Capítulo veintinueve.

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29.

Toco su rostro, todo el peso en mis hombros ha desaparecido, como si una tormenta hubiera arrasado con todo mi despecho y dolor en tan solo minutos, como si todo aquello que me ataba a la tristeza se hubiera ido junto a mis pesares. Miro a Simon y él sonríe, su cicatriz se contrae, camuflándose ahí donde su piel está sana. He contado diez moretones en su piel desde que comenzó la noche, y un sin fin de cicatrices que ya se mostraban blancas. Él las muestra orgulloso, como si todos esos golpes se hubieran dado en guerra, como si él fuera un guerrero en campo de batalla; mostrando cuanto a ganado, mostrando cuanto lo han dañado.

A mí me frustra el hecho de no haber sido suficiente para él, pero sentir sus dedos acariciando mi espalda me reconforta de cierta manera, me hace olvidar por un momento todo lo malo en mí, y fijarme de manera directa en el brillo que proyecta la mirada de Simon.

De mi Simon.

—¿Podemos hablar? —su pecho vibra al hablar y su voz en ronca.

Subo mis manos hasta torso, ahí donde no lo cubren las sábanas.

—Prefiero guardar silencio hasta que llegue la hora de volver al salón —le digo. Pero su mirada insistente prefiere otra cosa.

—Debemos hablar sobre todo lo que te he dicho —suspira cansado— sé que hay algunas cosas que debo explicar.

«Como la muerte de esos hombres» mi mente me obliga a decirlo, pero la mirada pesarosa de Simon me lo impide. Hay algunas cosas que por ley no se deben hablar, yo lo he aprendido con el tiempo, y llevar la carga de dos muertes en los hombros debe ser doloroso.

—Será mejor no hacerlo —evito sonar autoritaria— dejemos que todo fluya.

—No lo hará, si no lo hablamos habrá pensamientos dudosos que se estancarán —sus manos me atraen más a él—. Sé que tienes preguntas, solo hazlas.

Lo cierto es que con él abrazándome no hay pregunta alguna que me nazca. No es como la vez en la cita, cuando mis preguntas no eran más que curiosidades sin sentido, curiosidades que pudieron haberlo derribado en tan solo segundos. Y ahora, todo lo que necesitaba saber lo sabía. Sabía cosas de su pasado que ni tan siquiera se me hubieran ocurrido preguntar, sabía más de lo que esperaba, y aún no lograba saber si eso era bueno o malo.

—Alexa...

—Por qué no lo dejaste —hablo mirandolo a los ojos— me refiero al boxeo, por qué no lo dejaste cuando te diste cuenta que ya no valía la pena dañarte más.

Se remueve ansioso por mi pregunta.

—No lo dejé porque hubo personas que me hicieron creer que solo servía para eso —baja el tono de su voz, y todo se vuelve un suspiro— cada vez que intentaba superarme había personas que me echaban en cara que era una bestia... Y la muerte de esos hombres...

Se levanta de golpe, se lleva consigo las sábanas, me da la espalda, y por cómo se tensan sus músculos sé que le cuesta respirar. Me levanto detrás de él, lo abrazo, y en un intento por calmarlo acaricio su pecho.

—Me torturo solo —toma una de mis manos y las lleva hasta su mejilla— lo he estado haciendo por años. Y ahora que tengo siento que puedo dejar esa condena atrás. Solo no me dejes, por favor.

Su voz vuelca mi corazón, y me duele el pecho por sus suplicas.

—No tengo que ser quién te mantenga firme —susurro.

—Lo sé, pero quiero que seas quien esté ahí para ayudarme a serlo.

Lo abrazo con más fuerzas. A mí vuelven los pensamientos de angustia; sus problemas lo han atormentado por años. ¿Habrá un día en que todo pare? Uno en el que Simon no tenga que dañarse para sentirse vivo, uno en el que seamos él y yo disfrutando de una tarde llena de sonrisas, uno en el que, aunque yo no esté ahí, él sea feliz. Que pueda decir satisfecho: Este es el fin de todo mal.

Me aferro a sus hombros cuando él se regresa a mí. Su pecho choca contra el mío y sus labios se unen a mí. Lo beso, intentando ahogar sus pesares, lo beso mientras mi mente piensa en una vida con él, con Simon regresando a casa después de una noche en el bar, con él alentándome desde el público mientras yo toco en el escenario. Su cuerpo encaja torpemente con el mío, me encanta lo imperfecto de somos; por su piel llena de cicatrices y mi cuerpo limpio, sin rasguños ni cortes.

Darse cuenta de esta manera que somos ajenos es tan doloroso, pero placentero. Porque saberlo me da las fuerzas de seguir adelante, y si tengo que unirme a sus heridas de guerra lo haré, lo haré sin importar cuánto tiempo estaremos juntos, sin importar si esto es cosa de una noche o de años. Me quedaré ya sea como amiga o algo más.

—Odio decirlo, pero debemos volver al salón —se levanta de la cama.

Lo beso.

—Me quedaré si así lo deseas —su sonrisa es amplia.

—Debes ganarle esa donación a Rowling —empujo su cuerpo fuera de la cama.

Toma su bóxer antes de desprenderse de las sábanas.

—Y tú debes tocar —se viste mientras se acerca a la puerta, tomando cada una de sus prendas en el camino—, nos vemos abajo.

Abre la puerta, pero algo lo detiene antes de salir.

—Me gustas, Alexa —me mira.

Si pudiera detendría el tiempo, y lo dejaría estar, lo detendría y no me cansaría de mirar el rostro de Simon, con su cabello castaño todo desarreglado, con sus ojos claros llenos de dulzura y placer, con sus labios rojos y su cicatriz.

—También me gustas, Simon.

Sonríe, y todo en mí se remueve. Él sale de la habitación, dejándome sonriente en la cama. Nunca creí enamorarme de esta manera, enamorarme tan perdidamente hasta el punto de enfrentar el dolor con él. Simon es una explosión de sentimientos en mi vida, me ha hecho vivir sentimientos que creí muertos.

Me levanto de la cama, entro a la ducha y me doy un baño caliente. Deseo que el invierno se acabe, deseo regresar a casa, dormir en mi cama, ver a Julissa, abrazar a Nath, hablar con papá, aunque se encuentre enojado, arreglar las cosas y empezar mi nueva vida, ya sea con Simon o sola.

Deseo, en el mejor de los casos, visitar la tumba de mamá, contarle todo lo que ha sucedido, decirle que estoy delirando por un hombre, que Simon me ha hecho feliz, estar ahí, recuperar todo el tiempo que perdí en conciertos.

Saldría con Julissa al cine, hablaríamos de todo esto y reiríamos por lo irónica que era la vida. Pero aún faltaban tres días, y Simon debía dos peleas para clasificar, yo tenía que tocar tres veces, pero llevaba el segundo lugar y eso me favorecía.

A demás, de que en esos tres días podía suceder cualquier cosa. Cualquier cosa que en el peor de los casos nos alejaría.

Y yo no quería eso.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora