Capítulo XIX: Sueños Dormidos

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La lluvia golpeaba las ventanas del hospital, Javier no se había despegado de Amelia en ningún momento; había mentido por ella diciendo que era su esposo. «Haría cualquier cosa por ella» se dijo a si mismo mientras llenaba el formulario. Le dolía verla así.

Tenía un tubo metido en la boca, en la mano izquierda tenía una aguja metida en una vena  Su rostro estaba  apacible, tenía un fuerte golpe en un ojo, su labio estaba roto al igual que una ceja, su nariz estaba tapada por una gasa que, poco a poco, se llenaba de sangre. Por sus brazos bajan varios hematomas.

«Solo esta durmiendo...» Se repetía para tranquilizarse, pero ni así podía conseguirlo. Jamás había sentido tanto miedo en su vida, perder a alguien que amaba.

―Javier ―Leo entró a la habitación, posó una mano sobre el hombro de su amigo―, tal vez...

―No ―soltó sin pensarlo dos veces, Javier llevaba horas sin dormir.

―Pero... ―intentó Leo

―Puedes irte tú, yo no me iré ―Javier tomó la flácida mano de Amelia y la acarició con ternura―. No puedo dejarla sola.

―Me quedaré con ella; ve a tu casa, duerme y come algo... Ya en la tarde puedes venir. Te llamaré si hay algún cambio ―Javier miró a Leo y le agradeció con la mirada, se dieron un corto abrazo. Se puso de pie y caminó a ella.

―Volveré pronto... ―depositó un beso en la frente― Te amo...


Cuando Javier llegó a su casa subió directo a su habitación, tomó ropa limpia y se metió al baño a tomar una larga ducha. Cada que cerraba sus ojos veía a Amelia recostada en esa cama de hospital, con golpes, con aquel tubo que la conectaba con un respirador artificial. Pero no era lo único que recordaba de ella, sus ojos a la luz de la luna, llenos de misterios, secretos y sentimientos, sus labios suaves y carnosos, el aroma a vainilla que la acompañaba. 

Después de unos veinte minutos salió del baño, se tumbó en la cama boca abajo y el cansancio hizo lo suyo.

El timbre de su casa no paraba de sonar, de mala gana se puso de pie y bajó las escaleras, agradecía haberse puesto un pants antes de dormir. Miró por la mirilla y vio a un chico sosteniendo una enorme caja.

―¿Sí? ―preguntó.

―Tengo un paquete para Javier Domínguez Gregorio ―Javier abrió la puerta y el chico le sonrió.

―¿Quien lo manda? ―tomó el paquete y lo colocó en el suelo.

―Una tal Vanessa ―Javier tomó el porta papeles y firmó, de nuevo se lo dio al chico y este sonrió―. Gracias, buen día ―el chico dio media vuelta y volvió a su coche. «Puede ser una bomba» golpeó la caja con el pie y el paquete entró a la caja, cerró la puerta tras de él y tomó de nuevo el paquete, buscó unas tijeras y lo abrió. «¿Qué demonios?» dentro de la caja había unas cuantas playeras de sus bandas favoritas, acompañadas de colecciones de discos y otras cosas.

―Vanessa ―no podía creer lo que había, casi al fondo había una nota.

"Espero que te guste. ¡Feliz Cumpleaños!"

Eso ni siquiera había llegado el mes de su cumpleaños, no sabía si devolverle el regalo o quedarse con ello. «Claro que los tienes que regresar, búscala y dile que no quieres nada... Pero lo ordenó antes de que pasara todo eso... ¿Es correcto quedarme con ellos?» Buscó su celular entre el sofá y cuando lo encontró marcó el número de Vanessa.

Ha llegado tu paquete ―dijo de mala gana.

¿Cual paquete? ―hubo un minuto de silencio por su parte―. Oh ya pues... Es tuyo habló desinteresada.

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