Capítulo diecinueve.

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19.
Alexa.

Los golpes en la puerta no me permitían terminar de empacar mi ropa, y las lágrimas me impedían mirar con claridad. Papá gritaba un motón de barbaridades, la cuales eran opacadas por la madera gruesa de la puerta, pero yo sabía muy bien a lo que se refería.

Nathan me había traído hasta casa, debía empacar mi ropa para el campeonato, pero desastrosamente me encontré con papá en el camino, y al ver a mi amigo se enfureció de una manera impredecible. Gritaba a quién le pasara al frente, y no hace más de unos minutos había comenzado a golpear la puerta y a maldecir.

—¡Alexa! —un golpe me hizo estremecer, la puerta chillaba y parecía desprenderse de sus goznes— ¡Alexa, si piensas salir de esta casa para ir a ese maldito bar!

Abrí la ventana que daba al balcón, la escalerilla de incendios era perfecta para salir de aquí sin pasar por papá.

—¡Juro que si sales no te dejo volver a entrar a esta casa!

Lleve mi equipaje hasta el balcón, lo deje caer en el césped del patio trasero. La puerta seguía chillando con cada golpe de papá, mis mejillas ardieron, sabía que él no mentía, y si yo bajaba de este balcón sería la última vez en que pisaría un lugar de esta casa.

—Alexa... —se escuchaba un poco más tranquilo— prometí a tu madre cuidarte, le dije que nunca te dejaría sola, que siempre te llevaría por un buen camino.

«Siempre estuve sola» quise decirle. Pero el llanto aumentó y me tumbe en la escalerilla a llorar, con mis lágrimas humedeciendo todo mi rostro y mi respiración entrecortándose.

—Cariño —su voz me recordó a mamá— cariño confía en mí, ellos no son lo mejor para ti.

—Tú nunca demostraste quererme —mi voz fue un susurro.

Y él no escuchó, porque pareció rendirse. Sus pasos se escucharon lejanos, eso me hizo sentir un vacío en mi pecho.

Mi padre siempre hacía cosas que obligaban a dar más de lo que podía, me obligaba a tocar, a hacer lo que él quisiera. Pero cuando yo lo necesitaba él me ignoraba, y se rendía tan fácilmente que me hacía creer que solo me usaba para su bien, solo se preocupaba por qué tan alto podía llegar conmigo, que tanto podía llegar con mi talento. Siempre pensaba en sí mismo olvidándose de la Alexa que él decía que cuidaba y amaba.

Baje la escalerilla con las palabras de mi padre taladrándome la cabeza. Sabía que él no esperaría en la puerta, que dejaría que me fuera para que yo tuviera claro su puesto, su rol de posesión en mí.

Tomé la maleta y me la eché al hombro y secándome el rostro me dispuse a seguir adelante. Olvidando por completo que el hombre que golpeó tan brutalmente mi puerta... era mi padre.

—No miento Alexa, y lo sabes —había llegado hasta el auto de Nath, él no se asombró al verme, imagino, de seguro por los gritos de papá, que yo saldría llorando de la casa—. Olvídate de tu apellido si entras a ese auto.

Desde el balcón del salón principal, con un aire de superioridad, papá levantaba su pecho, marcando con su porte clasista su poder y alzando la voz mientras denigraba con la mirada a Nathan.

—Son gente impura, vándalos, personas que no miden el riesgo y les gusta lo ilegal. ¿Crees que ellos son lo mejor para ti? Que ingenua Alexa, te creí más inteligente. Pero como toda mujer descarrilada vas en busca de lo diferente.

Abrí la puerta trasera del auto y guardé mi equipaje, antes de entrar Nath me sostuvo por el codo.

—¿Estás segura de todo esto? —frunció el ceño y miró a mi padre.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora