[Tercera temporada de Ecos de amor]
Como el viento.
Lenta pero inexorablemente se va borrando recuerdos de sus vidas, poco a poco se hicieron neblina. El vendaval de las horas arrasó desde el tiempo cruel a la lucha contra sus demonios, despojó sus...
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Al subir por el ascensor me topé con un hombre, su cabello era castaño y tenía unos ojos almendrados muy bonitos, su cuerpo, a pesar de ser flaco sin muchos músculos mostraba un porte elegante, su cara ovalada era bonita cubierta por una barba castaña al igual que sus gruesas cejas. Tenía una belleza diferente, era bonita.
Él se me quedó mirando, lo entendía el vestido apretaba mi cuerpo como si de una faja se tratara, era ajustado y rosa pálido con un escote mortal. No estaba acostumbrada a sentir este tipo de miradas en mi, como había dicho antes mi guardarropa es cómodo y práctico, a diferencia de este nuevo que había creado Mackenzie para mí que era sexy y elegante.
—Arthur Scott. Un gusto. —él extendió la mano hacia mi, la tomé al tiempo que me presentaba:
—Madison Bianchi. —él castaño abrió sus ojos como platos y pude notar un sonrojo que me hizo sonreír. Era muy mono.
—Dueña de este imperio vinícola. Es increíble, escuché hablar de usted muchas veces, soy algo así como su admirador. —sonreí ahora yo sonrojada.
El ascensor se detuvo y él como el caballero que era me dejó salir primero, Arthur avanzó detrás de mí, ya el la última planta me giré.
—¿Trabaja aquí? —le pregunté. Asintió con una sonrisa.
—Estoy en el área administrativa. —mi mente voló rápidamente, tenía una espinita clavada en mi. Tensa decidí callar y evaluar, lo que mayormente hacía.
—Bueno, si me disculpa, tengo que irme. Debo instalarme. —sonreí falsamente. Hasta que no hiciera la evaluación no confiaría en nadie. Era bastante desconfiada con respecto a las personas.
—Oh, claro, disculpe. Que tenga buen día. —sonrió cálidamente y se dió la vuelta, lo vi caminar y entrar a una oficina, desde donde podía ver varias personas con calculadoras y papeles estaban.
Pensando me dirigí a mi oficina. Al llegar me topé con una mujer, era castaña y de ojos verdes. Ella me examinó de arriba a abajo con una ceja alzada. Oh vamos, sabía quién era yo, no le convenía ponerse ridícula.
—¿Qué desea? —me preguntó, su voz me pareció de lo más insoportable, era ese tipo de voz chillona y aguda.
Examinsndola me fijé que se veía mayor, unos cuarenta o cuarenta y cinco. Por ahí iba. Era guapa, bastante. Debía admitirlo. Pero su actitud no me gustaba para nada.
—Que me deje pasar a mi oficina. —ella soltó una carcajada de lo más hipócrita y yo la fulminé con la mirada.
¿De que coño iba?
—Disculpa, niña. La oficina está ocupada, vuelve otro día y quizás te haga cita. —ofendida apreté mi cartera con fuerza. Era el momento de demostrarle quién era yo.