capitulo 44

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Al llegar afuera del pequeño apartamento que Sam compartía con Jan Di, me asomé por la ventana. La muchacha estaba tirada sobre un sofá, mirando el televisor. Su rostro lucía inexpresivo y sin gracia. Llevaba el pelo recogido descuidadamente. Se veía triste y casada. Me acerqué a la puerta y golpeé. Después de un par de minutos, la puerta se abrió. Sam vestía un pijama de franela en tonos lilas, nada de sexy. Allí estaba ella, con expresión de incredulidad, observándome al otro lado de la puerta.

“Puedo pasar?”, pregunté al verla sin pronunciar palabra.

“Por supuesto! Entra!”, dijo ella como despertando de su silencio. Al parecer no se imaginaba siquiera mi visita.

Se quedó de pie a mi lado. Disimuladamente, se arregló el cabello, desarmándose el moño.

“Y Jan Di?”, pregunté.

“Vienes a verla a ella? No está, se fue a ver a sus padres por el fin de semana. Llega mañana lunes en la tarde.”, respondió ella mirando el suelo.

“No! Vengo a verte a ti! Verás… Ayer, no dije nada. Creo que estaba demasiado shockeado con la noticia que me diste… Ahora, sentía la necesidad de verte y de hablar de mis sentimientos antes de lo que viene…”, dije mirándola fijamente.

“No es necesario, de verdad que no lo es, Ji Hoo!”, insistió ella dándome la espalda y caminando hacia adentro de la sala. Yo la seguí.

“Si es necesario, para mi, lo es! Sam, mírame!”, dije tomándola por la espalda y girándola en mi dirección mientras la sostenía por los codos. “Tú eres la única mujer en mi vida! Yo no quiero estar con nadie más que no seas tú! Ya te dije una vez que fui un tonto al no darme cuenta desde el primer día que te vi que eras el amor de mi vida… Estaba ciego y era un niño aún, pero ya no lo soy y hoy, tengo claro mis sentimientos. Respeto lo de tu boda, y se que aunque no quieres casarte lo harás, por el compromiso y por el amor a tu familia. Y pienso que eso me demuestra la maravillosa mujer de la cual que enamoré hasta perder la cordura… Sólo quiero que tú también sepas, que yo te amo… Y te amaré siempre! Aún cuando no seas mía, aún cuando no estés a mi lado!”, dije finalmente mientras un par de lágrimas se arrancaban de mis ojos sin mi permiso.

“Por favor, Ji Hoo… No hagas esto más difícil!!”, susurró ella bajando la vista y soltándose de mi mientras las lágrimas también corrían por sus mejillas.

“Necesitaba decírtelo! Necesitaba que lo supieras!”, dije levantando su barbilla con mi mano. Sequé una de sus lágrimas y suavemente acerqué mis labios a los suyos, para besarla por última vez. Ella me correspondió. Fue un beso pequeño pero demasiado intenso. Nuestro último beso!

Me di media vuelta y abrí la puerta. Ella se quedó de pie en el mismo lugar donde la había besado. Metí mis manos en los bolsillos y descubrí el anillo de mi madre. Me detuve, me giré nuevamente antes de salir y me acerqué a Sam.

“Casi lo olvidaba! Esta es la sortija de compromiso de mi madre. Una vez le prometí que se la daría al amor de mi vida… Y esa eres tú!”, dije tomando la mano de Sam y deslizando en su dedo anular la sortija. Ella me miraba en silencio. 

Ahora si. Di media vuelta y me dispuse a dejar para siempre a Sam. Pero antes de que saliera de la casa, Sam de un brinco corrió a la puerta cerrándola estrepitosamente y poniéndose por delante para bloquearme el paso.

“No! Ya te dije una vez que no te dejaría ir tan fácil! Quédate conmigo esta noche… Por favor, te lo suplico!”, añadió ella aún con lágrimas en los ojos.

“Pero Sam… Estás loca?!”, añadí alarmado con ofrecimiento de la chica.

“Si! Estoy loca por ti! Tú lo sabes!! Por favor, olvidémonos del mundo esta noche… Sólo tú y yo, sólo ahora, sin mañana…”, añadió Sam. Sus palabras calaron hondo en mi y de un brinco me acerqué a ella. La silencié con un beso apasionado, sin dejarla terminar de hablar. Aquello era un sí de mi parte. No nos importaría el mañana, si esta noche, era sólo nuestra. Pegué mi cuerpo al suyo presionándola contra la puerta de la calle, sin dejar de besarla. Ya no recordaba la última vez que había besado de esa forma tan salvaje esos adictivos y ardientes labios que me hacían perder el sentido. Este último tiempo hacía lo inhumano para contenerme frente a las constantes provocaciones de la chica. Pero ahora, simplemente ya no podía. Ya no tenía voluntad. Aunque un huracán hubiera pasado por ahí en ese momento, yo no habría soltado a mi chica. La tomé en mis brazos sin dejar de besarla y la llevé a su habitación. 

Diario de un chico enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora