Valía la pena romper todas esas reglas por un chico como él.
Regla numero uno: Nada de citas a ciegas.
Después de haberse enfrentado a muchas citas a ciegas obligada por sus amigas Marina Allier no está dispuesta a volver a tener otra cita a ciegas...
—Créeme, tampoco hay tanto que contar—digo concentrado en el camino.
—No sé porque, pero no me lo creo—dice en lo que echa un vistazo a su alrededor—Vives bien, e imagino que debes de hacer algo para sostener este nivel de vida. Sé que tu familia tiene dinero y que estas en una banda que se está dando a conocer en todo el mundo. ¿Es por eso?
—No—respondo seco.
— ¿No? —Me mira a los ojos— ¿Quieres decir que vives así de bien porque sí? ¿La fama y tus padres no tienen nada que ver?
—Si—asiento.
La veo encogerse de hombros restándole importancia.
Esto es lo que me gusta de ella, que no me exige respuestas y por primera vez en varios años me siento relajado, yo mismo, porque con ella no parece haber explicaciones preconcebidas. No es una chica que se derrita por las caras conocidas ni pretende aprovecharse de mi fama; sólo es una chica de diecisiete años que trata de sobrellevar una cita a ciegas de la mejor manera.
Me encanta su actitud.
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Salimos del paseo marítimo y entro en el lujoso terreno del Palacio de las Tres Lunas donde se celebra la fiesta. El camino, flanqueado de palmeras, recorre una cuesta con césped perfectamente segado y vistas al mar. El sol parece un balón partido por el horizonte.
Mi acompañante echa un vistazo al edificio de estilo clásico y construido en mitad de un jardín imponente. Suelta un silbido que puede ser tanto de fastidio como de alegría.
— ¿Algún problema? —pregunto volviéndome a mirarla tras aparcar.
— ¿Bromeas? Es increíble. Presuntuoso, pero increíble. Estoy segura de que la comida es estupenda—dice haciendo una mueca—Digamos que me sentiría más cómoda en la cocina que en el salón.
No esperaba un comentario así de una mujer a la que considero muy segura de sí misma y me siento sorprendido y curiosamente protector.
Pero antes de que pueda decir nada mas veo a Marina salir del coche, cierro la puerta obligándome a correr para alcanzarla. La tomo de la mano para detenerla en cuanto llego hasta ella.
—He pensado que podíamos aparecer juntos—sugiero con una sonrisa.
—Es verdad, lo siento—se disculpa.
—No lo sientas—replico cautivado por sus ojos—Pareces incomoda. ¿Puedo hacer algo para cambiar eso?
Se me queda mirando unos segundos y luego sonríe.
—Creo que acabas de hacerlo.
Le acaricio la mejilla y aunque el contacto con su suave piel es mínimo me siento feliz.
—Bien—le ofrezco mi brazo para que lo tome y esta vez lo acepta encantada.
—Disculpa eres Alberto Gritti ¿verdad? ¿Puedes darme un autógrafo y me dejas hacerte una foto? —El hombre con la enorme cámara y el pase de prensa ha salido de la nada y me detengo en seco.
—Con el autógrafo no hay problema—contesto—pero si pudiéramos evitar la foto...
Un flash cegador nos ilumina la cara, maldigo entre dientes y cuando logro recuperar la vista el fotógrafo ya se ha ido.
—Lo siento—le digo a Marina tomándola de la mano.
— ¿Quién era? —pregunta.
—Una plaga, vamos—bufo un poco irritado.
La entrada del palacio tiene una alfombra blanca y la terraza superior está cubierta con toldos blancos bajos los cuales cuelgan plantas con flores de todos los colores. Al final de la alfombra hay un grupo de paparazzi esperando al famoso de turno.
Yo.
De inmediato me empieza a picar la piel, una antigua reacción a las malas experiencias. Sé que si quiero tener un poco de paz, tendré que darles algo cuando entre.
—Mantente pegada a mi—le ordeno sin parecer muy autoritario, más que eso, sueno protector.
— ¿Qué pasa Alberto? —pregunta preocupada.
—Después te lo explico—digo fingiendo una sonrisa.