— ¿Cómo sabías que rodilla me dolía si tan solo me he quejado una vez? —pregunto.
—Porque te has pasado todo el rato evitando apoyarte en la pierna derecha—dice.
Remanga mi pantalón hasta arriba, destapa la botella y se pone un poco de crema en las manos frotándola luego en mi rodilla.
—Huele fatal—digo arrugando mi nariz.
—Pero te sentara bien.
Coloco de nuevo sus manos en mi rodilla haciendo que me sobresalte.
— ¿Esta frio? —pregunta—Perdón.
—No, es...
Se siente de maravilla. Aunque no sé si es porque el ungüento me está aliviando o porque sus caricias son tan placenteras que hacen que el resto de mi cuerpo quiera llorar y fingir que también esta dolorido.
Miro de nuevo sus manos en mi rodilla y le pongo las mías en los muslos. Algo fácil de hacer dado que está sentada entre mis piernas.
—Podríamos hacer cosas más interesantes que hablar del ungüento. Podría darte yo un masaje, por ejemplo.
Ella ríe.
—No me puedo creer las frases que sueltas. ¿De verdad esperas que me seduzcan?
— ¿Estás diciendo que no quieres que te devuelva el favor? —Replico echándome hacia adelante para darle un mordisco en el hombro—Tengo unas manos geniales—las agito en frente de su cara.
Se le escapa un gemido cuando comienzo a besarle el cuello sensualmente.
— ¿Estás tratando de evitar que hablemos? —pregunta.
La tomo de la cintura y la levanto de la mesa para sentarla sobre mi regazo.
—Pff... Yo... ¿Por qué voy a hacer algo así?
Suelta otro gemido cuando le muerdo el lóbulo.
—No se—se encoge de hombros.
—No tengo nada en contra de hablar—murmuro acariciándole suavemente la espalda—Puedes hablar todo lo que quieras, mientras yo te beso entera de pies a cabeza.
Con una carcajada la veo apartarse un poco.
—Tu rodilla debe estar mucho mejor—dice cambiándome el tema.
Estiro la pierna.
—Supongo que sí.
Me sonríe con ternura.
—Bien—dice levantándose dándome el frasco—Puedes llevártelo úntalo un par de veces al día en tu rodilla y...
La interrumpo cuando la atraigo de nuevo hacia mi robándole un magnifico beso. Abrumada, se queda inmóvil unos segundos, sin saber cómo reaccionar.
Al parecer me lo tomo como un desafío, porque la suelto enseguida, como si supiera instintivamente que es capaz de resistirse a mi pasión desenfrenada, pero no a mi lento y seductor deseo.
Le deslizó una mano por la nuca y con el otro brazo le rodeo las caderas, mientras juego tierna y delicadamente con su boca. Le besó una comisura, luego la otra, y después le lamo los labios muy despacio hasta conseguir que los separe.
Y sólo entonces entrelazó su lengua con la mía en una danza acompasada que la hace mover las caderas y revelar lo que su mente no quiere admitir, pero su cuerpo no tiene intención de negar.
—Aun tienes el bikini mojado—digo con las manos cerca de su trasero. Ella cierra los ojos y tiembla de anticipación— ¿Tienes frio? —pregunto abrazándola más.
—No—niega.
La miro a los ojos y le deslizo una mano por el estomago rozándole el borde sus senos tensos por la excitación.
— ¿Seguro? —pregunto.
Ella asiente en silencio reconociendo que no es el frio lo que le endurece los pezones. A mí se me dibuja una sonrisa.
—Me has invitado a tu casa sólo para ponerme crema en la rodilla, ¿verdad? —digo—No para una sesión de sexo salvaje y desinhibido...
—Así es—contesta riendo chocando su frente con la mía—Pero he pensado mucho en el sexo salvaje y desinhibido. ¿Eso cuenta?
—Ya lo creo que sí. Supongo que esta noche me toca otra ducha fría.
El comentario merece una sonora carcajada de parte de Marina.
— ¿Otra? —pregunta.
—Me pasé media hora debajo del chorro de agua fría después de nadar contigo a la luz de la luna—confieso.
— ¿El mar no estaba lo bastante frío para ti?
—No contigo adentro—La veo sonreír y gruño—Oh, no, estoy perdido—Te he dado mucho más poder sobre mí.
—Tengo la sensación de que nunca dejas que nadie tenga poder sobre ti—contesta.
—Reconozco que no lo hago muy a menudo. Esa crema es muy buena. ¿Qué otras cosas mágicas tienes?
—Solo esa, es mi única trampa—dice.
Ladeo la cabeza mirándola con detenimiento con una sonrisa de idiota enamorado en mi cara.
—Lo dudo eres una chica interesante Marina y me gusta eso. Me gustas.
—No soy tan interesante—se retrae.
—Tienes un café en el que se sirven emparedados de jamón, algas marinas, alcachofas y mozzarella, pero eres incapaz de hacer unos brownies decentes. Tienes un talento natural para tratar con los niños, pero la idea de formar una familia te provoca urticaria.
—No eres la persona más indicada para decir eso—reprocha.
—Pero estamos hablando de ti—le recuerdo tocándole una mejilla—Te pones nerviosa cuando estás sentada sobre un barreño enorme lleno de agua, pero te encanta hacer surf en el mar—ríe y sacude la cabeza— Eres una suma de contradicciones, pero eres la suma de contradicciones más sensual que he visto en mi vida.
—Tú no eres muy distinto.
Deja de hablar al sentir mi mano subiendo por sus muslos. Respirar se vuelve un desafío para ella.
— ¿En serio? —murmuro.
Mis dedos acarician sus curvas de una manera que la hacen desear separar sus piernas para invitarme a seguir. Aunque por pura determinación se niega y las mantiene juntas.
—Sí.
— ¿Cómo es eso? No sé cocinar, y no se puede decir que se me den muy bien los niños—eso la hace reír.
—Claro que se te dan bien. Los niños te adoran. Te consideran un ejemplo—espero que se dé cuenta que la estoy halagando y no diciendo mis frases baratas para que caiga.
—No soy un ejemplo para nadie—digo.
—Aun así, los niños te adoran—afirma esforzándose para que mis caricias no la distraigan—Sé que la fama ejerce mucha presión en la vida de alguien. Estoy segura de que eso duele —me mira a los ojos y me pone una mano en el pecho—. Pero la verdad es que eres demasiado reservado para que las cosas que dicen de ti sean ciertas.
—No soy ningún santo Mar.
—Mejor, porque yo tampoco lo he sido. Los santos son aburridos. En cualquier caso, lo pasado, pasado está.
—Afortunadamente si y solo espero que no te moleste en que te este llamando Mar en vez de Marina—digo.
—No en lo absoluto, me halagas que lo hagas, me haces sentir diferente—dice.
He ido al cielo y muerto aquí mismo me ha dicho que la hago sentir diferente que más le puedo pedir a la vida esta mujer es un sueño y solo yo he tenido el placer de conocer.
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Seduceme
RomansaValía la pena romper todas esas reglas por un chico como él. Regla numero uno: Nada de citas a ciegas. Después de haberse enfrentado a muchas citas a ciegas obligada por sus amigas Marina Allier no está dispuesta a volver a tener otra cita a ciegas...