Simón: Havana.

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Toda la familia de Jessica grita demasiado, ahora me explico porque su voz siempre suena tan fuerte. Si no lo hiciera pasaría desapercibida entre llantos, gritos de niños, y los regaños de su madre. A nadie le parece raro que Jessica meta a un tipo que no conocen (y que no es su novio) hasta su cuarto, pero ya que, no es mi problema.

— ¿Y de que se trata el proyecto? — me tiro al piso para no invadir su espacio, todo es tan rosado y rojo que siento los ojos adoloridos.

—Tengo que musicalizar un poema, hacerlo canción. Ósea, es muy estúpido porque es para la clase de escritura creativa ¿Qué tiene que ver eso con la música?

—Todo pues mujer, todo.

Se sienta en cama y revuelve su bolso hasta pasarme una hoja doblada muchas veces. Es su poema, habla de Dan, de reconciliaciones y discusiones, de amor intenso. Me gusta, pienso en ponerle melodía, algo fuerte y calmo, que exprese al oído lo que sus palabras dicen al corazón.

—No le digas a Dan que escribo sobre él, lo hará sentir importante— dice mientras muerde un lápiz rosado.

—Dan ya sabe lo importante que es para ti— digo para hacerla rabiar, aunque ambos sabemos que es cierto. Dan y Jessica son de esas parejas que no conoces a menudo, se merecen el uno al otro.

Suelto algunos acordes sin sentido.

— ¿No debes cantarla verdad?

—No es obligación cantarla, solo presentar la canción grabada... puede interpretarla otra persona.

Me queda clara la indirecta cuando sus pestañas no dejan de moverse, sus caras de chica tierna funcionan, es eso o que después de unos segundos se vuelve irritante.

—Bien, esto es lo que haremos. Voy a probar con diferentes melodías y tú me dices que tal, luego, buscaremos cual se acomoda más a la letra y la cantaré. Una vez, una vez y ya.

Se lanza de la cama y me abraza fuerte.

— ¡Muchas gracias! Sabía que podía confiar en ti.

—No me abraces, no, no gracias— intento zafarme de ella. No es por ser grosero, pero es demasiado, su amabilidad y la amistad que intenta ofrecerme es abrumadora. Cuesta creer no haya segundas intenciones tras su actuar, cuesta, pero empiezo a creérmelo.

Pasamos el rato entre acordes, bromas y confesiones. No tiene un solo pelo teñido de tonta, lo que me hace sentir pésimo por como pensé de ella al conocerla. No busca usar palabras rebuscadas para expresar sus conocimientos, lee muchísimo y escribe precioso. Mierda, si hasta tengo que reconocer que me agrada pasar el rato con ella.

—Ya se hace tarde...— miro el teléfono, ya no tengo configurado el horario de Santiago, no me sirve de nada.

—Seguro Keith te está esperando— se levanta de la alfombra— te acompaño al colectivo.

La imagen de Keith esperándome se toma mi cabeza. Está triste y no puedo preguntarle el porqué, el motivo descansa en mi bolsillo. Caminando hacia la parada y por primera vez en la vida siento el peso de la palabra, siento que la llevo pegada en la frente, que todos me miran cuando nadie lo hace. Así debe sentirse Keith y no quiero eso. Hay un basurero en la calle y corro para lanzar la nota, el mal sentimiento no desaparece de inmediato, sino mientras camino y me alejo de su peso.

— ¿Dónde hay un negocio por aquí? — pregunto.

— ¿Para comprar qué cosa? — pregunta ella.

—Cereal.

—Es lo menos romántico que podrías regalarle, pero bueno, a tres calles hay un mercado.

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora