Capitulo diecisiete.

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17.

La habitación olía a loción masculina, también olía a limón y desodorante en aerosol. Las sabanas eran gruesas, y me cubrían por completo el cuerpo, la cama era enorme, y lo comprobé cuando estiré mi cuerpo en busca de comodidad.

Estaba segura que esta no era mi habitación, todo estaba oscuro y un dolor insistente punzaba mi cabeza cada vez que intentaba abrir mis ojos. Me sentía como si hubiera corrido por todo New York en tacones, mis pies pesaban, al igual que mis brazos.

Definitivamente esta no era mi habitación, logré confirmarlo cuando pude mantener la mirada fija en aquellas paredes celestes con póster de bandas y una que otra prenda interior tirada en el suelo. El agua caía al otro lado de la habitación, llenando el lugar en el que yo estaba del sonido incesante de las gotas.

Intente levantarme de la cama, pero el dolor me hizo volver a recostarme. Y el peor de los casos pasó por mi cabeza: Yo y Simon besándonos en la pista de baile, pero hasta ahí morían mis recuerdos, dejando que imaginar.

Caí en cuenta de que está era la habitación de Simon, y un terror horrible me congelo hasta los huesos. ¿Simon y yo habíamos...? ¡No! No podía ser posible, no recordaba nada de la otra noche, y eso era lo peor.

Miré por debajo de las sabanas y me encontré con que todavía traía puesta mi ropa, con todo y mis zapatos. Un alivio súper enorme se alojó en mi pecho y me permitió respirar con tranquilidad, al menos no había tenido sexo con Simon. No es que fuera algo malo, pero hasta ahora no recuerdo cómo llegue aquí.

La puerta de la habitación se abrió, y Simon entró con una toalla alrededor de su cintura, todo su cabello caía como cascadas en su frente, y su cuerpo aún húmedo relucía en la oscuridad. Tomo ropa de un mueble y volvió a salir.

Me levanté de la cama y abrí las cortinas, la luz golpeó mi rostro de una manera insoportable, obligándome a apartar la vista de la ventana. El dolor de cabeza volvió, haciéndome desear estar en mi cama.

—Creí que nunca despertarías —su voz me hizo saltar del susto.

Regrese la mirada a la puerta, y ahí estaba él, con un pantalón holgado y una camisa blanca casi transparente.

—¿Qué hago aquí? —mi pregunta lo asombró tanto como a mí.

—Entiendo, no recuerdas nada —llevo sus manos a los bolsillos de su pantalón— debiste tomar bastante.

Me sentía como una cualquiera, ya era bastante despertar en la habitación de un hombre, y ahora saber que la causa de mi amnesia era el alcohol.

—Pero yo... —yo nunca tomo tan así, quise responderle.

La puerta se abrió, pero nadie entró. Fije mi mirada en la parte baja de la entrada, y un labrador jadeante se encontraba echado en el suelo.

—Él es Will —el perro gruñó en dirección a su dueño— al parecer tiene hambre. ¿Qué tal si vamos a desayunar y te explico todo?

Me alegraba saber que aún era lo suficientemente temprano como para desayunar.

—Está bien.

Al salir de la habitación pude ver que la casa constaba de cuatro habitaciones, supuse que en tres de ellas dormían sus familiares y la cuarta era el baño. Seguí a Simon hasta lo que parecía ser la cocina, toda la casa estaba en completo silencio, lo único que se escuchaba eran las uñas de Will rasgando el suelo.

— ¿Frutas y el típico jugo de naranja? —abrió el refrigerador y me invitó a tomar asiento en la mesa.

Sobre la pared de la cocina se dejaba a la vista una fotografía de dos adolescentes abrazados por los hombros, uno de ellos era castaño, con una mirada oscura y una sonrisa resplandeciente. El otro no sonreía en la foto, parecía molesto por abrazar a su hermano, y vi que era Simon, pero sin su cicatriz, así que supuse que era una cicatriz de guerra, por así decirlo.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora