Keith: Hay amores.

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Felicidad, una como nunca antes experimenté. Lo abrazo con fuerza, escuchándolo reír por mi comentario. Escucharlo reír es música es para mis oídos, y verlo aquí, frente a frente conmigo, es traer de vuelta los colores a mi vida. Tantos colores como los de la ciudad que tanto le oí mencionar y por las calles que ahora camino hacia su departamento.

No sé cómo comenzar a hablar y se nota que él tampoco...

—Nunca antes había estado en una marcha del orgullo— comento, buscando romper el silencio.

— ¿Qué te pareció?

—Mucha gente, ruido igual, pero si tú estás en ella...— me acerco con lentitud a tomar su mano— valdría la pena volver. Estuviste increíble.

Afirma el agarre, sonriendo antes de agradecerme en voz baja.

Durante el camino solo puedo comparar a San Ernesto con cada parte que he visto de este país, no diré mi ciudad es peor o mejor que Valparaíso porque ambas tienen lo suyo... Pero he de admitir que, como supongo pasa siempre que algo es nuevo, la ciudad tiene cierta magia y eso me explica porque Simón gusta tanto de ella. La mayoría de las paredes por el cerro que subimos se encuentran pintadas con murales que me invitan a tomar foto de cada uno, realmente tiene un sentido mucho más artístico que los rayones con aerosol que abundan en San Ernesto.

Son tantos los colores que al llegar al departamento de Simón y ver todo blanco es un cambio muy brusco. Me guía hasta su habitación para que deje mis maletas, comentando que en una hora tendrá que ir a tocar al bar y que puedo acompañarlo si quiero, como también puedo quedarme a descansar. Me gusta la idea de verlo tocar en el lugar que está impulsando su carrera así que acepto. Aprovechando el tiempo que aún falta para que nos vallamos le pido permiso para usar el baño y asearme como debo, no me sentiría cómodo yendo en el estado en que estoy tras deambular casi un día entero.

Me apresuro cuanto puedo porque quiero usar cada minuto para compartir con él, y al regresar a la sala lo encuentro sentado en su sofá con el gato en el regazo.

—Logan ¿No es así?

—Exacto— acaricia al gato y me quedo viendo al animal— no veo porque no te gustan los gatos.

—No es que no me gusten, son lindos, elegantes y estéticos a la hora de dibujarlos, pero... No lo sé, no son mi mascota ideal— tomo asiento y el gato se va al instante— y al parecer tampoco le caigo bien.

—Quizás solo vio algo— asiento y sigo al gato con la vista por mera curiosidad. Pasando mi interés a cierto detalle en su habitación que no noté antes, un cuadro una pared que se ve por la puerta abierta.

—Lo conservaste... Pensé que lo habías tirado.

Camino de regreso a su cuarto y me quedo frente a la pintura que hice aquella vez, esa historia del príncipe y el caballero a la cual intento darle un final diferente ahora.

— ¿Por qué lo haría? Lo pintaste para mí.

—Bueno... Después de comportarme como un idiota, y en vista de que te fuiste creí que tirarías todo.

— ¿Después de las llamadas y mensajes pensaste eso?

—En ese momento tenía lógica pensarlo, te traté pésimo y no conteste ninguna de tus llamadas.

—El teléfono no fue tu culpa.

En eso tiene razón, pero aun así sigo sintiendo que hicimos todo mal al momento de mostrarnos confianza.

Arque la ceja por un momento, no entiende porque me disculpo como siempre que me disculpo, o quizás no entiende por cual de todas mis estupideces me disculpo. Me acerco a la cama para tomar asiento a su lado nuevamente. Respiro lento e intento buscar las palabras adecuadas para iniciar esto.

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora