Capítulo XXIV: ¿Estás embarazada?

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―Lamento lo de hace un rato... —murmuró Antonio, la cabeza de Amelia estaba recargada sobre su pecho—. Pero tengo miedo de perder a alguien más.

―Es algo que no puedes evitar —habló Amelia con frialdad—, la muerte llega en cualquier momento.

―Eres demasiado joven para pensar así...

―Casi muero en tres ocasiones, tal vez más —miró el cielo estrellado.

―¿Eres feliz? —Amelia miró a su hermano, recargó una mano sobre su pecho y miró dentro de la habitación, Javier estaba profundamente dormido. Miró a su hermano y sonrió apenada—. Jamás te había visto tan feliz...

―Se siente bien... —se puso de pie y caminó hacia el barandal—. Él me hace feliz, yo... —se abrazó a si misma.

―¿Estas embarazada? —preguntó Antonio, Amelia se volteó bruscamente y lo miró molesta—. Lo siento —se encogió de hombro— pensé que me dirías eso.

―Eres un tonto, no te iba a decir nada de eso...

―Hablando de eso... —bajó la mirada.

―¿Sara está embarazada?

―No... que yo sepa, no somos tan idiotas, uso condón —regañó a Amelia—. Solo quiero saber si tu y él...

―¡Antonio! —le dio una palmada en la cabeza, este comenzó a reír—. No tengo porque estarte contando lo que hago con él —se sonrojó.

―Oye, no es que yo quiera ver las cochinadas que hacen. Pero si tu llegaras a estar embarazada y Chris te encuentra... Bueno no solo él, si no también papá...

―Eso ni siquiera se me ha pasado por la mente, Antonio, eres un idiota —lo volvió a golpear.

―Viven juntos, tu a veces eres una maldita pervertida...

―¿Pervertida? —respondió ofendida, una serie de imágenes vinieron a su mente; aquella noche en el cuarto del hospital, cuando Javier se metió a la pequeña cama, la noche en la que había salido del hospital... La primera vez que lo habían hecho. Su rostro comenzó a arderle, cubrió su rostro con las manos—. No soy una pervertida...

―Solo dime si se cuidan o no...

―Mira que hora es... —miro su muñeca desnuda—. Tengo sueño, iré a dormir, tal ves tu deberías hacer lo mismo... —caminó a la puerta, Antonio tomó su brazo.

―Eres tan mala para mentir, hermana —le besó la frente—. Aunque pensándolo bien —comenzó a susurrar, pasó por un lado de la cama y miró fijamente a aquel hombre que descansaba—, no me molestaría tener sobrinos... Tal vez dos —abrió la puerta— o más —salió de la habitación y cerró la puerta, Amelia se quedó de pie y pasó una mano por su vientre. Una ligera sonrisa se dibujó en su vientre, se imaginó a ella misma con un vientre de al menos cinco meses, Javier hablando con el bebé y de vez en cuando cantándole.

―Te verías hermosa... —susurró Javier, Amelia se sobresaltó y miró al frente, estaba sentado con la espalda recargada sobre su almohada y parte de la cabecera—. Serías una madre estupenda.

―¿Como sabes eso? —Amelia caminó a la cama, subió a ella y se sentó sobre las piernas de él.

―Solo lo sé —sonrió, pasó una mano por su corto cabello y fue bajando hasta su vientre. Se quedaron en silencio.

―Jamás me han gustado los niños —rompió el silencio Amelia—. Los bebés son muy llorones, solo comen, duermen y hacen del baño... Lloran cuando tienen sueño o hambre. Cuando son más grandes se vuelven groseros y quieren tocar todo...

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