―Comencemos con algo muy mundano ―Javier miró a Amelia, él estaba recostado sobre su regazo mientras ella acariciaba su cabello.
―¿Tu color favorito? ―Amelia bajó la mirada hasta él y sonrió
―El negro ―contestó rápidamente―. ¿Comida favorita?
―Esa es una buena pregunta, algo que extraño de mi país y ansió comer... ―se llevó una mano al estómago―. Tacos ―los dos rieron, Javier se sentó y la miró―. ¿Tu primer amor?
―En la primaria, era una niña linda... ―Amelia se cruzó de brazos como si estuviera celosa―. Pero no tan linda como tu ―Javier se acercó a ella, le tomó el mentón y la besó―. ¿Y el tuyo?
―Tú ―contestó rápidamente, Javier se le quedó mirando sorprendido―. Me educaron en casa hasta cumplir los quince. Cuando entre a la preparatoria nadie se me acercaba, nunca tuve amigos o amigas. Todos huían de mí, las cosas fueron iguales en la universidad... Así que ―sobrepuso su mano sobre la de él―, puedo decir, que tú eres mi primer amor.
―Vaya... ―apartó la vista de ella, volteó el rostro hacía el lado contrario solo para esconder su sonrojo.
―Me gusta cuando te sonrojas, es lindo ver a un hombre reaccionar así ―tomó su barbilla para que la mirara, se sonrojó aún más―. Eres un lindo tomate...
Los dos se quedaron en silencio, Amelia se recostó sobre el césped, Javier se recostó a un lado de ella y miraron el cielo con pocas nubes, ese día habían decidido ir al parque del Retiro, al mismo que habían ido de noche, era más lindo de día. A Amelia le gustaba sentir el sol sobre su piel y escuchar a las aves cantar. Javier no despegaba la mirada de ella ni un solo segundo ¿a quien quería engañar? Se sentía totalmente atraído por ella, le encantaba todo de ella, sus ojos, su sonrisa y su suave piel; la melena esponjada que tenía por cabello.
El estar con ella lo hacía sentir bien, era como caminar sobre las mismas nubes y tocar el cielo, la luna y las estrellas. Era algo que ella misma se merecía para sí sola, le encantaba como lo miraba por las noches, al despertar encontrarse con aquellos ojos color miel con azul cielo, le encantaba como le daba los buenos días. Pero lo que más le encantaba a él era su forma de provocarlo, de vez en cuando ella comenzaba a mirarlo provocativamente, por las noches lo besaba a más no poder, como si no lo volviera hacer por un tiempo, pero no iban más allá.
―Tengo hambre ―comentó Amelia sacándolo de sus pensamientos―. ¿Quieres ir a comer algo? ―él la miró como si ya conociera la respuesta―. Otra cosa que no seamos nosotros...
―Venga, Alondra... ―se acercó lentamente a él, le dio un corto beso en los labios y después otro en la punta de la nariz.
―Vamos, muero de hambre ―se puso de pie y trató de levantar a Javier del césped, cuando estaban de pie caminaron tomados de la mano y Amelia, de vez en cuando, sin que él lo esperara, lo besaba.
―Bienvenido, Rogelio ―Antonio abrió los brazos para abrazarlo, este sonrió mientras bajaba del Jet.
―Mi querido amigo, Antonio Dávalos ―estrecharon las manos seguido de un abrazo―. Mírate, ya eres un hombre y ella debe ser ―miró a la castaña a su lado―... Sara María Gazca, señora de Antonio Davalos.
―Es un placer conocerlo, señor Mendoza. Antonio me a dicho muchas cosas de usted ―estrechó la mano del hombre―. ¿Ellos son los de su equipo? ―él asintió sin mirar atrás.
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Si supieras...
Hayran KurguQuerida Amelia: Han pasado algunos meses desde que no sé nada de tí, me siento solo, aun asi estando rodeado de amigos. ¿Estas bien? Para serte sincero estoy preocupado por ti, desearía que cada amanecer estuvieras aquí a mi lado. ...