Capítulo XXXIII: Fiesta de compromiso.

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Ya había pasado al menos dos meses desde que Amelia había regresado, su padre había planeado una gran fiesta antes de su boda, la cual se celebrará este sábado por la tarde. Chris no debaja de sacar y sacar corbatas de su cajón, se ponía una y se la quitaba solo para ponerse otra.

―¿Como me veo? ―preguntó por fin.

―Bien ―Chris le dedicó una mirada retadora―. Te ves muy bien.

―¡Amelia!

―Cariño tranquilízate, no importa que corbata te pongas, te veras muy guapo de todas formas ―el hombre sonrió, gateó sobre la cama y le dió un corto beso.

―¿Estas lista?

―La verdad no quiero ir.

―Vamos Mel, dale gusto a tu padre ―besó su frente―. Nos dará una buena escusa para entrar a tu habitación.

―Oidio que tengas razón ―alejó a Chris y se levantó de la cama, acomodó su largo vestido y su cabello―. No queremos hacer a los invitados esperar.





―Txus, no puedo creer que sea aquí ―Patri miró por la ventanilla de la van, la gran mansión estaba iluminada por fuera y muchas personas con vestidos elegantes entraban en forma elegante.

―¡Ostia, miren que casón! ―exclamó Txus―. ¿Cómo dices que se llaman?

―No dieron nombre, de hecho es un regalo sorpresa.

―¿Estas bien, Zeta? ―Javi le dio un golpe con el brazo, Zeta parpadeó un par de veces y asintió.

Una persona se acercaba a ellos por el paso de autos, abrieron la puerta y el hombre entró.

―¡Es un placer que hayan aceptado mi invitación!

―¿Antonio Davalos? ―Zeta abrió los ojos, su corazón se aceleró―. ¿Vives aquí?

―Que si vivo aquí, es la casa de mi padre y los he traído aquí como un obsequio para mi hermana.

―¿Tu hermana?

―¿Se conocen?

―¿Quien es este hombre tan más apuesto?

―Si, mi hermana, si nos conocemos y soy casado...

―Oh... ―suspiró Patri un poco decepcionada.

―¿De donde se conocen ustedes dos? ―preguntó Frank con su ronca voz.

―Salió con mi hermana, ustedes ya la conocen.

―¿Amelia? ―preguntaron todos.

―Sí ―respondió con dificultad―. Amelia Davalos.

―¡Es rica!

―Lo siento ―contestó después de una breve pausa―. Yo no quiero estar aquí.

―¿Por que no? ―preguntó con descaro Antonio―. Mi hermana me lo debe, humilló a mi esposa frente a nuestro padre, aparte esto es super, si aun le importas le dolerá hasta el alma...

―¿Si aun le importo? ―preguntó con incredulidad.

―Deseará jamás haber regresado y haberse quedado en ese lugar contigo. Aunque claro, es obvio que ya extrañaba el buen servicio de la servidumbre.

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