Capítulo veintiocho.

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28.
Alexa.

Me dolía la cabeza, y aún no lograba entender completamente todo lo que había sucedido allá dentro. Todo había sido un mar de confusiones; Simon gritándole a la chica, Simon empujándome, luego golpeando a su hermano, y por último contándome todo eso. Todo en tan poco tiempo que mi mente estaba que estallaba con tanta información. Tenía, al fin, aquello por lo que me había aferrado a él desde la tarde en que nos atacaron los hombres de las motocicletas.

Ahora, sabiendo su pasado, se me era difícil verle al rostro, porque su voz regresaba y la imagen de Simon matando a esos hombres se materializaba como si yo hubiera estado ahí, como si yo hubiera visto la sangre de ellos en sus manos.

—Alexa, di algo por favor, no te quedes callada, me aterra que no opines algo.

Me llevo las manos al rostro e intento no imaginar todo. Su hermano... Quién haría algo como eso, solo una persona sin corazón le haría algo así, y más después de todo lo que tuvo que pasar por su bienestar. Me entran ganas de llorar con tan solo pensarlo, con tan solo saber todo lo que tuvo que pasar para estar aquí.

«¿A esto le temías Simon? ¿A amar?»

Debí saberlo desde el principio, Nathan lo dijo:

«Las personas con corazón herido no miden las consecuencias de sus actos».

Te habían herido Simon, te habían herido las personas que más amabas, te habían roto el corazón, pero te aferrabas a esconderlo, a vivir con eso.

Era fuerte y nadie lo veía, estaba solo y nadie lo creía. Por qué, por qué debe sufrir la persona que más ha luchado por estar bien, por cuidar a los demás.

—Alexa, por favor... —me toma las manos, intenta verme el rostro.

—Es una crueldad —lloro y él me abraza.

—Pero todo eso ya pasó, no importa —acaricia mi espalda, pero no dejo de pensar.

Ahora lo entendía, entendía por qué no le importaban las heridas en su piel, no le importaban porque sabía sobre llevarlas, había aprendido a base de golpes y traición a llevar heridas más grandes, y ya no le interesaba cuán maltratado estuviera su cuerpo, porque su corazón lo estaba aún más.

—No llores —me empuja contra su pecho, me besa el rostro, limpia mis lágrimas y vuelve a besarme.

—No puedo —aparto mis manos de su torso y acaricio su cicatriz.

La cicatriz más dolorosa. Debe ser un peso enorme verse al espejo todos los días y que el recuerdo imborrable de un pasado marcado por el dolor este ahí, haciéndote recordar lo miserable que fue tu vida, que te recuerde la traición y engaño de tus seres queridos.

—Todo sucede por algo —apoya su frente en la mía— y quiero pensar que todo eso sucedió para poder tenerte a mi lado, y cuando pienso que es así, no me arrepiento de nada.

—No valdría la pena pasar por todo eso —mi voz es un susurro ahogado— no valgo la pena.

—Para mí sí.

Lo beso, me aferro a su cuerpo mientras nuestros labios se rozan. Y desearía haber estado ahí, en los momentos cuando él sentía que ya no merecía vivir, en el momento en que se arrepentía de lo que hacía, desearía haberlo conocido antes, para apoyarlo, para animarlo a seguir, para decirle que a pesar de todo él podía.

Pero si no pude haberlo hecho antes, hoy tenía la oportunidad de demostrárselo, demostrarle que no era una bestia, ni un animal, ni un mal hermano, le demostraría que no debía arrepentirse de sí mismo, que era perfecto, así, con todo y sus cicatrices, con su incontrolable enojo, con su pasión por la lucha. Que aún con el corazón roto tenía derecho a amar y a ser amado. Se lo demostraría de la manera que mejor podía: Amándolo.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora