Valía la pena romper todas esas reglas por un chico como él.
Regla numero uno: Nada de citas a ciegas.
Después de haberse enfrentado a muchas citas a ciegas obligada por sus amigas Marina Allier no está dispuesta a volver a tener otra cita a ciegas...
—Tienes razón —afirmo tomándolo de la cintura acurrucándome contra su pecho—. Ya no quiero más espacio. No por el resto de la noche. Llévame a la cama, Alberto.
—Tu mano...—se detiene.
—Se me curará, siempre que no me apartes las tuyas del cuerpo. Supongo que tengo que reconsiderar esta actitud protectora tuya. Creo que me gusta —le rodeo el cuello con los brazos—. Me gusta mucho.
De regreso en el dormitorio Alberto me acuesta encima de las sabanas revueltas y se recuesta encima de mí.
—Se supone que debes tomar un analgésico y descansar un poco —dice con sus labios rozando los de míos, tiernamente acariciándome la mejilla
Le deslizó las manos por la espalda hasta acariciar las nalgas más sensuales y masculinas que había visto nunca. Él suelta una carcajada, me toma de la cara y aprieta sus caderas contra las mías.
—Veo que aún no estás preparada para dormir—dice.
—No me digas que tu si—gimo al sentir su erección.
—Y esta vez cuando hayamos terminado, si sigues sin poder dormir, dímelo.
—No quiero mantenerte despierto toda la noche—bajo la cabeza.
—Tú dímelo —insiste el dejando dos besos en mis labios—Y te haré compañía hasta que te duermas.
— ¿Qué vamos a hacer? —pregunto.
—Lo que tú quieras—sonríe.
—Alberto...
Una vez más, él se acerca para besarme y lo encuentro a mitad de camino. Es lo que quiero: el desenfreno, la pasión. Sexo frenético y ardiente, justo lo que el médico debió haberme recetado.
Sólo que es como si él me conociera demasiado bien, porque cambia de estrategia, dándome lo único a lo que no me puedo resistir: ternura. Una conexión inconmensurable, en cuerpo, mente y alma.
Alberto me transporta a un territorio en el que no he estado nunca, algo que me habría aterrado de no haber sentido que él esta conmigo, igual de perdido y asustado. Y después de alcanzar el éxtasis, mientras tratamos de recuperar el aliento, abrazados, me siento plena, otra sensación que no había experimentado nunca.
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Me despierto entre los cálidos y enormes brazos de un chico. Es una excelente forma de empezar el día, salvo porque la noche anterior se me ha incendiado la casa donde pasaba los veranos y lugar de trabajo. Pronto, la euforia se transforma en desaliento.
Alberto abre los ojos y me mira apenado mientras me aparta un mechón de cabello de la cara. El gesto me conmueve profundamente.
Este hombre tiene una habilidad especial para hacerme derretir. Es tan maravilloso, tan apasionado, tan sensual y tan ajeno a mi futuro...
Es algo que hemos acordado desde el primer momento. El único problema es que ya no se qué hay en mi futuro. Sólo sé que tengo que ir a ver el Wild Cherries de día. Tengo que hacer planes y tomar decisiones.
Aunque me duele el corazón, me apartó del abrazo de Alberto y me levanto lentamente de la cama.
—Tengo que irme—él se pone de lado para mirarme. Recostado en esa cama enorme, es una tentación irresistible.
— ¿Por qué no dejas que te prepare el desayuno? —voy hacia el cuarto de baño recojo mi ropa interior y me la pongo.
— ¿De verdad sabes usar esa cocina tan elegante? —pregunto.
—Porque no te quedas y lo averiguas tú misma—dice.
—No puedo quiero ir al café—con un suspiro Alberto se pone de pie.
—Te llevo—dice.
—Puedo tomar un taxi—ha hecho mucho por mí como para que también cargue con esto.
—Te llevo—insiste el acercándose sujetándome la cara— ¿Crees que te dejaría hacer esto sola? ¿Que vayas tú sola a ver cómo ha quedado?
Se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas y trato de apartarme pero él me retiene.
—Vamos a hacer esto juntos —añade.
—He quedado allí con Jessica, y Red también viene. No te preocupes.
—Marina...
—No necesito una niñera, Alberto.
—Ya me doy cuenta—responde mirándome en silencio antes de soltarme.
Me doy la vuelta porque no puedo controlar la emoción que me causa. Como no puedo ir en la camisa que llevo desde la noche anterior le pido prestados unos pantalones y una camiseta nueva. Después de vestirme me vuelvo y afronto el doloroso silencio de Alberto.