Simón: Despacito.

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Tenía que salir de ahí porque la cosa se estaba poniendo demasiado rara, que tipo más desagradable... No es que me importe si es o no la pareja de Keith, pero no necesitaba saberlo. Tampoco es que sea grave y no acepte un poco de hueveo por sentirme atacado, existe esa percepción de los heteros hacia nosotros, como si fuéramos incapaces de reírnos de nosotros mismos y no tiene idea de cómo nos molestamos entre nosotros. Da lo mismo, si querían privacidad ahí la tienen y si se enteraron de lo que pasó en la fiesta por algún chisme infantil, es cosa de que pregunten en vez de ponerse en situaciones ridículas para ver como reacciono.

Es domingo, súper temprano y no tengo nada que hacer. Me carga no tener nada que hacer. Estuve pensando en salir a cantar en los camiones o cerca de las tiendas, ahí es donde he visto más gente hasta ahora pero no nos topamos con ningún músico callejero, deben haber, no creo que me echen porque la calle es de todos aquí y donde sea. Mi repertorio mexicano no es muy amplio, pero algo puedo hacer para conseguir plata y moverme durante la semana. Keith dijo que me acompañaría a sacar la credencial de estudiante, aunque no sé si eso está incluido dentro del intercambio. La agencia me va a mandar el dinero mensual durante la semana, igual no es su culpa que yo haya querido dormir en otra parte. Ya dejé esos papeles en la universidad, cuando me fui a matricular y todo el trámite, pero ellos todavía pueden rechazar mi decisión y devolverme a la residencia, mañana empiezan las clases y deberían informarme que opinan al respecto.

Me devuelvo a la casa después de un tiempo prudente, esta vez me abre la señora Rosa, solo me pregunta si salí a comprar algo, no sabe que anoche llegué tarde. Los tortolos no están.

Me hago un pan con queso y pienso comerlo rápido, pero ella me pide que la acompañe a desayunar y no puedo negárselo. Parece mayor, de unos cincuenta y varios, es todo lo opuesto al recuerdo que tengo de ella... la señora Rosa sí parece una mamá. Sola empieza a conversarme, acusándome a Manuel de ser un holgazán y levantarse siempre tarde, mientras que a su marido lo acusa de ser un trabajólico que no descansa ni en el día del señor.

También me pregunta sobre Chile, Keith ya le dijo de dónde vengo, que estudio y que edad tengo, pero ella quiere escuchar cosas de mi boca, dice, para que nos conozcamos mejor. Soy su primer inquilino.

— No puede vivir de queso mijo, sírvase un poco de huevo.

— ¿De verdad? — no quiero aceptar, pero huele sabroso y la sonrisa se me sale.

— Claro que sí, que Manuel se haga su propio desayuno luego a ver si aprende a encender el fuego ese niño.

— Gracias...

Se queda quieta en la mesa mirándome comer, y trato de no ponerme nervioso, pero es extraño hablar con alguien mayor que no tiene conmigo ninguna conexión estudiantil, estaba rodeando de jóvenes incluso en el cité porque nuestros vecinos eran unos chiquillos medios punkis que vivían amontonados de a veinte y al otro costado una familia joven haitiana con sus tres guaguas preciosas, de pelito trenzado y ojos enormes.

— ¿Y tus papas Simón? — me pregunta, ya con la confianza de tutearme, como si este desayuno nos hubiera hecho viejos conocidos— ¿Qué te dijeron por dejar tu casa?, no me imagino que haría yo si uno de mis reyes se me va.

Termino de mascar el pan, de pronto sabe agrio y el aire se pone denso, no me molesta que pregunte, pero me duele la respuesta que tengo que darle.

— Es que no tengo papas.

Conozco la mirada de condescendía que provocan esas palabras en las personas y la reconozco en doña Rosa, se arrepiente de haber preguntado y no va a indagar más. La reacción usual termina ahí, pero ella no se limita a sentir lastima, pone su mano en mi hombro y la aprieta suavemente.

Simón y KeithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora