capitulo 20

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Al día siguiente estaba agotado, no había pegado un ojo en toda la noche y me sentía realmente cansado. Había pensado demasiado. Me levanté como un sonámbulo. Me bañé, me vestí, medio desayuné y me fui a la escuela.

Durante toda la mañana, me la pasé cabeceando entre clase y clase. Los muchachos me preguntaron qué me sucedía, yo sólo les dije que había tenido una pésima noche. A la hora de almorzar, me fui a mi lugar favorito, la azotea y dormí un poco allí.

Desperté luego de 2 horas, un poco adolorido, pero me había recuperado. Corrí para llegar a la clase de inglés. Durante la clase aclaré mi mente, ya más despierta. Me di cuenta que la noche anterior había actuado como un idiota. Cómo me había quedado en silencio y no le había contestado nada a Sam? Ella debía estarse sintiendo ahora fatal. Cuando uno confiesa su amor, lo mínimo que uno espera es una respuesta, ya sea positiva o no, pero respuesta al fin y al cabo. Debía ir y buscarla ahora mismo y hablar con ella. Había pensado también en lo que me había dicho Jan Di, y me había dado cuenta de que ella tenía razón. Si bien, no estaba enamorado de Sam, era innegable que la muchacha me atraía inmensamente y si, ella si me gustaba… Sobre todo sus besos!! Eran los labios más maravillosos que había probado hasta ese momento en toda mi vida… Y qué tal si de verdad nos diéramos una oportunidad? Y qué tal si ella de verdad fuera la indicada para mi? Y qué tal si poco a poco me enamoraba de ella perdidamente? Estaba pensando en eso cuando nos anunciaron el fin de la clase. Me puse de pie rápidamente, iría a buscar a Sam a donde estuviera. 

Me fui primero a su salón, pero ni rastro. Luego a la piscina, el gimnasio, el patio principal, la cafetería y nada! De pronto recordé mi lugar favorito del jardín, donde nos habíamos besado por primera vez, y corrí hacia allá. Era mi última esperanza. Mi corazón palpitaba a mil por hora. Estaba ansioso y nervioso a la vez.

Me asomé silenciosamente. Pude divisarla apoyada sobre el balcón de piedra, tan despreocupada y bella como siempre. Estaba con la vista perdida en el paisaje mientras comía una paleta de helado que llevaba en la mano. Caminé lentamente hasta llegar a su lado.

“Te busqué por toda la escuela!”, dijo de pronto. Ella me miró sorprendida, volteándose de un golpe hacia mí. Nuestros ojos se encontraron por un par de segundos, hasta que ella cambió la vista y nuevamente me dio la espalda.

“Verás… Creo que ayer me comporté como un verdadero tonto, pero…”, comencé a argumentar, aún cuando ella no me estaba mirando.

“No es necesario! De verdad, no lo es! No tienes que decir nada!”, dijo ella sin voltear a mirarme.

“Si, si es necesario! Es que… todo me pilló muy de improviso y no supe que decir…”, continué. Caminé un par de pasos para acercarme a ella. “Sam!”, la llamé. Quería que me mirara a los ojos mientras hablábamos. Ella volteó a verme, se veía realmente avergonzada. Poco a poco subió la vista del suelo y nuestros ojos se encontraron.

“Se ve delicioso ese helado!”, añadí de pronto.

“Qué?”, preguntó ella desconcertada. Mi comentario se salía completamente de contexto.

“De qué es el helado? Me gustaría probarlo… Se ve riquísimo!”, contesté entusiasmado y no lo voy a negar, intentaba coquetearle a la muchacha.

“No te gusta… Es de chocolate con mora!”, respondió la chica inocentemente. Conocía perfectamente mis gustos.

“No! No es que no me guste! Es sólo que nunca lo he probado… decía que no me gustaba el helado de mora porque nunca me había dado el trabajo de probarlo. Pero ahora, si quiero. Me convidas un poco?”, respondí acercándome un poco más a la muchacha y recordando el discurso de Jan Di. Podía ver esa chispa de miedo en sus ojos, la misma que había aparecido la noche anterior. Ella se quedó muda y sólo extendió su mano hacía mí. 

Diario de un chico enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora