Capítulo XVIII: In memoriam.

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―¡Mamá! ―gritó Tadeo desesperado. Antonio abrazó a su hermano, el cual escondió el rostro en el pecho de Antonio.

―Tadeo, tranquilo... ―murmuró―. A ella no le gustaría verte así. Por favor... ―suplicó a punto de llorar.

―No seas marica ―se hizo sonar una voz grave, Antonio miró de mala gana a su padre.

―Tu, maldito ―Antonio apretó la mandíbula y apartó a su hermano, caminó hasta su padre y lo tomó por la camisa―. ¿Cómo pudiste hacerle esto? ―lo zarandeó―. Eres un maldito monstruo, te destruiré ―Martín Dávalos le dio un fuerte golpe en la pierna derecha, Antonio lo soltó y cayó al suelo.

―¿Crees que te tengo miedo? ―se arrodilló hasta él, tomó su barbilla y lo miró sombrío―. Pues que comience el juego, hijo ―le dio unas pequeñas bofetadas en la mejilla izquierda y se marchó de la habitación.

―¿Estás bien? ―preguntó Tadeo tomando del brazo a su hermano, lo ayudó a ponerse de pie y sentarse en una silla.

―Es un maldito ―soltó, los músculos de la mandíbula resaltaban por la presión.

―Antonio ―musitó Tadeo, su rostro estaba más pálido de lo normal―. Si hablamos ahora...

―Entiende que no podemos, Amelia estaría en el ojo de la tormenta ―tomó su pierna y la apretó con sus largos y gruesos dedos―. Tengo que ir...

―Pero...

―Tadeo no hay otra opción y si la hay... ―miró con miedo a su hermano, Tadeo miraba al suelo―. Me gustaría saber cual es ―Tadeo dio unos pasos lejos de su hermano. 

―Amelia tiene que volver ―Antonio se puso de pie, se llevó una mano a la pierna en señal de dolor ―. Estoy cansado de seguir así, estoy tan cansado y ahora que mamá ya no estará... No quiero seguir con esto. ¿Acaso tu sí?

―Tadeo ―trató de caminar hasta él, su pierna entumecida hizo que cayera al suelo.

―Tienes que llegar a ella antes que Chris y mi padre ―Tadeo que acercó a él―. Tráela de vuelta.






―Tienes que ir ―habló Javier frente a Amelia, sentía sus fríos dedos apretando sus hombros―. Amelia ―sacudió la cabeza de un lado a otro y volvió en sí.

―No ―respondió después de unos minutos―, no iré.

―Es tu madre ―Javier la miraba preocupado, Amelia se había paralizado por más de una hora, sus ojos habían perdido brillo y su piel había palidecido―. Amelia ―susurró.

―No puedo... ―comenzó a tiritar, las lágrimas no tardaron en salir―. No puedo...

―Te llevaré, yo te acompaño ―desesperado tomó sus muñecas e intentó ponerla de pie. Amelia se soltó bruscamente y Javier la miró confundido.

―Lo siento Javier ―se puso de pie y tomó su ropa del suelo―. Pero si quieres ir, ve tú solo. Yo no pienso poner ni un pie allí ―terminó de ponerse su pantalón y su camiseta, salió de la habitación y bajó las escaleras; salió de la casa y se metió a su auto, lo puso en marcha y se alejó de allí.



―Tienes que ser fuerte, cariño ―susurró su madre mientras acariciaba su cabello.

―Tu eres débil  ―se alejó de ella y la miró molesta―, no entiendo por qué no te marchaste cuando pudiste...

―De haberlo hecho tú no estarías aquí ―la mujer trató de acariciar la mejilla de su hija pero ella le dio un manotazo.

―Pues hubiera preferido no haber existido nunca ―se dio media vuelta y subió los primeros escalones―. ¡No soporto estar aquí y verlo!

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