Ha pasado una semana, y la intensidad de esa tarde sigue presente cada vez que miro a Keith, ósea bastante seguido. No puede ser que alguien con su voz quiera ocultársela al mundo, pero no se lo he dicho. No he dicho nada, ni siquiera contesté el mensaje de Diego por estar muy ocupado al regresar a casa ese día, y luego, porque no lo sentí real.
Las clases ya están tomando un ritmo exigente, aun no debo ensayar a diario, pero si dar todo de mí, como siempre he tenido que hacer. El nivel académico es similar y mis compañeros también son unos pretenciosos hijos de padres compositores. Uno de ellos es parte de la sinfónica nacional y creo que no le agrado.
La agencia aprobó mi contrato de arriendo y me mandó el dinero mensual, aproveché de comprar comida y guardarla en el espacio de la despensa que doña Rosa desocupó para mí, aunque no he cocinado más que arroz y huevo frito. Keith se ríe de como preparo los huevos y yo me río porque come mucho cereal.
No he vuelto a tocar en la plaza, pero a ratos me dan ganas de hacerlo solo por el placer de recibir aplausos, quizás el fin de semana que viene lo haga y le pida a Keith que me acompañe. Estoy tranquilo, no he vuelto a sentir la angustia que me provoca pensar en ella, o al menos no al punto de llorar. Me gustaría saber qué pensaría de esta aventura, probablemente la haría sentir orgullosa.
— ¿Y? ¿Qué hacemos el sábado? — pregunta Dan, vamos caminando hacia la parada después del segundo lunes de clases, como Keith se quedó a esperarme, Dan le hizo compañía.
— ¿Descansar, los deberes? — le contesta Keith.
—Wey no, ¿Y mi maratón de Star trek?
—Para eso está Jessica hombre no exageres, ya será otro sábado.
— ¿Tú que dices Simón? — Dan apela a mi opinión, con sus ojos de borrego que causan gracia a cualquiera.
—Lo que diga Keith.
—Solo porque ustedes pueden pasársela juntos y yo aquí muriendo mientras Ted estudia y Jessica, hay mi Jessica.
— ¿Pelearon otra vez? — le pregunto, pero viene el camión y tenemos que irnos.
—Ahí te escribo wey, que lleguen bien.
Ya tengo los números de teléfono de todos, también las llaves de la casa, aunque no pienso volver a llegar tarde. Aprendí a trancar la ventana para que el ruido de las balas no me despierte de madrugada y Keith me enseñó a calentar el agua para bañarme, no hay calefón. Mi credencial está en proceso y para la próxima debería tenerla en las manos, lo que me deja una sola pregunta... ¿Qué hacer con tanto dinero? Es demasiado, incluso para vivir en otro país, dándome techo y educación no sé en qué quieren que gaste el resto. Se me pasó por la cabeza enviarle a Diego para que pague la deuda del cité, pero no sé. Parece que todo lo que a él respecta son problemas ajenos, y no lo son, no deberían.
—Hueon deja de comer tanto cereal, te va a dar diabetes— el sonido de Keith masticando las hojuelas crocantes me llama, es adorable e irritante al mismo tiempo.
—No quiero cocinar— responde desganado— debo hacer algunas acuarelas y ordenar mi cuarto.
No conozco su pieza por dentro, pero imaginarlo me da risa. Las paredes salpicadas de pintura y papeles por todos lados, como el sótano de una galería de arte, o el refugio de un artista renacentista.
Una idea se me cruza por la mente, una idea y las ganas desesperadas de comerme un completo.
—Yo te cocino algo, pero acompáñame a comprar. De hecho, voy a cocinar para toda tu familia.
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Simón y Keith
RomanceSimón: "...- ¿Qué te pasa Simón? - pregunta, regañando, aunque luego estalla en risa, acomodándose el cabello que ahora le cae mojado sobre la frente. No lleva sus anteojos y no sé si sea la luna, la oscuridad, el paisaje o solo mi cabeza. Es el chi...