Capítulo treinta y ocho.

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38.
Simon.

Vivir con ella es como en un sueño, uno del cual deseo no despertar, ya que la miro y todos mis miedos desaparecen junto a su sonrisa, junto a la forma en la que me abraza y besa. Entonces me doy cuenta que ella era la indicada, que los problemas solo pasaban por mi vida para luego, a la hora de recibir la recompensa, me encontraría con ella, con una chica hermosa y de corazón noble, con una chica que me volvería loco si no la besaba, una chica que se volvería en mi único deseo, en mi única persona por amar. Y como ya todo se había acabado, como los problemas ya no formaban parte de mi vida, podía disfrutar plenamente de Alexa, ya no debía preocuparme por no herirla, ya no la haría llorar, a partir de ahora me empeñaría en hacerla reír hasta que no aguantara, en darle todo lo que se merecía; una vida mejor.

La ayudo a desempacar en mi habitación, hemos vaciado la mirada de mi guardarropa para que ella pueda guardar ahí todo lo que quiera. Y desearía que Will estuviera aquí, para sentirme infinitamente feliz al lado de él y ella. La escucho quejarse desde afuera, salgo de la habitación y la miro corriendo una de sus maletas, me mira, y su rostro está rojo por el esfuerzo, la ayudo y con ella a mi lado llevamos la maleta hasta la habitación.

—¿No te cansas? —me abraza por la espalda mientras subo una valija vacía al armario.

—No, creo que para esto me he preparado toda la vida.

Ríe en mis hombros. Siento escalofríos placenteros recorrer mi espalda, y con ella abrazándome caminamos hasta la cama, doy media vuelta y quedo frente a ella, la miro por minutos en pleno silencio, admirando su rostro, sus labios, su cuerpo... todo su ser. La miro mientras sus mejillas toman color, haciendo desaparecer esas pocas pecas que tiñen su rostro. «Esta es mi Alexa» me digo, esta es la chica que me está volviendo dependiente de ella, la que me roba el alma cada vez que me besa y abraza, con quien quiero compartir mi vida. Y puede que lo que me haya dicho Aaron me haya puesto a pensar demasiado, pero en ningún momento dude de mi amor por ella.

—¿Crees que es muy pronto todo esto? —deja de acariciar mis labios y me mira.

—Nunca creí que algo fuera muy pronto para nosotros.

Quisiera decir que daría lo que fuera por estar con ella el resto de mi vida, quisiera jurarle amor eterno, decirle que nunca de los nunca va a sufrir a mi lado, pero la vida es más indecisa que nosotros, y sé que en el peor de los casos me la arrebatará de las manos, pero por ahora, puedo jurarle que mis sentimientos hacia ella son puros y fuertes, más fuertes de lo que llegue a pensar, puedo jurarle lealtad hasta el final de mis días, y decirle que nunca me cansaré de ella, porque es preciosa, única, porque me pudo entender cuando yo ni tan siquiera lo hacía...

—Promete algo —le digo y ella gustosa accede— promete que nunca guardarás algo que te disguste, me refiero a que si te sientes incómoda con algo me lo dirás. O si algo te tortura esa cabecita tuya, ¿Okay?

Su sonrisa se borra por un momento, y temo haber dicho algo que no debía, pero ella vuelve a sonreír y con un asentimiento de cabeza acepta mi promesa. Minutos después nos reincorporamos al trabajo de guardar todas sus cosas en casa. Creamos un sitio para su piano, movemos los muebles a su gusto y antojo, después entre risas le juro convertir la habitación de Aaron en una biblioteca para nosotros dos, y la de mis padres en una para visitas. Puedo pasar todo el día haciendo esto, viéndola reír y quejarse, viéndola sonrojarse cuando cree que algo está mal. Pero el hambre nos ataca, obligándonos a cocinar.

—¿Tienes verduras en tu refrigerador? —levanta una ceja a mi dirección.

—Mamá dejó la alacena y lo demás lleno de comida —me encojo de hombros al decirlo— ella sabía que te pediría que vivieras conmigo, temía que no pasara por el supermercado.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora