Capítulo 30

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«Le dije que te amaba»

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«Le dije que te amaba»


Me sentí mal al recordar esas palabras en pleno funeral.
Escuchando como el cura le daba una paz eterna y como todos rezaban porque su alma llegara al cielo.
Cuando los miré lanzar las flores yo me quedé de pié mirando como Luis se inclinaba y dejaba una rosa sobre su tumba.

Acomodé mis lentes de sol negros sobre mis ojos, cuando todos se habían ido caminé hacia él, vestía un traje negro elegante y tenía lentes de sol, me incliné a su lado y él levantó la mirada de la tumba para mirarme a mi.

—¿Estás bien? —pregunté suave. Él asintió limpiando sus mejillas.

—Sí, es sólo un poco de tristeza. —murmuró ronco.

—No hay nada que no cure el tiempo... —subí los lentes a mi cabeza, pudiéndolo mirar bien cuando él imitó mi acción, ojos rojos y mirada perdida.

—Los corazones rotos. —musitó ido.

—¿Qué? —pregunté confundida.

—El tiempo no cura los corazones rotos. —me miró.

—Si lo hace. Después de un tiempo dejas de sentir, pierdes la noción acerca de esa persona, pasa a ser tu universo a convertirse solo un planeta más. —palmeé su espalda de forma amistosa. Él se quedó pensativo —Me iré, adiós Luis Rodolfo.

Él tomó mi mano, deteniéndome antes de irme, me miró a los ojos intensamente y preguntó: —¿Cómo lo hago? ¿Cómo dejó de sentir tantos sentimientos hacia esa persona?

Un estúpido retorcijon se acentuó en mi pecho al saber que aún después de muerta ella seguía siendo su todo. Negué desechando ese pensamiento.

—Ya lo dije, el tiempo lo cura todo. —soltandome de su agarre le eché un vistazo por última vez. Le di una sonrisa y me alejé.

[...2 meses después]

—¡Lo logramos! —grité riendo de la emoción, Luis Rodolfo estaba igual o más feliz que yo. De la emoción salté hacia él, enrollando mis piernas en su cintura y abrazándolo por el cuello, él me dio vueltas en el aire, riendo feliz como yo.

—Estoy muy orgulloso de ti. —murmuró entre jadeos cuando paró de darme vueltas. Sonreí intentando alejarme incómodamente por mi arrebato en medio de la felicidad, pero él solo me apretó más contra él.

—¡No! Tienes que estar orgulloso de los dos. ¡Lo hicimos juntos! ¡Somos el mejor imperio vinícola del mundo! ¡Repasamos a los franceses! —reí tan feliz, dándole una sonrisa gigante de dientes.

Él mordió su labio en una sonrisa, y sentí mis vellos erizarse ante esa acción. Dios, que el hombre era tan hermoso.

—¿Recuerdas cuando éramos niños y planeamos crear el mejor imperio vinícola del mundo? Nunca olvidé ese día. Lo logramos, bonita. —sonreí, no podía dejar de sonreír, era una sensación tan increíble.

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