Voy hacia el depósito, subo las escaleras mientras todos me aplauden en lo que me siento en este pequeño asiento mojado a esperar a que me derriben.
Veo que Alberto le acaricia la cabeza a Thelma antes de tomar una pelota, que dice algo a la gente y que todos se ríen. Pongo los ojos en blanco. He conseguido que lo derribaran y él tiene que hacer lo mismo conmigo. Es una cosa de hombres, una estúpida afirmación de la masculinidad. Por ello, no entiendo porque siento cosquillas en el estómago, por qué se me tensan los muslos, por qué se me está calentando el cuerpo.
Es increíble, pero este juego tonto me está excitando y, mientras él me amenaza con la pelota decido que necesito ir a un psicólogo.
Gracias a su impecable puntería, Alberto me tira en el primer intento. Caigo dando un chillido, haciéndolo sonreír de oreja a oreja. Cuando toco fondo me impulsó hacia arriba y salgo a la superficie. Me sacudo el agua de la cara y sin mirarlo, vuelvo a sentarme.
Pero él me mira. Fijándose en lo bronceado que están mis piernas y como el agua me recorre la piel.
Thelma ríe y da unas palmadas.
— ¡Mas! —oigo que le dice encanta viéndome empapada de pies a cabeza.
Alberto ríe a carcajadas.
—Lo que tú quieras preciosa—dice dejándole un sonoro beso en la mejilla.
Al final del día tengo una agradable sensación de agotamiento. Con el cabello mojado me siento en el coche de Alberto echando mi cabeza hacia atrás.
— ¿Estas cansada? —Me pregunta desplomándose en su asiento—Porque yo estoy hecho mierda. Quien habría pensando que tirarte al agua me iba a cansar tanto.
—Ya te lo había advertido, el deporte es peligroso para los delicados como tú.
El me lanza una mirada cargada de intención.
— ¿Me estas llamando blandengue? Porque suena a eso y créeme que este cuerpo está en perfectas condiciones, puedes comprobarlo cuando quieras.
Rio.
— ¿Esos comentarios te funcionan con las chicas? —pregunto curiosa.
—Si—reconoce algo avergonzado.
Sacudo la cabeza lentamente.
—Es una afirmación que deja muy mal parado a mi sexo.
Alberto pone el motor en marcha y salimos del aparcamiento.
—Creo que Stefan ha estado haciendo de las suyas por ahí y ha conseguido recaudar un montón de dinero—dice.
—Entretener a los niños es mucho más cansado de lo que creía—digo más cansada de lo habitual.
—Lo has hecho muy bien—afirma volviéndose a mirarme por un momento—Gracias por...
Suelto una carcajada y niego con la cabeza.
—No lo hagas—lo detengo.
— ¿Qué? —pregunta inocente.
—Darme las gracias—sonrió.
— ¿Por qué no? —me encojo de hombros.
—Porque también has hecho un gran trabajo, y no te voy a dar las gracias. Todos deberían hacer algo así por su comunidad, y me avergüenza decir que no lo hago; no realmente. Pero me gusta cómo me siento ahora, así que voy a tratar de cambiar eso.
El me mira pero no dice nada hasta llegar al Wild Cherries. Entonces apaga el motor, se desabrocha el cinturón de seguridad, se gira en el asiento para poder mirarme de frente y me toma de la mano.
—Eres una chica increíble Mar ¿no te lo habían dicho nunca?
Sé que mi sonrisa es más soñadora de lo que hubiera querido me encanta como 'Mar' suena de su boca se escucha más lindo cuando él lo dice que Jessica.
—Para. No me conoces lo suficiente como para decir eso. No sabes la verdad—digo.
— ¿Y cuál es la verdad? —pregunta.
—Que soy una mandona, que no tengo pelos en la lengua y que no suelo respetar las reglas. Entre otras cosas.
— ¿Y cuál es el problema?
Alberto levanta una mano, le arreglo el cabello pasando un dedo por su cuello lentamente siguiendo con sus ojos miel en el trayecto.
— ¿Eso no te asusta? —pregunto.
— ¿Que seas mandona, no tengas pelos en la lengua y no respetes las reglas? —pregunta mirándome a los ojos riendo— Si fueras mi asesora financiera, tal vez. En ti no me asusta.
Alberto baja la cabeza y me besa la base del cuello. Cierro los ojos y me digo que el motivo por el que no le tengo miedo a él es que lo que hay entre nosotros no va a ninguna parte. A ninguna parte, excepto probablemente al dormitorio, algo que ya sabemos los dos.
Me lo repito para asegurarme de no olvidarlo. Esto no va a ninguna parte. Ninguno de los dos quiere comprometerse afectivamente.
No obstante, por más que me lo repito una y otra vez, no me suena bien, lo cual me deja ante un problema mayor: la posibilidad de que esto sea más que una aventura de verano.
No. Es algo temporal, divertido y desinhibido, pero nada más. Y, de momento, mientras Alberto me besa el cuello y me baja la mano por la cadera, para mi está bien. De hecho, está muy bien.
Aun así, sospecho que pronto voy a necesitar otra charla que me levante la moral.
— ¿Alberto? —Me da un pequeño mordisco y besa mi hombro— ¿Quieres entrar?
— ¿A tomar otra taza de chocolate? —pregunta levantando la cabeza para mirarme.
—No exactamente. No sólo trabajo aquí. Vivo en el piso de arriba del café.
— ¿En serio? Creí que tan solo era una planta más del café.
—No. Es que no me gusta que la gente lo sepa, porque...
—Porque podría aparecer cuando tú no quieres—dice terminando la oración por mí.
—Sí, perdón por no habértelo dicho—digo.
—Lo entiendo—sonríe.
Imagino que lo hace porque comparto su criterio.
—Tengo unas lociones de hierbas arriba, preparadas por una amiga que sabe lo que hace. Podría ponerte un poco en la rodilla, para aliviarte el dolor.
El parpadea una vez, lento como un búho, en una de las caídas se ha hecho daño en la rodilla pero su gran fortaleza no le permitió que terminemos con 'nuestra cita'.
Me siento una completa tonta y me volteo para abrir la puerta pero el me detiene por inercia y me gira la cara para que lo mire.
—Si quiero entrar—contesta de repente.
Estos dos se están enamorando y muy muy fuerte créanme, me encanta este tipo de capitulos porque en serio es algo que me gustaría que me pase a mi pero bueno la realidad es otra😍😭
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Seduceme
RomanceValía la pena romper todas esas reglas por un chico como él. Regla numero uno: Nada de citas a ciegas. Después de haberse enfrentado a muchas citas a ciegas obligada por sus amigas Marina Allier no está dispuesta a volver a tener otra cita a ciegas...