Capítulo uno.

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1.

—Tomas tu tiempo libre para ensayar, la música es tu vida Alexa, por qué piensas dejarlo.

Reprimí mis impulsos de levantarme y salir azotando la puerta. Papá me tenía cansada, su charla sobre dejar la música me sofocaba conforme pasaba el tiempo, y su forma de mandarme me volvería loca. Ya me sabía de memoria todo lo que me diría, comenzaría echándole la culpa a salidas nocturnas y mis chats con amigos, luego terminaría diciendo que no me empeñaba en hacer las cosas mejor. Yo solo quería salir, vivir como todo joven lo haría, ir a fiestas, tomar hasta no recordar quien soy, levantarme tarde, disfrutar los fines de semana con mis amigos. No pasar todo mi tiempo libre ensayando partituras, tocando el piano o aprendiendo notas de memoria. Amaba tocar, amaba escuchar como las teclas hacían música, sentir el ritmo de un buen clásico, revivir a Chopin, deleitarme con Mozart... Amaba el piano y adoraba la música con todo mi corazón. Pero ser obligada a tocar comenzaba a ser cansado.

—Tomas tu tiempo libre de la universidad. ¿Cuán difícil puede ser? —acarició mi mejilla— Hermosa, lo hago por tu bien, a tu mamá le gustaría haberte visto ensayando para llegar a ser la mejor. Es solo cuestión de tiempo, te volverás a enamorar de la música.

Enamorada ya estaba, pero no al punto de sacrificar mi felicidad por ella, y eso mi papá no lo entendía.

Suspire derrotada. Papá no descansaría hasta tenerme toda una noche encerrada aquí, tocando cada una de sus piezas favoritas.

—Está bien —me sente frente al piano—. Te dare mis horas libres para ensayar, pero solo por este concierto, en los demás ensayaré con Nathan.

Papá bufó y se colocó a un lado del piano.

—Ese chico no sabe nada -reacomodó las partituras—; Toca en ese lugar de mala muerte que su padre llama cuadrilátero, eso solo es un matadero de personas.

El padre de mi mejor amiga tiene un local de boxeo, hijos de adinerados se reúnen en ese lugar para apostar y deleitarse en los recesos con música clásica, es ahí donde entraban Nathan y Julissa -mi amiga-, ellos tocaban para su padre. Los conocí en el instituto de artes músicales, donde fui obligada a ir por mi padre. Estudiamos cinco años juntos, luego la universidad nos separó de Nath por los años.

—No es un lugar de mala muerte —defendí— varios de tus amigos van a ese lugar, y dan buenos comentarios sobre él.

—Unos cuantos, son pocos.

Papá se empeñaba en desprestigiar el local, de vez en cuando se sentaba a renegar todo el día sobre lo horrible que podía llegar a ser combinar el boxeo con la buena música, decía que ellos eran los que enseñaron a desperdiciar lo bueno de un clásico.

—Iré por agua. Toca las primeras partituras, te escucharé desde la cocina, nada de distraerse Alexa —dió unos golpecitos en mi hombro y salió.

Solte un bufido, el cual hizo eco en la gran habitación. Me encontraba en el centro de esta, rodeada por pianos a medio hacer y uno que otro violín que mi padre arreglaba. El trabajo de mi progenitor era crear instrumentos, los mejores de América -según las revistas de arte-. De ahí el afan por hacerme tocar, él decía que cómo iba a fabricar instrumentos si su única hija no tocaba aunque sea uno, y como el piano es su favorito me indujo a tomar clases, luego Nathan me pasó su amor por el instrumento, y por último termine aquí, siendo ensayada por mi padre.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora