Capítulo XXXVII: Muerte a todos los Davalos.

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―¿Te gusta como suena? ―Javier se quitó los cascos*.

―Me gusta mucho.

―¿Habéis oído? ¡Le ha gustado como suena, cojonudos! ―gritó Txus a sus espaldas―. ¿Puedo hacerte una pregunta?

―Ya la habéis hecho.

―Graciosillo el tío, la otra canción ¿la has escrito para ella?

―Era una carta, su hermano mayor fue quien te la hizo llegar, no yo. La verdad es que no tengo ningún problema en que la metas al disco, si te parece que esta bien y va con las demás adelante.

―Lo que me preocupa es como la cantarán en vivo. Te he visto cuando tratas de ensayarla, ni siquiera puedes terminar la primer estrofa.

―Joder tío, confía en mi, verás que lo haré bien y que hasta tú vais a llorar.

―Eso me ha dado un poco de miedo.

―A mi también.

―¿Pues que esperas? Anda a grabar.



―¿Estas listo? ―Amelia descubrió los ojos de Antonio. La vista era espectacular: el jardín estaba decorado con banderines de colores rosas y azules, en la parte trasera había una larga mesa con dulces, aun lado estaba la mesa de regalos.

―¿Tu hiciste esto? ―preguntó Antonio―. No ―se contestó a si mismo al mismo tiempo que veía a su hermana orgullosa por lo que había preparado― ¿O si?

―Antonio, no soy una buena para nada. El pastel lo sacaremos después. Si llega a llover cambiaremos las cosas para adentro ¿Qué te parece?

―¡Es fantástico! ―la cargó y comenzó a dar vueltas―. ¡A Sara le encantará!

―Si bueno, pero ahora bájame ―pidió, la dejó sobre el suelo y acomodó su ropa―. Iré a arreglarme, los invitados no tardan en llegar.

Amelia subió las escaleras, se encerró en el baño de su recamara. Después de un corto baño salió de la regadera con una talla cubriendo el cuerpo y una enredada en el cabello; salió a su habitación, caminó hasta su armario y allí se vistió. Después de un rato salió, Chris estaba sentado al borde de la cama, su rostro estaba serio.

―¿Que pasa? ―Amelia hizo a un lado su cabello, le acarició su rostro preocupada.

―Tu padre quiere verme en dos días...

―¿Y?

―Creo... Creo que sabe algo...

―Eso... Eso no puede ser posible ―sonrió nerviosa―. Por que nadie más sabe sobre esto.

―Eso es lo que más me preocupa, si intenta hacer algo encontra de mi o peor aun... ―la miró con preocupación.

―¿Crees que sería capas de hacer eso?

―Mató a tu madre, casi mata a tu hermano. Amelia, si algo les llega a pasar ―abrazó, acarició su largo cabello y le dio un beso en los labios.

―No nos pasará nada.

En la tarde comenzaron a llegar los invitados a la fiesta, la mayor parte eran pajeras jóvenes y sin hijos. La velada avanzó lento, entre juegos, chistes y uno que otro albur. el momento más esperado había llegado, una enorme caja con un enorme moño color blanco en la parte de arriba estaba colocado al centro del jardín. Antonio y Sara se acercaron, cada quien tomó un extremo de la cinta y lo jalaron.

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