Keith: Te regalo.

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No vuelvo a beber alcohol, es lo que me repito mientras cubro mi cabeza con la almohada. Nunca me había molestado tanto todo el ruido de la casa como ahora, Manuel con su música a todo volumen, mi madre y su máquina de coser, todo suena como el mismísimo infierno.

—¿Estas despierto? — Simón abre la puerta y no puede molestarme más su rechinido.

—No, ¿Acaso no escuchas mis ronquidos?

—Pero mira que buen humor — dice, sarcástico, dejando algo en la mesita de noche y sentándose en la cama — traje algo para ti.

Levanto un poco la almohada para ver un vaso de agua y unos huevos con pan.

—Supuse después de lo bien que te la pasaste estarías con la caña— me pasa el vaso con agua y me siento en la cama abrazando la almohada antes de beber.

—Creo que quieres decir resaca.

—No lo creo...

—Como sea, solo deja de hablar — dejo el vaso en la mesa, la cabeza me punza.

Me vuelvo a pegar a la almohada, no debería ser grosero. Estuvo al pendiente de mí en la fiesta, incluso ahora lo hace y yo le pago siendo grosero. Muy bien Keith, muy bien.

—Perdón, no quería...

—No te preocupes — acaricia mi espalda — ahí hay un analgésico, come y tómatelo.

Con pereza lo hago, realmente no tengo ganas de nada, solo de quedarme en la cama con Simón a mi lado, pero el calendario me deja en claro que no podre, es primero de noviembre, un día antes del mero día de muertos y seguro mi madre querrá que compre todo lo necesario, tanto para el altar como para una corta visita al panteón.

Simón me habla al oído de repente, quiere saber que me tiene tan callado, me molesta, parece que todo lo oigo por medio de un megáfono. Me quejo, pero sigue insistiendo, lo hace a propósito, lo sé, y no lo culpo. Si las cosas fueran a la inversa yo haría lo mismo para que se la pensara dos veces al beber... Yo seguro me lo pensaré.

—Mañana es día de muertos — me mira algo confundido e intento explicarle— ¿Altares, flores, comida? Se hace para las personas que ya no están... Los muertos.

—Lo conozco, creo que es la tradición más conocida de tu país.

—¿No lo celebran en Chile? — pregunto y él niega con su cabeza.

—Solo se visita el cementerio y ya.

Ahí veo mi poco conocimiento en la cultura de países ajenos, creí tendrían un día similar, pero no.

—Príncipe...— mi madre toca la puerta y contesto sin abrir — necesito que compres cosas para el altar hoy. Tengo la lista.

—Lo haré, solo deja la lista en la mesa, me estoy cambiando — invento una excusa, no me debo de ver bien y no puedo dejar que sepa que bebí, no hasta el punto de tener una resaca de los mil demonios.

Se escuchan pasos alejarse y dejo el plato en la cama, no quiero ir, pero sé que ella no puede, pues tiene que trabajar. Mi padre traería todo muy tarde o lo olvidaría y Manuel... Él y la carabina de Ambrosio es lo mismo. Si no voy nadie lo hará y mi madre renegará de eso.

Espero un poco y como puedo me escabullo sin ser visto hasta la cocina, tomando la lista de la mesa. Mi madre está en la puerta recibiendo a una vecina y hablan muy animadas para prestarnos atención.

—¿Y qué le paso a su entrada, vecina?

Voy directo a la puerta, pero me detengo en seco, volteando a ver a Simón. Su rostro no me augura nada bueno.

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora