Capítulo treinta.

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30.
Simon.

Tercer día del campeonato.

Al día siguiente, me encuentro siendo sermoneado por parte de mi entrenador, mi cuerpo duele por la pelea de ayer en la noche, y en mi cabeza un golpeteo insistente me hace pasar por alto la voz de aquel hombre. Miro a Alexa, ella reposa su cuerpo en el umbral de la puerta, me mira apenada por los gritos que me propina el entrenador, pero entre mi dolor de cabeza y los gritos; solo logro apreciar el rostro de ella. Con su rostro fino, tan dulce y frágil. Algo en mi pecho se remueve al verla, y me siento como un adolescente enamorado, me siento como un escultor apreciando una buena obra de arte, como alguien aferrándose a la vida de una manera reconfortante.

No logro apartar la mirada, y tenerla tan lejos me produce angustia. Desde ayer siento que me he entregado completamente a ella, no solo respecto a lo físico, sino también a lo sentimental. Le he expresado todo aquello que me reserve por años, aquello que ni a mis propios padres me atrevía a decirle. Y ella ha comprendido de la mejor manera, y no se ido, no se ha alejado de la manera en la que pensé que lo haría.

Esto fluye tan rápido.

Tan rápido que me aterra.

—Simon, sabes qué hubiera sucedido si el director estuviera aquí. ¡Gracias a Dios no lo estaba! Te hubieran descalificado por agresión a los aficionados. Nos hubieran descalificado, ¡Dios quiera no sea así si llegan rumores de tu insignificante pelea!

Bajo la mirada, tomo aire y miro más allá de donde se encuentra la lona, donde debió quedar tumbado Aaron, donde lo golpee. Recordarlo me hace llenarme de adrenalina, pero bajo mis indicios respirando por la nariz y exhalando por la boca, haciendo lo posible para controlarme y no lanzarme sobre mi entrenador.

—¡Mírame Simon! —su grito me altera, pero no reacciono de forma violenta— ¡Mírame y dime que no habrá más peleítas insignificantes!

Lo miro, su rostro es viejo, el rostro de un hombre gastado por los años, el rostro de un boxeador, con su nariz torcida y sus pómulos gachos. «Tal vez me vea así» me remuevo en el asiento con ese pensamiento, me debo ver devastado, derrotado y apabullado.

—No habrá más peleas insignificantes —Alexa me mira, y sabe que nada de esto es mi culpa, y que yo no debería estar siento sermoneado por algo que tarde o temprano sucedería.

—Confío en ti, Simon. Rowling también lo hace, y no creo que quiera darse cuenta de todo esto —suspira—. Ahora sube a la lona.

Me vendo las manos, Alexa se acerca al terminar la conversación. El alma me vuelve al cuerpo cuando ella está a mi lado, sonrío al abrazarla, cuando me alejo la beso. De cierta manera necesitaba de ella, aún intento rehabilitarme en esto de estar atraído de esta manera por ella, pero limitarme a mirarla me es una condena.

—¿Todo bien? —me ayuda con la última venda.

—Eso creo —la miro— creo que todo estará bien si no vuelvo a descargar mi ira de esa manera.

—Pero ya todo está tranquilo ¿no? —termina de vendarme y acaricia mis hombros— Ya no hay nada que te ponga mal, ¿o sí?

Sostengo mi mirada, ella espera una respuesta reconfortante, una en la que todo lo que ella quiere sea realidad. Pero la verdad es que no esperaba nada bueno, porque así me lo ha enseñado la vida; te ablandan el golpe con un lindo gesto, y luego te lanzan al vacío. Y en estos momentos Alexa era el lindo gesto que me había dado la vida, y ahora solo me quedaba esperar el golpe al vacío.

—¿Simon? —insiste.

—Claro —miento— ya no hay nada más que me ponga mal, que nos ponga mal.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora