Simón: Pasaje en avión.

10 2 0
                                    

 El espantoso azul es un lugar, por lo poco, extraño.

Ver un bar en medio del barrio patrimonial de Valpo no es raro, que sea un local de carrete gay, un poco más rebuscado, pero la historia que me cuenta Diego es lo que transforma a mi nuevo lugar de trabajo en algo digno de contar.

Dice que una pareja de reconocidos artistas locales, bailarines de danza contemporánea específicamente, vivieron aquí durante más de diez años. Llenaron sus paredes de postales super locas, sus piezas de estrafalarios vestuarios y colgaron sombreros antiguos de los techos altos. El papá de Diego hasta los conoció, como encargado del centro cultural tuvo que toparse con ellos varias veces. Diego dice que ella es una diva total, primadonna hippie perdida en el siglo XV, pero que él buscaba mantener un perfil bajo, demasiado bajo. Terminaron como todo acaba. Intento imaginar cómo debe ser separar una década de vida en conjunto y no lo logro.

—Pero que historia más triste— digo, contando los adoquines que nos quedan para llegar a destino, sintiéndome culpable por querer morir todavía.

—Sí, pero da lo mismo, vendieron la casa súper barata y Mauri la compró sin pensarlo dos veces, le está yendo súper bien. El tema medio melancólico vende harto, dejó la decoración hípster... hasta el muñeco ese que dejaron tirado.

—Eres el hueon más frívolo que conozco.

—Hay gracias— lo toma como un alago, llevándose la mano al pecho— ya llegamos.

Apenas una vista rápida después comprendo el nombre del bar, un maniquí de medio cuerpo color azul está parado en la puerta cual guardia, con una boina algo rasgada y una corbata ochentera. Si fuera niño y lo viera, moriría de susto, parece que en cualquier momento va a comenzar a arrastrarse pidiendo ayuda, contando las verdades que solo él presenció. Quizás él fue un villano, quizás nadie más lo supo.

Es una casa enorme de un vistoso color mostaza. Mesas redondas de madera multicolor se reparten en la vereda estrecha, Keith amaría este lugar.

—De día solo pasan algunos turistas a tomar y picar algo, después de las diez se prende.

— ¿Y cómo pretendes que consiga trabajo acá?

—Ultra fácil Saimon...— un hombre robusto se nos acerca y saluda a Diego de beso en la mejilla— este es el Mauri, Mauri, este es mi ex— tornea los ojos porque es muy obvio, se está acostando con él y de verdad no quería saberlo—... el Saimon.

— ¡Tú eres el de la guitarrita! Genial— Mauri me extiende la mano en buena onda, sacándome de lugar, supongo es igual de libre que Diego y entiende que no debería haber bronca entre nosotros— pero ya no tenemos noche libre para espectáculo, una lata, Diego me dijo que eras muy bueno.

No sé cómo sabe que ando en busca de trabajo, no sé hasta que veo a otro amigo de Diego paseándose con delantal de mesero, claro, el muy amigo de sus amigos ya ha traído a más gente en busca de lo mismo.

—No importa— respondo algo tarde— puedo ser mesero, limpiar baños, vomito, lo que sea.

Mauricio, como imagino que se llama, se saca los lentes de sol que ridículamente llevaba para cubrir sus ojeras de poco sueño y mucha fiesta. Diferentes a las de Dan, ahora sí creo que se las maquilla.

—Pero tampoco necesito más meseros— mira a Diego y este me recorre de pies a cabeza.

—Tiene buena presencia, sabes que eso atrae mucha más clientela... ya po Mauri si cada día viene más gente, déjalo de mesero y al tonto ese que rompe las copas mándalo a limpiar el baño.

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora