Capítulo veintiúno.

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21.
Simon.

El rostro de Alexa reflejaba como un espejo lo avergonzada y nerviosa que estaba. Yo aún no podía creer que estuvimos a poco de terminar teniendo sexo. Me había dejado llevar por el momento, tanto así que por mi cabeza no pasó el hecho de que era Alexa a quien besaba y a quién se suponía debía cuidar y no subirla a mi regazo en la primera oportunidad que se diera.

Me sentía un canalla, no solo por haberla detenido, si no también, por haber dejado que se diera tal situación. Era confuso, lo sabía, pero tener a Alexa avergonzada y hasta tal vez humillada me hacía sentirme como un completo idiota.

—Eres hermosa —solté.

«Lo empeoras, Simon, lo empeoras»

Soltó un grito ahogado.

—Lo digo, porque —un nudo en mi garganta me privó de explicar a lo que me refería.

—Simon, dejémoslo así. Solo hay que olvidarlo y seguir adelante, nada de besos, nada que nos confunda y nos haga quedar mal ante nosotros mismos.

Sus palabras fueron un golpe bajo. ¿Olvidarlo? Si besarla me tranquilizaba de una manera enorme, tanto así que no me importaría nadar contra viento y marea todo con tal de recibir la tranquilidad que todo su ser me transmitía. Pero decirle eso lo único que causaría sería un miedo terrible en ella, porque claro, ella no espera que le diga que mi tranquilidad comenzó a depender de ella.

Sería algo muy egoísta de mi parte.

Y muy raro para los dos porque, a penas y yo comenzaba a asimilar esto, el que mi tranquilidad se mantuviera firme a su lado, ahora, si a mí me parecía confuso y precoz: para ella sería peor, ¿no?

—Claro —tome aire y despeje mi mente— hay que dejarlo así. No más confusiones... No más nada...

—Somos adultos, hay que saber llevar esto ¿no?

La conversación comenzaba a parecerme forzada.

—Sí, adultos...

Quise llorar y revolcarme en el suelo como la haría un niñito malcriado, quería gritarle que qué tenía de malo besarnos, que por qué era tan hermosa y me hacía sentir tan genial, y aparte quería gritarme a mí mismo que por qué comenzaba sentir todo esto por ella si se suponía que el amor de mi vida era otra chica.

—¿Simon, todo bien?

¡Joder!

Había tantas cosas que rodeaban mi cabeza, eran tantas que hasta a mí me parecía perturbante, no podía someterla a esto, no podía someterla al desastre de sentimientos que había dejado la prometida de mi hermano, no podía. Pero algo en mí, algo muy profundo en mi me decía que no habría problema, que este tipo de cosas lo hacían las personas de mi edad; enrollarse con una y con otra.

Sabía que esa voz que me lo decía estaba equivocada.

Y que hacerlo era la peor de las decisiones, porque Alexa no parecía de esas chicas con las que te acostabas para liberar las angustias, no. Aun así, no me pude resistir.

Me acerque a ella, dejando aproximadamente dos milésimas entre su rostro y el mío. Tomé sus mejillas entre sus manos, y con el cuerpo temblándome por completo cerré los ojos, abrí la boca y me dispuse, con todo el valor que no sabía que tenía, a contarle lo que sucedía.

Pero alguien tocó la puerta y me interrumpió.

—¡Joven! Se les hace tarde.

Abrí los ojos. Alexa me miraba, con su boca entreabierta, confundida. Sus mejillas rojas, teñidas de sangre. Yo también me sentía confundido, no sabía lo que me pasaba, ¿por qué actuaba así? Por qué actuaba como un alguien aventado, alguien a quién no le interesaba el resultado de sus acciones.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora