Es temprano, vamos en un autobús rumbo a las playas de Tijuana. Me entrego completamente a los conocimientos de Keith porque, literal, no puedo estar más confundido.
— Sí, esto debe ser en el malecón... ahí está lleno de locales de comida, cafés y bares — dice — bueno, al menos la parte que conozco.
Llevamos muchas cosas, después de todo estaremos frente al mar y la idea se me hace linda. La sirena nos acompaña porque si voy a conocer a un músico que se las vale por sí mismo, quiero mostrarle lo que puedo hacer. Keith se duerme en mi hombro y yo me conecto a los audífonos y a la vista, pequeños cerros se aparecen cada tanto, cubiertos de arbustos. Pueblos, casas, mercados, mis sueños.
Sé que el profesor puede haberme jugado un escarmiento pedagógico, guiándome hasta el lugar donde un pobre tipo toca guitarra para comprarse algo que comer, la duda aumenta con cada vuelta de rueda. También puede que me equivoque, como espero equivocarme.
Keith dormido pierde toda conciencia, me abraza fuerte y hago malabares para afirmar su cintura y a la sirena entre mis piernas, porque en el maletero no la ponía ni que me obligaran. Pauso el repertorio semestral en el celular para oír la música que suena en la radio del chofer, típicos ritmos de verano, letras que incitan a bailar y desnudarse, a perderse en el registro histórico, pero no en mi cabeza que no olvida, que le da banda sonora a cada momento de mi vida.
Dos horas después nos estamos bajando, con el sol arriba cubriendo todo y el olor a mar llenándome los pulmones, Keith ni así se saca el poleron negro.
—Verte me da calor, ¿Podrías sacarte un poquito de ropa?
Se ríe.
—Hay mucha gente aquí ¿No crees?
Me cuelgo la sirena a la espalda y jugueteo para acercarme a él y arrancarle la prenda. En su mirada dice y hace mil cosas, es un día de aquellos que no se repiten jamás, de esos que debes aprovechar y pienso hacerlo a cada segundo.
Logro quitarle el poleron y estallo en risa producto de la ternura.
—¿Es en serio? — le digo. Trae una camiseta sin mangas con diseño de Stitch, se ve gay, tengo que decirlo.
—¿Qué? — se avergüenza — Lo pregunta el tipo de camiseta del hombre araña... ¡Era la oportunidad de usarla!
Quiere seguir discutiendo, pero un beso lo calla.
— Me encanta — digo, separándome para darle la mano y echarnos a andar.
No tenemos un itinerario claro, con que encontremos al señor en cuestión antes de las ocho para regresar a su casa, todo super bien. Se trajo algunos lápices y su cuaderno de bocetos porque quiere tomar fotos y dibujar un poco en la arena, yo quiero tocar un rato, quizás hasta nos hagamos unas monedas si se suma a mi plan.
Bajamos algunas escaleras y entiendo lo que dicen cuando hablan de "El muro", es literal, hay un muro que divide la calle, se extiende desde no sé dónde hasta la orilla del mar y es un poco impactante la idea de una frontera transformada en violenta intervención al ambiente, pone los pelos de punta. Le indico que quiero acercarme, hay arte urbano y grafitis en algunos tramos, cada trazo carga palabras. Algunos nombres se leen de costado, quiero saber porque están ahí, pero preguntar me asusta y Keith comienza a incomodarse, recuerdo la carrera y su problema con el sol así que me sacudo la incertidumbre y seguimos bajando hasta llegar al malecón.
—Ya veo, yo pensé que era otra cosa, como un estadio, no sé...
— ¿No tienen allá? – pregunta, afortunadamente por la hora nos llega algo de sombra al caminar.
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Simón y Keith
Любовные романыSimón: "...- ¿Qué te pasa Simón? - pregunta, regañando, aunque luego estalla en risa, acomodándose el cabello que ahora le cae mojado sobre la frente. No lleva sus anteojos y no sé si sea la luna, la oscuridad, el paisaje o solo mi cabeza. Es el chi...