capitulo 40

431 32 1
                                    

Al día siguiente, me levanté temprano, durante la noche había elaborado en mi cabeza un plan para seguir adelante. En esta semana y media que me quedaba para entrar a la universidad, me enfocaría totalmente en la fundación. Revisaría y ordenaría todo lo necesario para que todo funcionara a la perfección durante ese nuevo año, ya que por mis estudios, no podría estar presente siempre. Era verdad lo que decía mi abuelo. Necesitaba mantener mi cabeza ocupada en algo. Había dado la orden en mi casa y en la fundación para que no dejaran entrar a Sam, si es que ella iba. No quería volver a saber de ella.

Así pasé el resto de la semana. Todos los días me levantaba temprano y me pasaba todo el día allá. Con los F4 ya ni nos veíamos. Jun Pyo y Yi Jeong, estaban preparando sus cosas ya que en un par de semanas se irían fuera del país. Woo Bin era al que casi siempre tenía a mi lado dándome apoyo. Generalmente, me llamaba y me proponía que saliéramos a algún lugar.

El día viernes estaba preocupado. No sabía qué haría ese fin de semana para mantenerme ocupado. Estaba pensando llamar a los chicos y proponerles salir ese último fin de semana juntos, pero no sabía si ellos tendrían otros planes. Salía pensando en eso, camino al estacionamiento cuando divisé una figura de mujer, apoyada en mi auto.

“Puedes impedirme el paso a tu casa y también acá pero no puedes prohibirme que te espere!”, dijo Sam desafiante. Estaba apoyada sobre la puerta de mi auto. Lucía aún más bella de lo que la recordaba en mi mente. Todos los sentimientos por ella regresaron de golpe a mi, aunque ahora acompañados por la rabia. Sin mirarla a los ojos, la tomé de los brazos y la saqué de un empujón de delante de la puerta del conductor. Estaba bloqueándome la entrada.

“No!! No te librarás tan fácil de mi!”, gritó ella nuevamente escabulléndose delante de la puerta nuevamente.

“Demonios!!! Qué quieres?”, grité. Me estaba haciendo perder la paciencia.

“Quiero hablar contigo, sólo eso!!”, dijo ella suplicante. Su rostro lucía demacrado y se veía muy pálida. Sin embargo, era la misma chica bella y dulce de la cual me había enamorado hasta casi enloquecer.

“Ya no es necesario… Para qué?”, dijo escuetamente, rehuyendo su mirada.

“Ji Hoo, por favor!! Necesito contarte lo que sucedió! Te lo suplico, te lo ruego por lo que más quieras!!! Escúchame!”, terminó diciendo ella con lágrimas en los ojos y acercándose peligrosamente a mi. Di un paso atrás. A pesar de lo que había ocurrido, me tensaba demasiado su cercanía.

“Sígueme!”, dije indiferentemente caminando en dirección al edificio. Nuevamente había cedido a ella. A pesar de todo, no podía negarme a sus peticiones. Ella corrió tras de mi.

Caminé rápido hasta llegar al despacho, noté que ella caminaba tras de mi apresuradamente. Adentro, me quedé de pie al lado de la ventana, sin mirarla a los ojos. Nos quedamos en silencio un momento.

“Ji Hoo… Se que no creerás lo que te voy a decir. Pero no sabes lo que te he extrañado… te amo tanto!”, dijo de pronto Sam intentando acercarse a mi. Di nuevamente un paso atrás, no quería que ella me tocara. Sam lo notó y se detuvo.

“Al grano, por favor!”, le dije groseramente.

“Es verdad… Lo que hoy te dijo Jung Ki. Si acepté ser su prometida… Pero lo hice sólo para regresar a Corea! Era la única forma de volver acá! Te prometí que volvería y así lo hice!! Se que no lo entenderás y te parecerá una locura de mi parte, y creo que si lo es… pero si no, no te habría podido volver a ver nunca más!”, dijo ella angustiada. La observé con incredulidad. Esa historia me parecía de lo menos creíble.

“No entiendo lo que dices.”, la interrumpí mientras fruncía el ceño. 

“Cuando volvimos a Sudamérica, mis padres encontraron trabajo de inmediato. Sara fue matriculada en una escuela estatal para terminar sus estudios y yo… yo estaba condenada a buscar un empleo y quedarme por siempre a vivir allá. Ya no podría estudiar música ni nada. No teníamos el dinero para ese lujo. Hace cerca de 3 semanas mis padres me llamaron para contarme de una propuesta que habían recibido de parte de mis padrinos, los padres de Jung Ki. Querían que yo me comprometiera con su hijo para casarnos dentro de un año, cuando él terminara el doctorado que estaba realizando en Nueva Zelanda. Si yo aceptaba, lo antes posible regresaría a Corea a vivir en su casa, podría ingresar a estudiar al conservatorio de música con la beca que había ganado y ellos costearían todos mis gastos personales y además, le darían una dote a mis padres. Desde luego no acepté, pero mis padres me dieron un par de días para pensar en la oferta. Poco a poco, me di cuenta que en Corea estaban las únicas dos cosas que hacían que mi vida tuviera sentido, mi beca y tú… y finalmente decidí aceptar, a pesar de las consecuencias…”, terminó diciendo ella con lágrimas en los ojos.

Me moría de ganas de correr al lado de Sam, abrazarla y llorar junto a ella pero me contuve. Seguí de pie inmóvil tal como al comenzar la conversación.

“Y aquí estoy… Comprometida con un tipo al que no amo y a tu lado suplicando por tu perdón… Se que no lo merezco, se que caí tan bajo como mi padre, se que me vendí como una cualquiera, pero dicen que en el amor y en la guerra todo se vale… Y al menos de algo valió. Puedo tenerte al frente mío de nuevo y decirte que siempre serás el único en mi corazón, aún cuando te haya desilusionado…”, añadió ella llorando. De ahí en adelante sólo la escuché sollozar. Comenzó nerviosamente a buscar algo en su bolso. Me imaginé que eran pañuelos desechables. Tomé una pequeña cajita que estaba sobre el escritorio y me acerqué a ella, tendiéndosela. Sam me miró con la vista nublada con lágrimas. Aún así estaban ahí esos maravillosos ojos de los que me había enamorado. Me quedé embobado observándola. La chica tomó un pañuelo y comenzó a limpiarse la cara. Nos quedamos en silencio uno al frente del otro. Sin siquiera analizar si era buena idea o no, la jalé de los brazos y la pegué a mi pecho. La sostuve firmemente con mis brazos a su alrededor. Sam de inmediato comenzó a llorar desconsoladamente de nuevo, mientras se sujetaba con fuerza a mi cintura. Hundí mi rostro en su cabello, cuanto había extrañado eso. El aroma suave a vainilla de sus cabellos ensortijados. Demasiado sin duda.

Nos quedamos en silencio abrazados por cerca de 15 minutos, sin decir nada. Hasta que Sam se calmó y dejó de llorar. Me partía el corazón verla sufrir. Ahora estaba comenzando a comprender lo sucedido.

“Hace 1 semana regresé a Corea y desde ese momento, sólo deseaba venir a verte y contártelo todo. Pero donde estoy ahora es como una cárcel… No puedo salir sin Jung Ki, tampoco tengo dinero para hacer nada por mi cuenta. Ahora, tuve que inventar una excusa para llegar hasta aquí y esperarte… Pero, en el fondo estoy feliz”, dijo ella sonriendo con tristeza. “Al menos te volví a ver”. Bajó la cabeza y terminó de secarse la cara, aún llena de lágrimas.

“Yo… también ansiaba verte. Pero no así, no bajo estas condiciones!”, dije al final logrando articular palabra.

“Lo se, se que no te puedo pedir nada a cambio! Pero… no soy una muchacha que se rinde tan fácilmente! Ya me conoces! Encontraré la forma de que tú y yo volvamos a estar juntos… Lo prometo!”, añadió ella esbozando una dulce sonrisa. Me pareció un rayo de sol entre las nubes de tormenta. Yo le devolví una amarga sonrisa.

“Bueno, ya me retiro. Y gracias de nuevo por haberme oído… No sabes cuanto necesitaba decirte todo.”, dijo la muchacha y se dio media vuelta. Comenzó a caminar en dirección a la puerta.

“Espera!”, la interrumpí. Ella giró de inmediato. “Aún sigue en pie mi ofrecimiento!”, añadí tímidamente.

“Cuál?”, preguntó ella.

“Si quieres venir a trabajar aquí, puedes hacerlo.”, agregué sonriente. Ella me hizo una venia.

“Gracias! Muchas gracias! Te cobraré la palabra!”, dijo finalmente y se retiró.

Me senté en el gran sofá del escritorio de la oficina y apoyé mi cabeza atrás. Algo extraño tenía en el pecho. Era un sentimiento agridulce. Una mezcla de felicidad con tristeza. La primera por haber tenido nuevamente a Sam entre mis brazos y poder confirmar que ella sentía aún lo mismo por mí. La segunda porque sabía que ella ya no me pertenecía y eso era como que me cortaran los brazos.

Diario de un chico enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora