S32

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POV Marina

A medida que transcurren los días me paso horas hablando con Alberto por teléfono lo cual es raro, cuando estamos juntos todo es lujuria, pasión, deseo y ganas de comernos el uno al otro pero cuando estamos separados la distancia es grande tal parece que el sentimiento de extrañar a alguien aparece de la nada pidiendo a gritos que la ternura y el cariño formen parte en la relación que tengo con él.

La voz de Alberto, esa preciosa voz de ángel, hace que me sienta extrañamente mareada, y a veces, corto las comunicaciones, preguntándome cómo voy a relegarlo a una aventura fugaz cuando me gusta tanto.

La voz de Alberto, esa preciosa voz de ángel, hace que me sienta extrañamente mareada, y a veces, corto las comunicaciones, preguntándome cómo voy a relegarlo a una aventura fugaz cuando me gusta tanto

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El sábado amanece claro y agradable; el cielo está teñido de rosa y lavanda. Las olas rompen en la arena con una fuerza que me hace desear estar allí, con la tabla bajo los pies.

Me siento en la orilla cerca de Jessica y de mi tío. Stefan también está aquí y me alegro de saber que por muy bromista y creído que parezca a veces, el chico no va a romperle el corazón a mi amiga, pero si en algún caso extremo llega a hacerlo me encargare de vengarme y disfrutare con ello.

Jessica, mi tío y yo acabamos de hacer ejercicios de calentamiento. El mar nos lame los pies y a nuestras espaldas están las tablas, clavadas en la arena.

He traído una tabla extra.

Mi tío Red hace un comentario sobre el oleaje. Llevo un traje de neopreno que me cubre desde las rodillas hasta los hombros y me he recogido el cabello en una coleta alta.

— ¿Por qué no te metes? —Pregunta—Tu no sueles quedarte sentada mirando a los demás.

—Ya, pero tengo la impresión de aquí es donde va a estar el espectáculo hoy.

Jessica ríe.

—Eso tengo que verlo, Stefan ha traído la cámara para tener fotos con las que chantajear a Alberto luego—dice.

—No debí de haberles contado lo de esta mañana, una cámara lo va a espantar.

— ¿De verdad crees que va a venir? —pregunta mi amiga.

—Eso depende si ya te has acostado con el—interviene mi tío.

Me volteo para mirarlo con exclamación.

— ¿Qué acabas de decir? —le pregunto.

—Que depende de...

— ¡Te he oído! Pero no entiendo qué tiene eso que ver.

—Bueno, si no has tenido relaciones sexuales con él, aún está en la etapa de la seducción, y vendrá. Créeme, sé de estas cosas—dice creyéndose experto en el tema.

—Y si lo has hecho—añade Jessica, divertida— no sentirá la necesidad de levantarse de madrugada, porque ya no necesita complacerte.

—Están enfermos y que conste que el me ha pedido que lo enseñe—me defiendo.

En este momento oigo que el coche de Alberto entra en el aparcamiento del café y el corazón me da un vuelco.

— Aún no se han acostado—le dice Jessica a Red, que asiente con aire de sabiduría.

Niego con un movimiento de cabeza y me pongo de pie.

—Quédense aquí los dos y no digan nada—les ruego.

Alberto aparece en lo alto de la duna. La brisa de la mañana le agita el pelo. Lleva una sudadera y un bañador que le llega hasta las rodillas. Como siempre, independientemente de lo que esté haciendo, parece encontrarse a gusto.

Sé que me ha visto porque sonríe. Levantó una mano y lo saludó, lo miró bajar hacia la playa. Notó que Jessica me está mirando.

— ¿Qué? —pregunta.

—Nada—contesto.

— ¿En serio? Porque es el "nada" más tonto que he oído en mi vida—dice.

—Acabas de saludarlo dando saltitos—me mira como diciendo por dios ya admite que te gusta.

Todos miran a Alberto quien solo parece tener ojos para mí y es imposible que se le borre esa sonrisa del rostro.

—No he dado saltitos—protesto.

—Sí, lo has hecho. Cariño, ese hombre te tiene cautivada—dice Red—Y es muy posible que tú tengas el mismo efecto en él. Observa la forma en que te mira.

—Creí que no ibas a decir ni una palabra—replico acercándome a recibir a Alberto—digo.

A él se le agranda más la sonrisa si puede. No hay nada que pueda hacerlo más feliz en estos momentos que levantarse temprano para verla a ella. 

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