambos asintieron.
Se apostaron en la puerta y cerré. Miré la hora y faltaban 40 minutos para las doce. Entré al armario y saqué el enorme tapado negro que me ayudaría a camuflarme en la oscuridad del bosque. Abrí la ventana, ajusté el arco y los carcaj's y salí por ella. Comencé a caminar por las tejas con cuidado de no resbalarme, hasta llegar al extremo de éstas. Miré hacia abajo y ajusté mi vista a la oscuridad, no habían muchos lobos, eso facilitaría las cosas. Bajé por una escalera de enredaderas que se formó a un costado de la casa, para mi suerte, allí no había nadie vigilando. Iba bajando despacio, concentrándome en cada paso que hacía, hasta que me distraje con un ruido brusco detrás de mí, me giré pensando que era un lobo, pero solo era un pequeño conejo. Exhale un suspiro de alivio, pero la rama que sostenía mi pie izquierdo se rompió, cayéndome hacia atrás y quedando enganchada de mi pie derecho, con la cabeza colgando. Saqué un cuchillo de mi tapado y rompí la rama que me sostenía, cayendo de espaldas sobre la nieve, solté un gemido y me ví obligada a taparme la boca para no gritar.
Me levanté y comencé a correr hacia la casa de plata, siempre lanzando cortas miradas por encima de mi hombro para asegurarme de que no me sigan.
Cuando llegué no había nadie, camine a grandes zancadas hacia el garaje y saqué mi vieja camioneta. Conduje en silencio hasta el lugar de la reunión. Al llegar a la carretera apagué el motor, miré la hora y solo faltaban 20 minutos.
Apoyé mi cabeza en el volante y comencé a recordar todos los momentos que viví con Gale y los niños, todas las risas, las noches de insomnio que pasamos juntos vigilándolos para que no les pase nada.
Las lágrimas comenzaron a aglomerarse en mis ojos.
La primera vez que les enseñamos a nadar, la primera vez que les enseñé a usar el arco.
Los sollozos se escapaban de mi boca.
Le había prometido a Gale que tendríamos otro cachorro y ahora no sé qué pasará con todo el futuro que dibujamos juntos.
No podía más, las lágrimas comenzaron a salir sin control. Supongo que no nací para tener un final feliz, una vez tuve padres, pero ellos dieron su vida por mí y ahora yo estoy dando mi vida por mis hijos.
Bajé de la camioneta, me calé la capucha, apreté con fuerza las dagas en mis manos y me interné en la densa oscuridad del bosque.