Dejo el escenario con una ovación que emociona, que me hace querer seguir tocando a pesar de las miradas molestas que Mauricio suelta cada tanto, se supone que a las tres debo parar en día de semana, después de eso no hay mucho consumo.
—Loco, cada día estás más pro— Rocío me palmea la espalda a la pasada, retirando copas de clientes que ya se retiran. Pasa seguido, muchas personas se van en cuanto termino el show, concierto, intento de tocata o lo que sea que hago. Mauricio lo promociona como un show de música en vivo en la fanpage del local, miércoles y sábado a las 11 en punto.
El resto de los días, sigo siendo mesero.
Y no quiero que parezca queja, estoy ganando bien, tan bien que espero poder mudarme de la bodega pronto y arrendar un departamento pequeño. Los ahorros van subiendo a paso de oruga, aunque las ganas de volver a México se están volviendo débiles y las proyecciones enormes.
La semana pasada me invitaron a tocar a un bar cerca de Horcone, yo pensé que la cosa era gratis, pero me pagaron y aunque no fue una cantidad de impacto, si me hizo frenar unos minutos, respirar y darme cuenta de la realidad. Lo estoy haciendo, estoy viviendo de la música.
—Mino en la mesa siete, no paró de mirarte en toda la noche...— Diego me detiene a medio subir las escaleras— le dije que tú ibas a darle la cuenta.
—Te odio.
No es la primera vez que lo hace, pero si la vez que ya logra cabrearme. No importa lo guapo, interesante o increíblemente parecido a Wolverine que sea el tipo, no va a pasar nada. ¿Por qué? Simple, porque Keith.
No sé en qué estamos, pero si algo sé, es que los amigos no hablan como hablamos de madrugada cuando nadie nos ve las caras de imbéciles pegadas al teléfono. Y Diego me enseñó, contrario a lo que él esperaba, a respetar la fidelidad.... O algo así.
Quiero componer, terminar de tocar con un tema alegre me hace querer transmitir con mis palabras lo que siento, pero Diego no va a dejarme pasar hasta que atienda al tipo. Le paso a la morena, le recibo la cuenta de mala gana y bajo a pasársela al cliente, que no se ve interesante y usa una camiseta de DC (Detective Comics), lo que ya es un no asegurado.
—Aquí estás, Simón Tapia en persona.
—El que viste y calza ¿Nos conocemos? — yo no lo conozco, pero es una forma sutil de decirle que no lo he visto ni en pelea de gallos, ni me interesa hacerlo.
—No, pero podríamos empezar.
—Buena— miro a otro lado y le dejo el papel en la mesa— esta es tu cuenta, le pagas a Diego, él te atendió.
—Oye, pero no te vayas tan rápido, conversemos un ratito— insiste y ya no sé cómo mirarlo para dejarle claro que no quiero. Corto por lo sano y digo la verdad.
—Sorry, no tengo ganas de conversar.
Cuando el jefe se va los chiquillos se relajan, ordenan las mesas tranquilos y yo doy las buenas noches dispuesto a subir y seguir tocando, ahora solo para mí, y quizás para Keith si hacemos video llamada y no está muy cansado.
Si la vida que yo estoy llevando me tiene con ojeras permanentes, imaginar cómo está viviendo Keith me da fuerza. Trabaja, estudia, pinta y se hace cargo de sus quehaceres. Yo podría estar apoyándolo, pero darle vueltas a ese asunto no regresará el tiempo atrás así que me sacudo la idea y sigo en lo mío.
Ducharme, componer, hablar con Keith, dormir. Mañana saldré a tocar a la calle unas horas, aunque es lindo no tener que mendigar monedas por una canción, algo de la tradición implícita del músico ambulante todavía me tiene enamorado.
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Simón y Keith
RomanceSimón: "...- ¿Qué te pasa Simón? - pregunta, regañando, aunque luego estalla en risa, acomodándose el cabello que ahora le cae mojado sobre la frente. No lleva sus anteojos y no sé si sea la luna, la oscuridad, el paisaje o solo mi cabeza. Es el chi...