Simón: La vie en rose.

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Sigo despertando a mitad de la noche para tocar su cara, para comprobar que no se ha desvanecido junto al resto de mis sueños. Cuando me convenzo de que es real enrollo mis piernas con las suyas y sigo durmiendo.

Son pocos días, y con todos los lugares que quiero mostrarle debo hacer un itinerario, aunque la idea de no levantarnos estas semanas también suena tentadora.

— ¿Qué haces? — se incorpora, abrazándome la espalda mientras bosteza— buenos días.

—Escribo ideas sueltas, perdón por despertarte— dejo la libreta de lado para responder su abrazo y caer juntos a la almohada.

— ¿Siempre escribes tan temprano? — juega con mi nariz, besos esquimales, hemos descubierto una nueva adicción.

— ¿Temprano? Pero si son las doce del día holgazán— aún no se acostumbra a el horario de Chile.

Rezonga un poco más en la cama hasta que Logan se sube a sus pies y lo obliga a partir a la ducha. Hoy vamos a Santiago a grabar el disco y a intentar visitar en tiempo record cada uno de los lugares que anoté en un horario, quiero mostrarle donde solía vivir, el colegio en donde estudie, cada una de las locaciones que me hicieron quien soy ahora.

Ya en el estudio de Patricio, como se llama el sujeto, los papeles con las canciones se me tambalean en las manos y Keith me mira en absoluto silencio levantando sus pulgares para darme ánimo, las sé, las he practicado tantas veces que puedo tocarlas con los ojos cerrados y cantarlas con otra melodía sonando para distraer, ese no es el problema, no hay problema en realidad, solo un paso gigante que dar un Simón algo acobardado.

—A la cuenta de tres, le damos... ¿Estás listo? — pregunta Patricio.

—No.

—Nació listo, claro que lo está— responde Keith por mí, dándome el impulso necesario para acercarme al gran micrófono y comenzar a cantar el primer track, que parte con voz y luego se le suma la guitarra.

Debí hacer caso y conseguirme al segundo guitarrista, así no tendría que grabar ambas partes por separado y el proceso no hubiese sido tan demoroso, nos dan las siete de la tarde atrapados en el estudio, con una última canción que grabar y la voz bastante cansada.

—Uno, dos, tres... vamos.

—Espera— interrumpo al amable sonidista— está es un dueto, él tiene que acompañarme.

Keith mira alrededor como si me refiriese a alguien más, luego se apunta a si mismo sin disimular su cara de sorpresa.

— ¿Yo? Pero no sé la canción... Olvídalo, no canto en serio desde que— titubea— desde que te fuiste.

—Bueno, si queremos que todo sea como antes o mejor tenemos que hacerlo de nuevo ¿No? Aquí tengo la letra, el ritmo te lo enseño fácil, ven...

Definitivamente deberíamos haber practicado antes, pero hemos estado muy ocupados como para aquello, no es una buena excusa para quien graba un disco, pero al menos es sincera, además, plasmar en una grabación la espontaneidad de este momento, poder reproducirla cuantas veces quiera cuando Keith vuelva a México y yo cuente los meses para visitarlo, es algo que no tiene precio.

Caminamos por las calles de estación central, entrando por los pequeños pasajes que guardan mi infancia, el colegio donde me atreví a ser sin encontrar a quien fuera conmigo, la casa cuyo jardín ya no es florido y que ahora han pintado roja colonial.

—Ahí es donde casi me quebré los dientes intentado andar en bicicleta— apunto el peladero que aún existe en la esquina.

—Apuesto a que no lograste aprender— aferrado a mi brazo paseamos en las sombras santiaguinas.

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora