32.
Llevo mis manos del teclado a mi nariz. El dolor a disminuido gracias a los analgésicos, pero el rostro de mi novio sigue siendo el mismo.
«Novio» sonrío al pensarlo. Simon me mira desconcertado, ha estado más de tres horas mirándome en silencio, y eso me aterra por completo, me aterra que se esté echando la culpa de todo esto, que se esté torturando con sus pensamientos. Me aterra que imagine cosas que no son y que su tranquilidad sea interrumpida.
Muevo una de mis manos a su dirección, aparta la mirada de mí y la regresa a su bebida.
—Lo siento —sonríe cansado— debo estarte incomodando.
—Te comportas como un niño, pidiendo disculpas por todo —mi tono de voz es cariñoso— Simon... solo déjalo estar, el hecho que seas mi novio no te obliga a ser otra persona. Me gustas tal y como eres.
—A excepción de mis heridas y mal control del carácter —lo dice más para sí mismo que para mí.
Me levanto del piano, el salón de práctica es enorme, mucho más que el salón que papá tiene en casa, las paredes altas le dan un aspecto de teatro. Simon está en una esquina del lugar, sentado sobre una caja de madera, su mirada es triste, y en vez de sentirse feliz por lo nuestro, se condena como si yo lo aceptara por pena.
—No es cierto —llego a su lado y me siento en su regazo—, me gusta esa cicatriz de aquí —señalo su rostro, justo por encima de su mejilla— y esta otra de aquí — bajo hasta sus brazos.
—Por favor... Alexa —intenta no reír, pero sus intentos son en vano.
Ríe y el salón se llena de sus risas, mi pecho se hincha de felicidad, llevo mis manos a su pecho, y lo miro mientras es feliz, su cuerpo vibra bajo sus risas, haciéndome sentir feliz por él.
—¿Estás listo para esta noche? —su mirada recae en mí.
Subo mis manos hasta su cuello, y apoyo mi cuerpo sobre el suyo. Él pasa uno de sus brazos por mi cintura, mientras con el otro me sostiene por las piernas. Miro lo lúgubre del lugar, con altos ventanales cubiertos con cortinas de tela gruesa, dejando únicamente que se filtre luz sobre el piano.
—Es la última noche, veré a Ernest desde el incidente de ayer —suspira—. Hemos clasificado, tú también has clasificado, creo que no puedo estar más listo.
Levanto la vista, él me mira.
—Promete que saldrás vivo de esa lona —le digo.
Se remueve inquieto, sostengo mi mirada, esperando que, en el mejor de los casos, haga verídica la promesa.
—No puedo prometerte algo que sé da por perdido a penas se entra a la lona —el tono de su voz me deja claro que este tema es algo que desde hace muchos años tuvo claro.
Cierro mis ojos, aún en su pecho. Siento el ir y venir de su respiración; él está tranquilo, no le teme a dejarlo todo en la lona, y lo está, ya sea por costumbre o por falta de miedo.
—Eres fuerte —susurro— puedes ganarle.
Su mano acaricia mi brazo.
—Ernest es un hombre con mucha más experiencia que yo, ha clasificado por algo ¿no? Y después de lo sucedido va a querer humillarme en la lona —me abraza— ganarle será la más grande de las suertes.
Bajamos juntos las escaleras que dan a la salida, el señor del taxi nos espera, tiene claro su recorrido; parar en algún lugar donde vendan comida, llevarnos al hotel, esperar unos minutos y de vuelta al salón, con todo y nuestros equipajes. Entramos al auto, a través de la ventana lograba mirar como el invierno, al igual que nosotros, se despedía poco a poco de la ciudad. Me animaba el hecho de pronto sentir los rayos de sol sobre mi piel, de sentir el calor y no un frío gélido, también me animaba el hecho de saber que ya todo iba a acabar, tanto el campeonato como los problemas que concebimos en esta ciudad, volveríamos a casa y eso mantenía inmensamente feliz.
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La melodía del luchador.✅
Novela JuvenilSimon Hoyles vive bajo la traición de su hermano mayor, después de todo el tiempo que ha pasado intentando superar aquello se le es muy difícil olvidarlo. Ha tenido que pasar noches enteras bajo golpes de otros para poder así calmar sus angustías y...