S10

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—Tal vez—dice—No hace falta brindar para que las cosas se hagan realidad.

—Si...—contesto avergonzada. Nunca he sido fan del alcohol y por lo tanto no me gusta.

Bajo mi cabeza para ocultar la confusión que me provoca las sensaciones que experimento con Alberto pero entonces veo un movimiento detrás de el.

—Periodistas a la derecha—informo entre dientes.

Maldice acabando con su copa vacía dejándola en la bandeja de un camarero que vuelve a pasar por aquí antes de escabullirnos de los fisgones.

Nos acercamos a la orquesta que está tocando sobre el escenario donde él se subirá más tarde. Las luces se apagan y al menos diez bolas de discoteca bajan del techo, girando y lanzando rayos de luz a todas las esquinas.

—Disfruten la hora de la música disco—dice el director por el micrófono—-A las ocho en punto pasaremos al pop de los ochenta y continuadamente, tendremos a Black Stone Cherry en el escenario.

Los asistentes se animan oyéndose gritos eufóricos provocados por chicas y mujeres adultas. La pista de baile se llena en segundos.

Veo las luces de colores y a la gente que empieza a moverse al ritmo de las canciones y se me hace un nudo en la garganta. Espero que Alberto no pretenda que baile con estos tacones y con este vestido tan estrecho. Por suerte, él se detiene al borde de la pista.

—Creo que aquí estaremos a salvo—dice—Rápido, mírame a los ojos como si fuera el único chico del lugar, tal vez eso los mantenga alejados.

Rio pero lo miro a los ojos obedientemente.

— ¿Cómo si fueras el único chico? ¿Y cómo se hace para mirar de esa manera? —le pregunto.

Parpadea y se une a mis carcajadas.

—La verdad es que no tengo ni idea—sigue riendo.

Hago una mueca de dolor.

—Lamento decirte que se acercan tres hombres con trajes baratos y armados con cámaras—digo.

—Mierda—susurra por lo bajo.

Alberto me toma de la mano arrastrándome a la pista de baile y se voltea para mirar a los fotógrafos. Stefan nota a lo lejos la situación y se apresura a interponerse para obstaculizar la toma luego nos guiña un ojo.

—Así está mejor—digo sonriendo.

Estamos rodeados de parejas que giran al compas de la música.

—A menos de que se te ocurra como podremos salir de aquí—advierte—Tenemos que bailar.

Puedo remontar cualquier ola con la tabla de surf o cantar a voz en grito en la barra del café cuando estoy de buen humor, pero soy incapaz de bailar. No tengo ritmo.

Con una delicadeza estremecedora, Alberto me pasa un brazo alrededor de la cintura, me toma la otra mano y me atrae hacia sí.

—Por mí, bailemos—dice.

—Espera...—exclamo mirándolo a los ojos mientras el empieza a moverse en perfecta sincronía con la música— ¿Sabes hacer esto? —pregunto.

Me sonríe divertido.

Tengo entendido que los cantantes no solo son buenos con la voz sino que también tienen un buen ritmo pero lo que tiene Alberto es mucho más que eso y sus movimientos me afectan de una manera inesperada.

— ¿Qué pasa? —pregunta al ver que me quedo quieta.

Lo que pasa es que me siento como una idiota con toda esta situación. Ni en mis días de desenfreno me he sentido cómoda bailando. Nunca me ha gustado. Sin embargo estoy entre los brazos de un chico muy atractivo que centra toda su atención en mí para tratar de olvidarse del mundo que lo rodea y en serio quiero ayudarlo estando dispuesta a hacer lo que sea, menos bailar.

Alberto agacha un poco su cabeza y me roza la mejilla con la barbilla.

— ¿Marina? —me llama.

Lo miro a los ojos sintiendo la fortaleza de su cuerpo, como le late el corazón y la presión de la cadera que se balancea suavemente contra la mía y también las reacciones de mi propio cuerpo, las hormonas revolucionadas, los huesos derretidos.

— ¡Marina! ¿Estás ahí? —pregunta desconcertado.

—Sí pero es que bailar me parece algo muy trillado—arrugo mi nariz.

SeducemeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora