Capítulo XX: Familia Davalos.

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Antonio Davalos Navarro, el primer hijo de Martín Davalos y Elizabeth Navarro, un hombre inteligente e intimidante, Antonio había crecido lleno del amor de su madre y un cierto... cariño de su padre, Antonio no era nada afectivo con ninguno de sus hijos y menos con él.

―Joven Davalos ―Sara se asomó por la puerta y entró a la oficina de su esposo.

―¿Que pasa Sara? ―bajó los papeles que miraba y le dedicó una sonrisa a su esposa.

―Tu padre quiere verte... ―tomó con fuerza su cuaderno y lo pegó más a su pecho―. Viene con una chica... ―bajó la mirada.

―Tiene que ser Ilse... ―Antonio se puso de pie y caminó a Sara, tomó su mano y la llevó a su corazón―. ¿Sientes eso? ―refiriéndose a sus latidos, Sara asintió sonrojada―. Es por ti y por nadie más, no me arrepiento de nada ―acarició su rostro y Sara sonrió.

―Tienes que decírselo...

―Lo haré, haslo pasar y quédate por favor ―soltó, Sara dudó por un momento y asintió.

Sara salió dejando la puerta abierta, se escucharon algunos murmullo y entró su padre, detrás de él caminaba una mujer rubia que llevaba un vestido color blanco pegado al cuerpo y unos tacones altos, Sara fue la última en entrar y cerró la puerta detrás de ella, Antonio la miró y camino para detenerse a su lado.

―¿Qué hace tu secretaria aquí? ―murmuró Martín.

―¿Qué hace ella ―miró a la rubia― aquí?

―Es tu futura esposa, hijo ―Martín miró de mala gana a Sara―. Tenían que conocerse antes de la boda.

―Creo que ya te había dicho que no era necesario, no estoy y no estaré interesado en ella ―Antonio miró al escritorio y movió algunos papeles―. Te puedes ir Ilse...

―Por favor, cariño, no digas tonterías ―respondió Ilse con su voz chillona―. Estás nervioso por nuestra boda, elegí un vestido tan hermoso, iremos a París para nuestra luna de miel...

―¿Luna miel? ―interrumpió Antonio―. Creo que es mejor que termine con esto ―se puso de pie y tomó de la cintura a Sara―. Padre te presento a mi esposa... ―sonrió mirando a Sara―. Llevamos un año juntos ―Martín lo miró confundido, después se soltó a reír.

―Vaya, hijo. No pensé que tuvieras tan buen sentido del humor, tu, casado con una secretaría ―volvió a reír, esta vez con más fuerza.

―No es una broma ―sentenció Sara, Martín se detuvo y apretó la mandíbula―. Estamos casados desde hace un año... ―Martín se puso de pie dando un golpe sobre el escritorio.

―Esto tiene que ser una broma ―murmuró―, Antonio...

―Ya te lo hemos dicho, no es una broma. Amo a Sara y ella me ama a mí, no se por que te molesta eso.

―Teníamos planes, Antonio y tú... ―pasó su brazo sobre el escritorio tirando todo lo que había, incluyendo un cuadro de Antonio y Sara juntos―. Se divorciarán, eso es todo, el problema está resuelto.

―¡No! ―gritó Antonio molesto―. Ya no haré más lo que tu me digas, no me divorciare se Sara, no me importa si arruine tus planes. A mi solo me importa mi felicidad. Así que lárgate ahora mismo y no quiero que vuelvas a mi oficina ―Martín lo miraba con los ojos abiertos de par en par, nunca nadie lo había confrontado de esa forma. Martín tenía miedo, eso significaba solo una cosa. Su punto débil era ese y Antonio lo había descubierto por su propia cuenta.

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