Keith: Yo sabía.

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Te amo... Lo ha dicho justo antes de quedarse dormido, dejando mi corazón descontrolado. Nunca me habían dicho algo así, no en una relación al menos, no con la sinceridad que parece decirlo.

— Si es así, quédate por favor — susurro, aprovechando que no me escucha, dándole un beso en su frente con cuidado de no despertarlo.

Quizá decirle "te amo" hubiese sido lo ideal, me escuche o no, pero expresarme con palabras me es difícil, los nervios me vencen y las palabras no salen de mi garganta como debería. Además, mi cerebro me pide no me emocione y me haga ilusiones, que esa frase podría no tener el sentido que creo, quizá solo se trate de la emoción del momento, de una esas tantas muestras de afecto que son dichas sin verdadero valor o sentimiento. Realmente espero que no, espero que él sienta lo mismo.

Mirando la ventana, acariciando sus cabellos comienzo a tararear en voz baja mientras nos acercamos a nuestra parada.

El día de la carrera lleva antes de que lo vemos, todos estamos con nuestra tenida deportiva más fresca. Para ser apenas las nueve de la mañana el sol está fuerte.

— ¿Me recuerdan porque estamos aquí? — cubro mis ojos del sol.

— ¿Salud?, ¿diversión? Esto fue su idea, deberían saber — responde Ted y se recarga en un árbol.

— No tenemos nada mejor que hacer — dice César, como si nada.

— Habla por ti — Simón rueda los ojos — Le hacemos un favor a Dan, es lo que sé.

— El punto extra wey — Dan me recuerda es la razón principal, un punto extra que aún no sé si necesito pero que prefiero ganar de todos modos.

Somos llamados a la línea de salida para dar el grito de arranque. A quien se le ocurrió que una vuelta entera a todo el contorno de la universidad era fácil, seguro ni se tomó el tiempo de hacerlo él mismo.

Ted es el único lleva buen ritmo, pues va mucho más adelante que nosotros, que ya estamos viéndolo perderse entre la gente. Dan va un poco más adelante, César sigue mi paso y Simón, sorprendentemente, va metros atrás de mí.

— Ya veo porque Dan te dice lento — bromea César — recuerdo que corriste mucho más rápido cuando nos encontramos a ese perro.

— No me lo recuerdes — sigo corriendo, pero un fuerte dolor de cabeza me tienta a parar.

Me pregunta si estoy bien y me invita a que mejor nos retiremos, me niego, quiero terminar el recorrido, pero él sabe que esto pasa cuando me asoleo mucho, por lo que me obliga sentarme y tomar agua.

— ¿Qué tal las cosas con tu inquilino? —pregunta, lanzándome la botella.

—Todo está bien ¿Qué tal con María? — pregunto al terminar de beber un poco de agua.

César toma la botella y le da un sorbo para luego regresármela. Estamos sentados en el área verde, viendo como aun pasan personas buscando llegar a la meta.

— Nos estamos distanciando... Creí que podía llegar a amarla, realmente lo intenté, pero no puedo.

Mi vista pasa de la botella a él. César conoció a María por ser hija de un socio de sus padres y se volvieron novios, más por la insistencia paterna que por cariño genuino. No sé cómo aceptó después de meses de firme negación, un día simplemente la presentó como su novia. Aunque al principio se veía que tenían sus diferencias, con el paso del tiempo comenzó a quererla, o eso creí hasta ahora.

— Al final... no puedo olvidar que aún tengo sentimientos por alguien más — continuo — me siento pésimo por eso.

Quiero darle ánimos, evitar que se sienta mal, pero comprendo porque lo hace... César siempre ha pensado que no se debe usar a alguien más para olvidar viejos amores, lo hemos hablado, pero terminó haciéndolo. Con ingenuidad creyó que esa ley a él no se le aplicaría y ahora está arrepentido.

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora