Capítulo XXXVIII: El juego de la muerte.

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―No es que eso no puede ser posible ―Javier se sentó en el sofá sin despegar la vista de la televisión―. Ella no...

Me parece que han encontrado algo ―la cámara apuntó a un bombero, una excavadora había tenido que asistir para ayudar a remover los escombros―. ¿Qué es? Oh por dios, es el cuerpo de Amelia, junto con el de su bebé.

―No... ―susurró―. Leo, dime que todo esto es una broma, ellos no pueden...

―Javier, lo siento tanto.

―¡No! ―comenzó a llorar―. Ellos no pueden estar muertos... Él me juró que los cuidaría... Él me dijo que cuidaría de Amelia, lo juró.

―Javier, la muerte es inevitable ―Patri le tomó las manos―. De verdad lamento que haya tenido que terminar así ―no pudo más, había llegado a su limite, abrazó a Patri y siguió llorando.

―Ella no puede estar muerta ―habló entre el llanto―. Ella no puede...


―¡Sara! ―Antonio subió las escaleras, corrió hacia su habitación. Su esposa estaba recostada en la cama, sus ojos se abrieron y se sentó. Corrió al armario y buscó alguna maleta no tan grande, cuando la encontró guardó varios documentos, así como dinero y un poco de ropa.

―¿Que pasa? ―preguntó risueña.

―Tenemos que irnos ―te tomó las manos y le ayudó a ponerse de pie.

―¿Que? ¿Por que?

―Mi padre perdió la cabeza. Hizo que la casa de mi hermana explotara, Sara por favor ponte lo zapatos, iremos a ver a Vicente ahora mismo.

―Pe-Pero...

―¡Sara por favor! ―el rostro de su esposo estaba rojo, las venas le resaltaban en la sienes―. Mató a mi hermana y mi sobrino...

―Por dios...

―No quiero que te pase nada malo, por favor.

―Me los pondré en el auto, vayámonos.

Antonio ayudó a Sara bajar por la escaleras, ayudó a Sara a subir al auto, dejó la maleta en la parte traer ay volvió a la casa. Corrió hasta una de las repisas y tomó un par de fotografías, volvió al auto y subió.

―En marcha.

―¿Por que regresaste por esto? ―Antonio encendió el motor y se puso en marcha. Sara tomó los retratos y comprendió por que había vuelto. En una foto estaba Antonio, Tadeo y Amelia con su madre. El otro era de su boda―. Antonio...

―Esto se esta saliendo de control ―se estiró para abrir la guantera, sacó un paquete amarillo y se lo entregó―. Ábrelo.

―¿Que es esto? ―rompió el sello y sacó su contenido. Eran varios pasaportes falsos―. Antonio...

―Te irás a la casa que adquirimos haya en Madrid, tienes que hacerlo.

―No... ¡No te dejaré!

―Sara, por favor ―no despegó la vista del frente, acarició el vientre se su esposa y dejó libre unas cuantas lagrimas―. Te amo.

―Yo también te amo.

La noche cayó, ya habían manejado al menos seis horas. Se detuvieron en una gasolinera, cuando llenaron el tanque volvieron a avanzar en busca un motel. Tras una hora encontraron uno, se registraron y caminaron hasta su habitación.

―¿Como te sientes? ―Sara se recostó en la cama, se quitó los zapatos y subió pies.

―Estoy muy cansada y tengo hambre.

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