Simón: Vuelvo.

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Llamé, lo llamé tantas veces que perdí la cuenta. Habrán sido sesenta o más de cien, su teléfono siempre apagado. Dejé mensajes que no fueron leídos, llamé a César, pero como era de esperarse no me respondió.

Dan y Ted pudieron verlo, dijeron que la operación no tuvo mayores complicaciones, que con algo de cuidados podría estar en casa en una semana y haciendo su vida cotidiana para navidad.

Dijeron también que preguntó por mí, fingiendo seguro, como solo él sabe hacerlo.

Le mintieron, solo supo que me fui de su casa, pero no que me quedé con ellos, con esa pequeña parte suya que eran sus amigos, de los que no podré desprenderme. Durante dos días enteros no me dejaron morir, llevándome comida que no disfruté, haciéndome compañía en la larga duda.

—Solo lo dijo por la rabia... yo lo sé, Keith no quiere que me valla y me estoy arrancando como un cobarde.

—Simón...—Jessica, acostada a mi lado, me obligó a comer una galleta— dale tiempo.

No habia tiempo, el lunes regresaba a Chile y a la misma mierda, ahora mismo voy en camino a Santiago y a mi propia condena. Los escuché discutir, a Dan y Jessica, pero esa vez era yo el motivo de su discusión.

— ¿Por qué no dejan que hable con él? No más mira como está Daniel, no puede levantarse de pena— susurraba ella, mi amiga, mientras yo fingía dormir.

— ¡Porque el muy pendejo no se decide! Ted se lo dijo bien claro y se molestó... no podemos ponerlo nervioso Jessica, si este está mal es que no has visto al lento... Su papá se enteró de todo si hasta salió en el periódico, no necesita más problemas...

Apreté los ojos y el pecho con fuerza para que no me escucharan llorar, Keith estaba lidiando con sus peores miedos, todos juntos en ese hospital, y yo huyendo al primer conflicto. Él lo dijo, me decía, él quiere que lo deje en paz.

—Lo que hizo fue feo— siguió Dan.

—Fue solo en esa fiesta y puedo jurarlo— Jessica estaba alterada— ¿Te acuerdas de Carla? Esa que era mi amiga pero que ya no porque la muy maldita... bueno, no importa, ella los vio en el baño en la fiesta esa, cuando tú y yo regresamos.

—No seas mensa mi amor, no por eso no volvieron a verse...

—Mira Daniel, yo vi a este hombre morir de nervios para cantarle una serenata... yo lo vi componiéndole canciones, Simón no engañaría a Keith ni por un millón de dólares.

— ¿Me engañarías tú por un millón de dólares?

Seguí llorando hasta volver a dormir, despertando solo por el dolor fuerte en la pierna a falta de analgésicos y las tremendas ganas de ir al baño.

Ahí, frente al espejo medio roto de la residencia, tomé aire y dejé de marcar su número.

Me despedí el lunes por la mañana, asumiendo que no volveré a verlos hasta otra vida. Creer se transformó en el estúpido consuelo de quien no tiene esperanza, si la teoría cursi de Keith tiene algo de cierta vamos a encontrarnos de nuevo, no importa cómo, así es la magia de las almas gemelas.

Jessica me regaló uno de sus libros para el camino, se llama "Aristoteles y Dante descubren los secretos del universo", le puso una dedicatoria enorme que no leeré hasta poder aguantarme el llanto. Dan me abrazó y me prometió visitarme en algún momento de su vida, y quiero creer que va a cumplirlo. Ted me dejó en el aeropuerto, cargando mi mochila casi vacía, dejé muchas cosas sin darme cuenta, tiradas en el piso de la que fue mi pieza. Vania casi no llegó a despedirse, cuando estaba a punto de irme a hacer la revisión de maletas escuché un timbre de bicicleta acercarse y un intento de risa de Ted.

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora