4.
Alexa.La alarma sonando cada cinco minutos, una melodía pintoresca era tocada con afán, las cortinas de mi habitación aún cerradas, las cobijas sobre mi cuerpo y un abrigo deportivo como mi pijama. La puerta se abrió de golpe, me levante al escuchar la madera rechinar por la fuerza ejercida. Mi padre entró con su ropa deportiva, levantó las cortinas, apagó la alarma, me quitó las cobijas y me miró antes de salir.
—La próxima vez intenta llegar temprano —cerró la puerta de la misma manera en la que la abrió.
Me quede sentada en la cama inspeccionando el lugar: La luz que entraba salvaje por las ventanas, ropa y zapatos a orillas de la cama, la alarma marcando la hora, y frente a mí un gran espejo mostrándome lo desastrosa que me encontraba con aquel abrigo que me quedaba enorme.
—Estúpido —dije, aun mirándome en el espejo—, eres un tremendo tonto, un tonto orgulloso.
Simon y su maldita forma de sonreír, no solo eso, si no su maldito orgullo. No dejó que le diera el dinero, y yo, empeorando las cosas, lo abofetee. ¿Era posible todo esto? El sentirme abatida por una persona que apenas y conocía. Estaba furiosa con él y conmigo. Con él por haberme llamado hija de papi, y conmigo por haber reaccionado de una manera violenta, pude haberme resistido, pero ni yo misma me pude controlar, solo sentí el tacto brusco con su mejilla y luego el ardor en mi mano.
Mire el abrigo, muy caballeroso de su parte irse hasta su casa muriéndose de frío. En parte se lo agradecía, Russel llegó demasiado tarde, pero por otra parte no quería nada de él o eso creo. Ahora debía irle a dejar el abrigo, y lo volvería a ver. Tal vez y ya más tranquilo me aceptaría el dinero.
—¡Alexa a desayunar! —la voz de mi papá me hizo despegar la vista del abrigo.
—¡Bajo en diez! —me levante de la cama con pesadez.
Entre a la ducha, lave mi cabello y cuerpo, cinco minutos más en la ducha y mis dedos quedarían como pasas, luego de todo ello acabe con mis necesidades.
Llegue al comedor de seis campos, uno era ocupado por mi padre junto a su computador, con café en la mesa, cereal, tostadas y el periódico en la sección de artes. Al otro lado, mi silla vacía, jugo en la mesa, cereal, frutas y las partituras que tocaría el domingo en la tarde.
Tome asiento, esperando que papá despegara la vista del computador y me diera orden alguna sobre los ensayos o me explicara como iniciaría la presentación. Pero él no se movió, ni me hablo, solo dejó su computador a un lado de la tasa de cereal y tomó el periódico.
—¿Tocaré conforme las colocaste? —inicié la conversación.
—Tal vez —no despegó la mirada de la sección de artes.
—¿Entonces lo hablaremos hoy en el ensayo? —me lleve una cucharada de leche a la boca.
Russel entró al comedor, pasó a mi lado y con una sonrisa me deseo los buenos días. Mire a mi papá, él aún centraba su atención en el periódico.
—Seguro —dejó todo en la mesa—, si no se te vuelve a ocurrir ir a tocar en el bar.
Clave mi mirada en la tasa. Mi pecho resistió lo rápido que golpeaba mi corazón, resistí el mirarlo. Sabía muy bien que sus ojos oscuros me amenazaban con no quitarme la vista de encima hasta que dijera la verdad.
—Soy mayor de edad papá —tome aire— tengo el derecho de ir donde quiera.
—¿Y desgastarte tocando para borrachos que no aprecian la buena música? —se levantó— Eres una vergüenza Alexa, se supone que eres lo suficientemente inteligente para mostrar tu talento a quien lo merece.
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La melodía del luchador.✅
Ficção AdolescenteSimon Hoyles vive bajo la traición de su hermano mayor, después de todo el tiempo que ha pasado intentando superar aquello se le es muy difícil olvidarlo. Ha tenido que pasar noches enteras bajo golpes de otros para poder así calmar sus angustías y...