S40

9.3K 646 3
                                    

POV Marina

Frunzo la nariz ante el inconfundible olor a brownies quemados no puede ser apenas han pasado diez minutos desde que los metí en el horno. Vuelvo a oler y esta vez no me quedan dudas.

— ¡Mierda! —grito.

Había planeado la noche hasta el último detalle. Primero prepararía unos brownies deliciosos, luego me arreglaría para estar irresistible y por último, lo principal, recibiría al monumento y encantador chico. Lo seduciría, y ya vería qué pasaba después.

Era un plan perfecto.

Hasta este momento. No he usado el horno de arriba porque, además de tener roto el temporizador, no cocina de manera uniforme. El olor a quemado me había llegado cuando acabo de salir de la ducha y me estaba poniendo mi conjunto de ropa interior favorito. Con un gruñido tomó una camisa ancha que me cubre los muslos y empiezo a bajar las escaleras, cargando en mi mano la bata de baño que recientemente había llevado puesta.

Pero cuando llegó a la cocina del café me paró en seco, dejó caer la bata y miro el horno horrorizada.

No he quemado los brownies; sino el horno. Las llamas salen por debajo, envolviendo la cocina y alcanzando los armarios de los lados.

— ¡No. No. No!

Voy a la encimera y tomo el teléfono marcando el número de los bomberos girándome para buscar el extintor que guardo en un armario. No puedo creer el calor que hace y al mirar atrás estoy a punto de gritarle al telefonista que me atiende porque el fuego está aquí justo delante de mí.

Una ventana estalla y me tiro al suelo. Tropiezo con la bata mientras intento llegar al extintor pero las llamas alcanzan el techo y de repente el resto de los armarios se prenden igual que la encimera.

— ¡Se está incendiando la cocina! —grito en el teléfono antes de dar mi dirección.

El telefonista responde con gran profesionalismo.

—Joven, oigo las llamas. Está demasiado cerca—dice del otro lado de la línea.

— ¡Necesito ayuda! —ruego.

—Los bomberos están de camino, tranquilícese.

— ¡No! ¡Dense prisa!

—No tardarán en llegar —me asegura—. ¿Ha salido afuera?

— ¡No, sigo dentro! —contestó nerviosa.

—En serio. No intente sacar nada por su cuenta—dice.

No soy estúpida y sé que tengo que largarme cuanto antes. Pero no es sólo el humo lo que se me atraganta y me hace vacilar mientras hecho un vistazo a mí alrededor. Este sitio es mi vida y está desapareciendo ante mis ojos.

—No...

Sin embargo, soy consciente de que la situación está fuera de mi alcance.

—Afuera —me recuerdo haciendo una mueca de dolor, porque el calor le esta quemándome la piel.

Apuntó con el extintor hacia delante y me abro paso. Todo lo que tengo que hacer es agacharme detrás de la encimera en llamas y apagar el fuego que me separa de la puerta. No sin dificultad, consigo llegar a la zona del comedor. Aturdida, me vuelvo hacia la cocina que ha sido mi vida tanto tiempo y me estremezco.

Me sobresalto al oír que algo se rompe a mis espaldas. Me doy la vuelta y veo que Alberto acaba de echar la puerta abajo y corre hacia mí con los ojos llenos de miedo.

No pudo evitar pensar que esta noche tenía planes muy diferentes para esos músculos fuertes. Él me toma de la cintura y me levanta.

—Lo brownies se han quemado. Todos...

Alberto empieza a decir algo, pero no alcanzó a oírlo por el estallido de otra ventana detrás de mí. Él me cubre con su cuerpo para protegerme de la lluvia de cristales y cenizas.

—Afuera —grita—. Deprisa.

Lo siguiente que se es que estamos en el aparcamiento, en la cálida noche, contemplando el edificio del Wild Cherries envuelto en llamas y humo. Parpadeo sin estar segura de si Alberto me ha sacado en brazos o he salido por mis propios medios. Me miró los pies descalzos y sucios, pero no puedo recordarlo.

El fuego se eleva en el cielo nocturno, y el ruido hace que me duelan los oídos. Alberto se apresura a tomarme de los brazos.

— ¿Te has hecho daño? ¿Te has quemado? ¿Dónde?

Tengo los puños apretados mientras veo mi vida incendiada. Sacudo la cabeza y siento las lágrimas en la garganta. Y me sorprendo al hacerlo, porque nunca lloro ni siento ganas de hacerlo.

Aunque otro vistazo al edificio en llamas me recuerda que tampoco he sufrido ninguna pérdida significativa desde la muerte de mi abuela hace cuatro años. O, por lo menos, ninguna que me importara de verdad.

Pero esto sí me importa, y mucho.

—Tal vez debería haber sacado algo de ropa—digo.

—Marina, mírame —dice el con la voz cargada de temor.

Se me escose la palma de la mano e imagino que me habré cortado, pero mantengo los puños apretados, porque lo que más me duele es el corazón.

—Estoy bien—responde.

—Estamos temblando. Vamos a sentarnos—Alberto me sienta en el bordillo.

—Aquí vienen —digo cuando se empiezan a oír las sirenas.

—Sí. Mar, cariño, mírame. Déjame verte los ojos—dice.

—Ya es demasiado tarde, ¿sabes? —contesto afligida.

—No es demasiado tarde, estás viva —declara abrazándome con fuerza—. Cuando he aparcado y he visto las llamas...

A Alberto se le quiebra la voz.

—Estabas asustado—dice.

—Aterrado— lo miró, con el corazón en un puño.

— ¿Cómo ha pasado esto entre nosotros, Alberto? Es demasiado pronto, sólo hemos...

Él me vuelve a abrazar, entregándome amor. Sí, amor. Nada de lujuria, placer o ganas de llevarme a la cama. En estos momentos solo quiere estrecharme entre sus brazos y protegerme. Y así lo hago me limito a recostar la cabeza en su hombro.

—Calla. Todo se arreglará—responde.

—No. Tenía la noche planeada —murmuro tornándolo de la camisa. Alberto me mira fijamente, sigue preocupado—. Te iba a seducir con encaje negro y después te iba a volver a seducir, porque sí.

Alberto me acaricia la espalda y la mejilla, me recorre el cuerpo con la mirada. La enorme camisa que llevo está totalmente cubierta de cenizas negras.

—Lo recordaré para otro momento. Pero créeme, el encaje negro habría funcionado todas las veces que hubieras querido—dice haciéndome reír entre sollozos, me acurrucó contra él y cierro los ojos a la visión de las llamas.

SeducemeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora