Introducción

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[Johnny]


Estaba medio borracho, y mi regreso a casa no fue muy agradable. Tenía pensado tirarme en la cama y dormir hasta las tres de la tarde del día siguiente cuando me encontré con que mi padre había cambiado la cerradura de la puerta y mis llaves no podían abrirla. Golpeé la puerta con el puño cerrado varias veces y me separé de ella cuando escuché la voz clara de mi padre al otro lado.

—Es por tu bien, John.

Estuve a punto de tirar la puerta abajo a base de patadas y puñetazos, gritando que me abriera, que en cuanto entrara, le metería una paliza, lo mataría, pero no me abrió. Si no fuera porque las ventanas estaban cubiertas por barrotes, hubiera trepado hasta mi cuarto y lo hubiera echado a él mismo de una patada, pero era imposible atravesar los barrotes. Imposible forzar la cerradura estando los cerrojos echados. Le di una patada a la puerta y fui hacía mi coche, mis pertenencias más preciadas estaban en el maletero de ese 4x4. Mi padre me había echado de casa como un perro.

Sabía lo que quería, joder, sí. Incluso me había actualizado el GPS del coche con el mapa de Manhattan y sus alrededores. Me había dejado una nota pegada al volante, seguramente pidiéndome perdón y rogándome que lo entendiera. No lo sé, no la leí. La hice trizas y tiré los trocitos de papel frente a la puerta.

Caminé hacía el coche, metiéndome dentro con un humor de perros y un cigarrillo entre los labios. Era absurdo. Llegar a esos extremos por mí integridad social, por mi extremista comportamiento. ¿A quien le importaba que fuera por la calle con la actitud y las ganas de golpear a cualquiera que se me pusiera por delante? ¿A quien le importaba cuanto alcohol consumiera o cuanto tabaco fumara o, incluso, si llegaba a drogarme? ¿A quien le importaba cuantas veces follaba al día? ¿A mi padre? ¿A mí madre? ¿Por qué los dos después de no hablarse durante años se ponían en contacto para decidir que hacer conmigo?

Aquello no tenía ni pies ni cabeza. De repente, me veía conduciendo por la carretera que llevaba a Nueva York a ciento treinta para no volver, a la aventura, a conocer a mi madre y a ese hermanito perdido del cual no recordaba absolutamente nada.

Sería fácil. Sólo ser como soy y pronto volverían a echarme a patadas de allí. No tenía esperanzas, no. En realidad, no tenía deseos de encajar en ese mundo y tenía bastante asumido que tampoco lo haría en ningún otro y, sinceramente, no me importaba. Me gustaba como era, me gustaba jugar a sentir el dolor, verlo, palparlo, también sentir el placer del sexo puro, brusco, brutal. No tenía ningún interés de ser aceptado allí, ninguno. Solo tenía que encontrar algo con que distraerme el tiempo que tuviera que aguantar allí.

Cherries in the skyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora