Capítulo XXIX: Estas sola.

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Los días habían pasado. Chris había vuelto a México, el plan estaba en marcha.

Amelia miraba una enorme pantalla llena de números y letras. Pero solo uno le interesaba a ella. Había empacado poca ropa, no hija de vacaciones o algo así. «Se que me odiara para siempre» pensó «Esto tiene que terminar» repitió. No había podido dormir en días pensando en eso.

—El vuelo 323, con destino a México, Monterrey está abordando —indicó la voz de una mujer por el altoparlante.

Tomó su bolso y caminó hasta la puerta, sus papeles fueron revisados y la dejaron pasar. Cuando encontró su lugar, se sentó y miró por la ventanilla. Todo estaba apunto de cambiar.

El vuelo duró doce horas aproximadamente, sus piernas se sentían entumidas. Espero frente a la banda donde el equipaje pasaba. Su celular comenzó a sonar, otra vez.

Javi —contesto cansada—, me has marcado más de siete veces desde que aterrice.

Lo sé —su voz sonó un poco tímida—, es solo que me sorprende que hayas decidido venir.

Nunca he estado en Monterrey —remarcó.

¿Has tomado tu equipaje?

Sigo esperando —suspiro.

Bien, te estaré esperando.

La llamada terminó, una pequeña maleta negra se acercaba a ella, la tomó y salió de allí. Camino por un estrecho pasillo hacia la sala de espera. Allí estaba él, sentado en una hilera de sillas metálicas. Su corazón se paralizó por un momento.

—¡Javi! —le grito, comenzó a saludar agitando la mano con entusiasmo. El hombre se puso de pie y corrió hasta ella.

—¡Amelia! —la cargo mientras daban una vuelta—. Te he extrañado mucho —la dejo en el suelo y tomo su rostro entre sus manos.

—Yo también te extrañe mucho, Javier —sonrió—. Esto de volar no es lo mío, el cambio de hora me ha golpeado sin piedad.

—Vamos, te llevaré al hotel —Javier tomó la maleta, entrelazo sus dedos con los de su novia.

—Vaya, nunca habías dicho algo así.

—No seas una mal pensada, pero si, también podemos hacer eso —sonrió pícaro. Ambos caminaron hacia la salida principal.

Cuando salieron del aeropuerto subieron a un taxi, este los llevó hasta el hotel donde los demás se hospedaban. Amelia se impresiono al ver la cantidad de personas que había, eran demasiadas a decir verdad, tuvo que cubrir el rostro para que nadie pudiese reconocerla.

Bajaron del taxi tomados de la mano, unos azafatas salieron a hacer una barricada para dejarlos pasar. Javier pasó por delante y Amelia por detrás.

Entre gritos, empujones y uno que otro jalón, llegaron a la entrada del hotel las puertas se abrieron y entraron, avanzaron directamente al elevador. Javier presiono un botón y esperaron, las puertas se abrieron y entraron.

—¿Estas bien? —preguntó Javier. Amelia se recargo en su brazo y asintió.

—Solo estoy cansada —acaricio su cabello—. Me duele el trasero de estar tanto tiempo sentada —Javier sonrió al escuchar eso.

—Haré que te duela mas, si gustas —Amelia se sonrojo.

Las puertas volvieron a abrirse. Salieron del elevador, caminaron casi hasta el final del pasillo. Javier abrió la puerta, Amelia entro deprisa y se aventó a la cama, se saco los zapatos y abrazo la almohada.

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