Capítulo diez.

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10.
Alexa.

Encendí mi portátil, su luz me golpeó, obligándome a cerrar los ojos hasta haber recuperado la vista. Teclee Simon Hoyles en la barra de búsquedas en Facebook, mire la hora mientras la búsqueda se ejecutaba, 11:02 pm. Más de mil perfiles aparecieron, pero los perfiles los reduje a los que habitaban en la cuidad, y aparecieron diez Simon, pero solo uno era Hoyles.

Entre al perfil, y su foto era él con otro hombre, abrazados por los hombros sonriendo a quien fuese que les tomó la fotografía, pero Simon no tenía la cicatriz, y se veía demasiado joven, sin heridas ni rasguños.

Indague por su perfil, dándome cuenta que no usaba la red social hace cuatro años y que su última actualización fue una foto suya con una chica, pero había otra, y ahí estaba él, vestido de traje y corbata, con el mismo hombre de la foto de perfil, sonriendo.

Verlo en las fotografías era algo... raro. Raro porque ahí sonreía y según lo que publicaba él disfrutaba de la vida, disfrutaba la presencia de la chica de la última foto.

Mis mejillas ardieron, pero no sabía si me sentía apenada por registrar todo el perfil de Simon o raramente feliz por verlo sonreír. Me dije a mí yo interior que esto se volvía un capricho y que estaba mal, que encapricharme con el pasado de un hombre estaba mal, un hombre que tal vez a estas horas a penas salía de su trabajo o dormía plácidamente.

Pero mi yo interior se negaba y me pedía más, me exigía saber más sobre Simon Hoyles. Así que indagando en lo profundo de su perfil encontré una foto del mismo hombre, con una etiqueta, la cual me llevo al perfil de él, de Aaron Hoyles.

Y Aaron Hoyles sí usaba su Facebook, y hace dos días había hecho una publicación de él y la chica, y la cita sobre la foto decía: «La prometida más bella. El amor de mi vida» Entonces supuse que era la cuñada de Simon, y que por eso salían sonriendo en las fotografías.

La tranquilidad me invadió, permitiéndome dejar la portátil a un lado y comenzar a dormir un poco más relajada.

Tiempo después la voz de una mujer me despertó, pero me aferre a la cama, recordándome una y otra vez que ella no estaba aquí, que todo era parte de mi imaginación. Me llevo horas calmar esa voz en mi cabeza, después fue la voz de mi padre y el pitido de la alarma quienes me despertaron.

—Alexa... Alexa —me había sumergido en mis pensamientos en el transcurso del camino.

Papá me entregó las partituras.

—Están conforme las tocarás —pasó la mano por su corbata—. Irán varias personas importantes, músicos, senadores, artistas...

—Volví a escucharla —dije, sin despegar la vista de las partituras.

Russel se detuvo en la luz roja. El rostro de papá viajó de la ventana a mí, quedándose sin palabras.

Mamá se fue un día cualquiera, en un hospital cualquiera, sufriendo por una enfermedad cualquiera de la cual papá y yo no teníamos la mínima idea. Pero su voz aparecía en mi cabeza cuando yo me encontraba estresada o confundida, y al parecer en estos momentos yo estaba o estresada o confundida.

—¿Y qué te dijo? —susurró.

Russel avanzó por la autopista.

—No había palabras, solo su voz.

Papá negó confundido.

—Pero ¿cómo, Alexa? ¿Cómo me dices que escuchaste su voz, pero no había palabras? —él haría lo posible por regresar el tiempo y escuchar nuevamente lo última que ella dijo.

«— Hay vidas que son puentes, Alexa. Puentes que se construyen sobre caminos, y esos caminos son la vida de otras personas. Y yo construí mi puente sobre tu camino y el de tu papá, pero toca derribarme para que alguien más construya un puente en ti

—Yo solo... No había palabras papá, solo estaba su tono de voz, y si hablaba con palabras pues no se entendían —ahora fui yo quien se confundió.

Nunca fui a terapia, pero papá sabía que de vez en cuando la voz de mamá se apoderaba de mis pensamientos.

En el teatro nos recibió la misma chica de siempre, nos dio indicaciones sobre como estaría posicionado el piano en el escenario y de cómo debía hacer mi entrada.

Recorrí todo un pasillo, mirando las partituras y personas llegar, el teatro se llenó en menos de diez minutos desde mi llegada. Tiempo después me encontraba sentada en una silla frente un gran espejo, con una chica maquillando el raspón en mi mejilla y obligándome a usar fundas en las manos.

Ya lista salí al escenario, pero mi corazón no bombeó como antes, no lo hizo porque esto para mí se volvía una rutina cansada y sin ánimos. Sabía lo que sucedería; Las madres regañarían a sus hijos por resoplar, los hombres cerrarían sus ojos y los abrirían hasta que el concierto terminara.

Todos ellos venían por lujo, no por gusto. Venían para mañana ir a sus trabajos o a una reunión de amigas y decir que fueron a un concierto de música clásica. Ellos creían que les daba clase, pero no sabían que la clase solo era una barrera imaginaría que nos impedía ver a los demás como personas iguales a nosotros.

—Anda —sentí un empujoncito— que los aplausos se acaban.

De un momento a otro me encuentro sentada en un banco frente al piano, el silencio se apodera del escenario y el público. No escucho el palpitar de mi euforia, y recuerdo que aquí no sentiré lo mismo que en el bar.

Coloco las partituras, paso mis dedos en el piano, acariciando las teclas, todos esperan que comience, pero siento que algo me lo impide, algo en el pecho me obliga a parar, a no comenzar. Y no sé si es la voz de mamá esta mañana o el no sentir lo mismo que en el bar.

Los posibles regaños de papá por no empezar retumban en mi cabeza; «Toca Alexa» «Comienza» «Por qué paras»

Un dedo en las teclas y lo siguiente que se escuchó fue solo música, no hubo sentimiento, ni alegría, ni nada...

~

Mire a papá, él se encontraba al otro lado de la mesa, hablando sobre un negocio, él como siempre, centraba toda su atención en un video conferencia con uno de sus accionistas, ignorándome por completo a la hora de la cena.

Mire mi plato, intentando retener mi enojo por el comportamiento de mi progenitor. Pero el enojo se convirtió en un vacío enorme que llenaba todo mi pecho y comenzaba a dolerme, y el dolor se mezclaba con el tener que alejarme unas semanas del bar, y a eso se unía el inexplicable sentimiento que se atoraba en mi garganta cuando Simon se paseaba por mi cabeza.

Deje los cubiertos a un lado y sin pedir permiso me levante de la mesa con dirección al salón de ensayo. Quite todas las partituras, acerque la banca al piano y me deje caer en las teclas, causando un rechinido sin sentido.

—Me obsesione —hable a la nada— me obsesione con el pasado de un hombre.

Y no sabía si eso era cierto o simplemente era una mala jugarreta que me hacía pasar el revoltijo de sentimientos en mí.

No lo conocía, y eso le daba un punto a la primera suposición, pero por qué me interesaría él, si desde el principio me dejo en claro que yo era indiferente para él. He ahí un punto para la segunda suposición, ¡pero él me confundía!

Levante mi rostro de las teclas, adopte una posición para tocar y mire las teclas a como las había visto esta mañana. Tomaría la decisión más masoquista y liberal de mi vida, tomaría la decisión que me apartaría mucho más de mi padre, la que me haría daño o bien me haría crecer como persona.

Toque una tecla, recordando en la tonada el rostro complacido de las personas en el bar.

Podría morir en el intento, pero moriría complacida de haber hecho feliz a más de sesenta personas en una noche. Toque otra tecla y otra tras otra.

Sí, definitivamente me volvería la persona más sadomasoquista al aceptar el trabajo en el bar. Le diría sí una vez más al peligro y al posible regaño de mi padre al darse cuenta.

La melodía del luchador.✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora