Simón: Alfabeto.

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Toqué en camiones durante la semana para llevar dinero a la laguna, Keith insistía en que bastaban los tres dólares, pero tuve que explicarle que no es así, que hay que hacer fuerza común para comprar comida, quizás bebida y otros extras, y que además hay que llevar cierta cantidad en caso de emergencias. Me pregunta que como lo sé y prefiero no decirle sobre mi viaje de mochilero al sur en compañía de Diego, no quiero que se ponga triste tan temprano.

César pasará por nosotros primero, porque le quedamos de camino a la residencia, pero siendo honesto preferiría irme caminando con tal de no vivir un momento incómodo. Keith se molestará si lo hago, pero ya entiende, algo tiene que haberle hecho ruido después de que le dije lo evidente, y no sé cómo lo haremos este fin de semana porque la novia de César va con nosotros. Espero que se pongan la carpa lo más alejada posible a la nuestra, no quiero oírlos pelear y leer entre líneas las verdaderas razones, pobre gente atrapada en caparazones de mentiras...

Han sido unos días dolorosamente increíbles, estúpidos y adolescentes. Cada segundo de estar juntos estalla en besos o en lágrimas. Lo amo, por más apresurado y sin sentido que pueda sonar, estoy enamorado del concepto Keith Rodríguez y toda su implicancia. Y él me promete amor, me promete todo y me pide que me quede, y no tengo excusa para negarme. Pero se da la mala suerte que sus hermanas han venido y que las escapadas nocturnas al cuarto del contrario se han vuelto toda una odisea. Por eso me emociona tanto este fin de semana, porque tendremos tiempo para ser y hacer sin escondernos. Y quiero, necesito hacer con Keith todo lo que pueda para demostrarle que pertenezco a su piel, ahora y luego. Incluso cuando estemos lejos, le seguiré perteneciendo.

Acomodados en la última fila de asientos de la camioneta me acuesto en sus piernas, porque adoro mirarle desde abajo. La vista más hermosa que me ha entregado todo México.

— ¿Está feliz el príncipe? — pregunto.

—Si— hace un gesto infantil y se pierde en el paisaje, nos perdemos entre los pocos arbustos que dejamos atrás por la carretera transpeninsular, en el aroma intenso entrando por las ventanas y en las risas de los amigos.

Si me quedara, pienso, si me quedara. La perfección existiría si me quedara, y eso es demasiado bueno para ser verdad.

Cenamos sándwiches en la camioneta, poniendo a María de los nervios, no quiere que le ensuciemos la camioneta a César, mientras que él se burla al respecto. El sol cae y la tenue luz que alumbra el mundo nos hace apresurarnos al armar nuestras tiendas, algo alejadas de la laguna.

—No sé ni porque vine— reclama Ted, acabando se ordenar sus cosas.

Amarra su bicicleta al árbol más cercano, dice Keith que le encanta andar en bici.

— ¿Por qué lo dices? — le pregunta Keith y le doy un suave codazo. Ted se limita a reír.

Es cosa de contar, César y María, Jessica y Dan, Keith y yo... y Ted.

—Mira wey que en primer lugar tú eres quien se niega a salir con chavas, segundo, no iba a dejarte ahí solo triste y abandona en la residencia ¿No? — Dan se entromete— Déjate de pendejadas y ven a ayudarme a levantar esto— dice, peleando con su carpa. Su novia lee un libro sobre una manta.

Está prohibido hacer fogatas, por lo que César enciende la cocinilla que se ha traído y calienta las sopas instantáneas que hemos comprado de camino. Dos meses y medio, unos días más, y considero a estas personas que miro de frente, apenas alumbradas por la llama de gas, mis amigos. No tengo idea de sus vidas ni ellos de la mía, pero quiero saber quiénes son. Quiero saber que impulsó a Ted a dejar su país de manera definitiva, ese Perú hermano del que como chileno tan poco sé. Quiero saber porque Jessica siente la necesidad de hacerse notar por las malas, siendo tan interesante cuando habla de verdad. Quiero entender a Daniel, con sus canciones suicidas y alegría para regalar.

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora