capitulo 42

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Mi primer semestre en la universidad estuvo de maravillas. Terminé con notas sobresalientes. Mi abuelo se sentía orgulloso de mis logros. Con Sam nos veíamos constantemente en la fundación. Su incursión como maestra de canto del nivel de niños fue increíble. Los niños la adoraban! 

En cuanto a nosotros, inventábamos constantemente excusas para vernos casualmente. Ninguno de los dos lo aceptaba abiertamente, pero ambos lo necesitábamos desesperadamente. No podíamos vivir uno sin el otro, aunque fuera tan sólo para vernos. Nos libramos de Jung Ki por un tiempo. Sam se sentía más libre y podía pasar más tiempo cerca mío. El chico estaba en Europa, donde estaba terminando un doctorado.

Sam intentaba multiplicarse. Entre sus estudios en el conservatorio durante la mañana, las clases que daba en la fundación por las tardes y uno que otro trabajo esporádico que realizaba.

Una tarde me la topé en una avenida de Seúl entregando volantes. 

“Qué haces aquí? Está oscureciendo y hace mucho frío!”, dije al verla y acercarme a ella. Le tomé una mano. Estaba tan fría como la nieve.

“Estoy trabajando!”, me respondió ella sonriente, aún cuando se veía cansada y ojerosa.

“Pero estás congelada! Vamos al café de la esquina para que bebas algo caliente. La tomé del brazo y comencé a jalonearla.

“No! Ya casi termino!”, me rebatió ella forcejeando.

“Samantha, no seas porfiada! Vendrás conmigo sí o sí, no te estoy preguntando, te lo estoy ordenando!”, dije severamente.

“Si… voy contigo, pero espera un momento y acompáñame! Quiero terminar acá!”, añadió ella dulcemente.

“Estás enferma? Estás muy pálida!”, pregunté de pronto.

“No lo creo!”, dijo ella.

“Yo si!!”, le rebatí. 

“OK! Siempre quiere saberlo todo, el Señor Médico aquí presente!!”, dijo de pronto un tanto molesta. Se acercó a mi oído. “Me acaba de llegar el periodo y por eso tengo esta cara… Ahora, sí? Estas feliz?”, añadió ella de mala gana. Moví la cabeza.

“ Y así estás a todo el frío? No seas tan irresponsable! Vendrás conmigo así tenga que cargarte en brazos!”, le dije imperativamente. La chica me siguió a regañadientes, pero tan sólo al dar un par de pasos, cayó al suelo. La sostuve de inmediato.

“Sam!! Despierta!!! Qué te sucede??”, comencé a gritarle mientras daba pequeños golpes en sus mejillas. Noté que su rostro ardía. De pronto comenzó a abrir lentamente los ojos. Sus pupilas estaban totalmente dilatadas.

“Estoy bien, no hay problema! Ayúdame a ponerme de pie!”, dijo intentando afirmarse de mí.

“Desde qué hora estás aquí en la calle?”, pregunté severamente.

“Desde la mañana.”, respondió ella en tono inocente. Ya estaba anocheciendo.

“No se hable más del asunto… Te vienes conmigo ahora!”, añadí decididamente, mientras la levantaba en mis brazos y la llevaba a mi auto. La puse dentro. Ella se quedó en silencio, como una niña pequeña cuando la regañas.

Al llegar, la ayudé a bajar y a entrar a mi casa.

“Te sientes mejor?”, pregunté mientras la dejaba sobre el sofá.

“La verdad… no! Todo me da vueltas! Tengo escalofríos.”, respondió ella. Toqué su frente nuevamente. Tenía mucha fiebre. Fui a buscar un termómetro y una manta. 

La arropé con la manta. El termómetro marcó de inmediato 39 grados.

“No te voy a llevar a la casa de tu noviecito hasta que te baje la fiebre. Ahora recuéstate, voy por hielo!”, dije. Sam me obedeció. Parecía que no tenía ánimo de nada.

Diario de un chico enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora