Capítulo cuarenta.

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40.

Adaptarme al frío de esta ciudad era algo imposible, no me bastaban los chalecos y abrigos que llevaba en mi equipaje. Por eso, al llegar, tuve que ir directo a una tienda y comprar una gabardina que me calentar lo suficiente para pasar los fríos de esta época. La chica que me recibió en el aeropuerto se presentó como me compañera de residencia y guía. Se notaba que era una chica amigable y muy activa, no paraba de hablar sobre lo genial que era estudiar en esta universidad y tocar en la gran plaza del salón de artes. A mí me comenzó temblar el cuerpo en cuanto llegamos a la residencia, no por el frío si no, por el sin fin de apartamentos que se alzaban alrededor de la universidad. Todo era un mundo totalmente desconocido, tanto por la arquitectura, como por la forma de ser de las personas.

—Hay unas cuantas reglas a seguir —abrió la puerta de nuestras habitaciones y me invitó a pasar—; en el tiempo que estés aquí deberás mantener tu área limpia, nada de chicos a altas horas de la noche, puedes recibir visitas, pero no tan tarde. La comida se te es dada, al igual que tu instrumento o utensilios de trabajo.

Deje mi equipaje en una de las habitaciones.

—Tu primera presentación será mañana —la escuche de largo— esa será la presentación que te muestre frente todo el estudiantado de arte musical.

Mire las paredes vacías, al igual que los muebles. La habitación carecía de color, sus paredes estaban desnudas, sin cuadros, fotografías o posters, tan solo una ligera pintura rosa que ya comenzaba a caerse. Tome fuerzas suficientes para no comenzar a lamentarme el estar aquí, debía ser fuerte, y empeñarme a toda costa en cumplir mi sueño. Ya lo había dicho Simon, solo era un mes, y cuando volviera me daría cuenta que todo seguía siendo igual.

—Iré por tus llaves, debo pasar a la dirección —se acercó a la puerta— por cierto, soy Ellen.

—Alexa.

Me sonríe y sale.

Comencé a desempacar; guarde mi ropa en el pequeño armario que cubría la mayor parte de la pared, luego deje todos mis libros, folios y laptop en el escritorio. De cierta forma, con el pasar de los minutos, comenzaba a sentir que todo aquí me era ajeno, que yo no pertenecía a este lugar, pero me tranquilizaba un poco diciendo que tan solo era un sentimiento pasajero, que con el pasar de los días comenzaría a sentirme más cómoda, conocería personas, llamaría a Nath, Ju y Simon. Y no me sentiría sola, no me sentiría lejana a sus vidas.

Cuando volví el lugar un poco más a mi gusto, con la fotografía de Simon en mi mesita de noche, decidí salir a dar una caminata por el campus. Ellen aún no volvía, pero imaginaba que para cuando yo regresara ella ya estaría ahí. Lo primero al salir fue el golpe gélido del aire, y los saludos de desconocidos que corrían apresurados a sus clases. La mayor parte de las veces me detuve a escuchar como los estudiantes tocaban sus instrumentos, y en otras ocasiones a ver el arte que adornaba las paredes.

Tal vez este si era mi lugar, un lugar lleno de cultura y gustos por lo clásico. Quizás, solo quizás, aquí era donde yo verdaderamente pertenecía, pero el amor me engañaba diciendo que mi lugar estaba al lado de Simon. Al lado del hombre que prefirió dar media vuelta en vez de responder a mi te amo.

Marque su número entre pensamientos torturantes y sentimientos nostálgicos.

—Hola ...

—¿Simon? Ya... —me interrumpí al escuchar que quién hablaba era su grabadora.

Me senté en una banca, evitando a toda costa el sentimiento de angustia que comenzaba a crecer en mi pecho. De seguro debía estar dormido, llevábamos muchas horas de diferencia, pero, aun así, él había dicho que contestaría a cualquier hora.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora