Keith: Deja que la vida te sorprenda.

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Después de un día cansador lo único que uno quiere es llegar a casa y olvidarse de todo, pero ese no iba a ser el caso.

Una lástima realmente, de tres a cinco no hay nadie en casa este día y puedo recuperar con facilidad las horas de sueño pérdidas en la semana debido al trabajo de verano y servicio en la biblioteca de San Ernesto, ambas cosas tomadas más por necesidad que por gusto, el primero para juntar dinero, pues los materiales de la universidad no son baratos, y lo segundo por otra historia, una relacionada a mi confianza de creer que había cumplido con todas mis horas de servicio necesarias en el semestre para darme cuenta luego de que me faltaban cincuenta horas, las que tuve que cumplir durante mis vacaciones. Esperaba poder descansar, pero ya no se podrá.

Hoy he recibido una llamada de mi amigo Daniel o Dan, como todos le décimos, al parecer alguien está interesado en rentar la habitación. Mi madre es quien suele encargarse de eso, pero como no estará, me corresponde a mi ocuparme.

De verdad no quiero que el cuarto se rente, convivir con un extraño seria lo peor. Si con mis familiares, que vienen en ocasiones de visita de fuera de san Ernesto ya me es incómodo pasearme por mi propia casa, no imagino como será con un completo extraño.

Hasta ahora había corrido suerte y ninguno de los tipos que venían gustaban del cuarto, ya fuera por esperar algo más grande para compartir con algún cuate o porque la zona les parecía muy peligrosa.

Aunque no tengo que tomar esto como mala suerte, necesitamos el dinero. Los ingresos de mi padre junto a lo que mi madre gana como costurera, y lo poco que gané en el empleo de vacaciones no cubre todos los gastos, así que debo estar feliz de que alguien esté interesado. Y no únicamente por el dinero, sino por lo feliz que se pondrá mi madre. El solo hecho de verla más aliviada me hará feliz también. Solo por esto es que debo hacer mi esfuerzo por acostumbrarme a un extraño y soportar todo lo que venga con él.

No, no todo tampoco.

Me levanto de la cama a ponerme algo apropiado para recibir visitas. Aunque en si mi "más apropiado" sea solo remplazar el pijama por unos jeans y ponerme mi vieja y amada sudadera negra con el logo de un show que solía ver. Los zapatos me importan poco, tomo los primeros que veo, las chanclas negras y gastadas. Mi madre dice que ya debería comprar otras, pero yo insisto en que aun sirven.

Antes de salir de mi habitación y esperar en la cocina recibo una llamada. Veo el nombre del contacto y estoy a punto de dejarlo pasar, pero el sentimiento de culpa me gana y le contesto. Con este pendejo de César dudo sea algo serio, o no ahora que se ha arreglado todo con su novia.

Como si fuera adivino. Me llama para invitarme a su casa a ver una serie, a pesar de que la propuesta de ver una de mis programas favoritos y decirle a Dan que mejor venga mañana con el tipo es tentadora, no puedo hacerle eso.

Le digo que no y él me intenta convencer, pero al explicarle la situación lo entiende perfectamente, sin perder la oportunidad de echarme carilla.

— ¿Así que vendrá un chico y estás solo? Que bien te lo escondías perro — dice con ese tono, ese en que no distingo si habla en broma o en serio.

— ¡Viene a ver la habitación que rentamos mamón! — le grito desde el teléfono. Sabía tuve que cuidar como le dije las cosas.

— Me decepcionas men, y yo creí que ya aceptabas tu homosexualidad — le escucho aguantar la risa.

— ¿Te crees muy gracioso no? Creí el que salió del closet eras tú — le sigo el juego — que tu novia no se entere o nos mata a los dos.

— Oh wey pero yo ya le dije que la engaño contigo — dice con falsa lástima — ¿Cómo quieres nuestras lápidas?

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora