S45

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POV Marina 

Estoy acostada en la oscuridad acurrucada en el pecho de Alberto sintiendo los latidos de su corazón y según el reloj de la mesita son las once y cuarto. Tenía la sensación de que habían pasado cinco años desde el incendio pero sólo han sido unas horas. Sé que Alberto se ha quedado acariciándome y esperando a que me durmiera para dormirse él.

He fingido que me quede dormida para que pudiera descansar. No tengo otro motivo para fingir con él; desde luego, no en lo relacionado con el sexo. Ya se que puede ser extremadamente entusiasta cuando canta, cuando aprende cosas nuevas y cuando se divierte con sus amigos, pero esta noche he descubierto que también es apasionado y encantador en la cama.

Alberto Gritti me ha tratado como si mi cuerpo fuera un templo de adoración. Incluso con la tristeza y el abatimiento por haber perdido el Wild Cherries, se que comparto algo diferente con él. Algo profundo; tan profundo como el alma.

Sé que más tarde sentiré pánico por ello, pero de momento sólo puedo ver las llamas, sentir el humo en los pulmones y recordar que he perdido mi casa.

Sé que más tarde sentiré pánico por ello, pero de momento sólo puedo ver las llamas, sentir el humo en los pulmones y recordar que he perdido mi casa

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Con un nudo en la garganta, me levantó de la cama, me pongo la camisa de Alberto y voy a la cocina a buscar un teléfono. Me siento junto a la encimera y llamó a Red.

Como no contesta, le dejó un mensaje.

—Esta vez sí que la he fastidiado. Nada tan sencillo como llamar al director del instituto o ir a la comisaría a sacarme de un lío —digo con voz temblorosa—. He incendiado tu local, Red. Sé que no te sorprenderá, porque más tarde o más temprano tenía que acabar estropeándolo todo. Lo siento mucho. Iré a verte por la mañana.

Cuelgo el auricular y me quedo mirando el teléfono con los ojos nublados. Respiro profundamente y, mientras me prohíbo llorar, llamo a Jessica.

— ¿Diga? —contesta mi amiga aun adormilada.

—Siento despertarte...

— ¿Marina? Hola cariño, ¿Qué pasa? —La oigo tapar el auricular y murmura algo, puedo oír la voz de Stefan al fondo. Jessica vuelve al teléfono con una risa cómplice.

—Perdón pero estábamos en medio de...

—El Wild Cherries ya no existe—suelto.

Jessica deja de reír y se despeja por completo. Después de todo lo que hemos vivido, juntas y por separado, ninguna de las dos bromea con cosas como esta.

—Stefan, cielo, necesito un minuto —dice antes de volver conmigo—. ¿Qué quieres decir con que ya no existe?

—Se ha incendiado. Todo. O al menos es lo que creo. Parecía muy inestable cuando lo he visto por última vez.

—Dios mío. ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado...?—pregunta asustada.

—Estoy en casa de Alberto y estoy bien. Más o menos.

— ¿Más o menos? ¿Qué significa eso? —Pregunta aterrada—. Voy para allá...

—No. En serio, estoy bien. Sólo han tenido que darme unos puntos en la mano. Jessica, nos hemos quedado sin trabajo. Mis padres me van a matar, son capaces de sacarme del instituto e internarme en un manicomio—digo al borde de un colapso mental.

—No digas eso, Marina. Estaré a tu lado para ayudarte, pase lo que pase—dice apoyándome.

Me apoyo en la encimera y cierro los ojos. La adrenalina se ha acabado. La excitación sexual se ha desvanecido. Y sólo me queda un enorme cansancio.

—Pero esta vez es peor. No tengo nada. No ha quedado nada. Aquel lugar era demasiado para mi...

—Cariño, la falta de trabajo es algo que podemos resolver. No es obligatorio que tengamos trabajo. Aún tenemos un año que emplear en el instituto. Pero no podría soportar que te pasara algo. Así que está todo bien. Saldremos adelante como siempre, juntas. Ahora dime dónde vive Alberto para que vaya...

— ¿Podemos vernos por la mañana en el café? —Jessica guarda silencio unos segundos.

—Entonces, ¿te está cuidando bien? —pregunta.

Siento una mano en el hombro; una mano cálida y reconfortante y se me llenan los ojos de lágrimas. Alberto me ha sostenido la mano en urgencias, me ha llevado en brazos hasta su casa, me ha cedido su cama y me ha hecho el amor en cuerpo y alma, dándome el respiro que necesitaba entregándome todo su amor.

—Sí —contestó, mientras él me hace un masaje en la espalda—. Nos vemos por la mañana.

— ¿Me aseguras que estás bien? —repite.

—Te prometo que lo estaré—digo para tranquilizarla.

—Oh Marina...—exclama Jessica llorando—Te quiero.

Contengo un sollozo.

—Y yo a ti.

Acto seguido cuelgo el auricular pero mantengo la cabeza agachada.

—Perdón —le digo a Alberto—. No quería despertarte.

—No lo has hecho. Sabía que no estabas durmiendo. Sólo estaba tratando de cederte espacio—dice.

Esto es tan inesperadamente tierno que se me escapa una lagrima. Dejo la cabeza baja hasta que creo que puedo controlar mis emociones.

—Gracias—sonrió.

El me acaricia la espalda.

—Creo que ya has tenido suficiente espacio, amor.

Levanto la cabeza y me doy la vuelta para poder mirarlo a la cara. Alberto solo lleva unos bóxers en medio de la fuerte luz de la cocina, despeinado y con una marca en el hombro que se parece sospechosamente a mis dientes está muy sensual y eso me desea hacerle el amor una vez más.

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